De tanto estar ahí parece que nadie los nota. Es una contradicción, pero sucede con muchas de las estatuas y monumentos en el espacio público. Próceres a caballo elevados en pedestales parecen dominar la urbe, pero con el paso del tiempo se hacen invisibles para los ciudadanos.

"El monumento promete memoria, pero al contrario lo que consigue es que pasen al olvido. Y no sólo a quienes recuerdan sino también los artífices de estos monumentos también son ignorados", dice el curador y crítico de arte del diario español ABC, Miguel Cereceda, quien acaba de inaugurar la muestra Reconsiderando el monumento en el Palacio de Quintanar, en Segovia, España.

La exhibición reúne a una veintena de artistas entre españoles y latinoamericanos, con obras que critican, parodian y reflexionan sobre la importancia y vigencia del monumento. En la muestra que se extenderá hasta agosto hay dos chilenos. Andrés Durán (1974), quien ganó hace tres años el Premio Descubrimientos de PhotoEspaña con su serie Monumento Editado, donde interviene digitalmente varias estatuas de próceres de ciudades como Santiago, Buenos Aires y Lima, ocultando sus identidades al replicar sobre sus cabezas los pedestales de mármol o cemento que los erigen.

Por otro lado está Luis Montes Rojas (1977), escultor, restaurador y académico de la U. de Chile, quien transforma en estatuas las conocidas fotos de los veteranos de la Guerra del Pacífico que perdieron algunas de sus extremidades. Con estas figurillas de bronces, de no más de 30 centímetros, Montes cuestiona la imagen del héroe invencible y siempre triunfante que prima en la escala monumental.

"La obra de Durán es fascinante y sorprendente porque mediante una operación muy simple hace que la escultura se emancipe con la pérdida del pedestal. En el caso de Montes es muy interesante la investigación sobre estos hombres de la guerra que debían graficar su invalidez para pedir pensiones. Montes coloca estas figurillas en medio de platos decorativos, transformándolos en un ornamento más", dice el curador.

Ambos artistas locales tendrán muestras individuales este año en el Museo Nacional de Bellas Artes. Durán en julio, donde exhibirá su serie completa de monumentos bajo la curatoría de Andrea Josch, mientras que Montes presentará en octubre Contra la razón: recorrido por la historiografía local a través del monumento, donde el escultor indaga en las anomalías, características y curiosidades de este género en Chile.

Ejercicio de visibilidad

La muestra en Segovia reúne fotografías, videos, maquetas y obras a pequeña escala de monumentos ficticios y reales. Si bien las obras de los chilenos se enmarcan en el terreno de la ficción, hay otros que lograron instalar sus propuestas en el espacio público. Es el caso del argentino Leandro Elrich, quien en 2015 intervino con un efecto óptico el emblemático obelisco de Buenos Aires, haciendo desaparecer su cúspide, e instalando una réplica de ella a la entrada del Malba. Se trata de un modelo a escala que el público podía recorrer por dentro y que se tituló: La democracia del símbolo.

También se exhibe la propuesta del español Santiago Sierra, quien en 2012, en el aniversario de la revolución islandesa, instaló en las afueras del Parlamento de Reikjavik el Primer monumento a la Desobediencia civil, en el mismo momento que en su interior se decidía si procesar o no al primer ministro Geri H. Haarde. La escultura es una roca volcánica partida por una cuña negra donde se puede leer un artículo legal sobre el derecho de los ciudadanos a la insurrección.

"Hoy se discute cuál es el espacio que el monumento ocupa en la ciudad, pero también el carácter fálico y patriarcal que tiene. No sólo es que se suela conmemorar a recios varones sino también la misma forma vertical es cuestionada por los artistas", comenta el curador.

La española Cristina Lucas exhibe el video Rousseau y Sophie (2007), relectura del tratado filosófico Emilio o de la educación (1762), donde el francés denosta a las mujeres y sus habilidades para aprender. En la obra de Lucas un grupo de mujeres se enfrenta a un busto de Rousseau para debatirle, insultarle y agredirle por sus afirmaciones. Desahogo ciudadano necesario que vuelve a hacer visible el monumento.