Hace muchos años que Salvador Mallo, cineasta valenciano afincado en Madrid, no pone un pie en un set de filmación. Ideas no le faltan, pero las energías ya no lo acompañan. Apenas le alcanzan para levantarse, tomar algunas infusiones, ir al doctor y atender uno que otro homenaje a su trayectoria. Ni siquiera es tan viejo, pero su cuerpo es una herida y su vida es una cruz. Pobre Salvador. De tan achacoso, también se quedó sin pareja.
El protagonista de Dolor y gloria, la más reciente película del director español Pedro Almodóvar, es una versión extrema de él mismo. Lo ha reconocido el propio cineasta, dándole a la obra un carácter autobiográfico único. Para hacer de él mismo sólo pudo recurrir a Antonio Banderas, el actor que mejor lo conoce.
Tan buen trabajo hizo Banderas poniéndose en los zapatos de Salvador Mallo, que en el último Festival de Cannes la película no tuvo rival en la disputa por el premio a Mejor actor. Dolor y gloria se llevó el galardón con justicia, aunque muchos pensaron con razón que esta historia daba para más: podría haber conquistado la esquiva Palma de Oro a la que tantas veces ha postulado Almodóvar.
El filme probablemente entrará a la carrera del Oscar extranjero a fin de año y la fama que la precede la está llevando rápidamente a todos los rincones del planeta. Mañana se estrena en Argentina y el 20 de junio llega a Chile. Será la primera de varias películas mostradas en el último Festival de Cannes que este año ya estarán en los cines locales. Es un dato singular, pues muchas circulan más bien a nivel de festivales.
Dolor y gloria reúne a la flor y nata del cine almodovariano (sólo faltó Carmen Maura), con Banderas en el rol del aproblemado cineasta y Penélope Cruz en el papel de su madre, pero 60 años atrás, cuando Salvador era un niño inteligente y enfermizo del pueblo de Paterna. También intervienen los argentinos Leonardo Sbaraglia y Cecilia Roth en roles pequeños, pero determinantes, en particular el primero, una ya apagada llama romántica en la vida de Salvador.
Extras, zombies, parásitos
En agosto entran a la cartelera dos películas exhibidas en la competencia oficial del 72° Festival de Cannes firmadas por realizadores estadounidenses consagrados: Había una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino, y The dead don't die, de Jim Jarmusch. La primera es de las mejores del autor de Perros de la calle y la segunda es un singular divertimento de horror del creador de Ghost Dog: el camino del samurái.
Con estreno para el 15 de agosto, The dead don't die (Los muertos no mueren) impulsa a Jim Jarmusch a su vertiente más ligera y con arraigo comercial, lejos de la onírica Paterson (2016) y emparentada con Only lovers left alive (2013), que le permitía entrar a las historias de vampiros y de amor inmortal. Acá Jarmusch se vale del subgénero de los zombies para plantear un alegato bastante hilarante sobre el actual gobierno de Estadios Unidos y su "política" ambiental.
¿Qué pasa?: debido a la indiscriminada explotación petrolífera en el Artico, el planeta Tierra se sale de su eje y una de las primeras consecuencias es la resurrección de los cadáveres en un pueblito en medio de la nada.
Con Bill Murray y Adam Driver como dos ineptos policías locales y Tilda Swinton en el rol de una enigmática espadachina escocesa, The dead don't die demuestra que su creador puede ser inteligente e irónico sin caer en la pedantería.
En contraste, Había una vez en Hollywood es una película ambiciosa, con todo el aliento cinéfilo que sólo puede poseer un ratón de bibliotecas cinematográficas como Quentin Tarantino. La cinta se estrena el 22 de agosto y es ambientada en el fatídico y frenético 1969 (el mismo año de Woodstock y el viaje a la Luna), donde Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), son actor y extra respectivamente en la industria fílmica de la época. En realidad a Dalton apenas le alcanza para industria de la televisión y se da cuenta que el tiempo se le está pasando. Tal vez nunca esté en la pantalla grande a menos que haga spaghetti westerns. La película, además, se atreve a reversionar los hechos reales e incluye a la actriz Sharon Tate (Margot Robbie), asesinada en agosto de 1969 por el clan psicópata de Charles Manson.
En los siguientes meses del segundo semestre llegarán al menos otros dos filmes exhibidos en Cannes. El más destacado es Parasite, el elogiado largometraje del cineasta coreano Bong Joon-ho (Okja) que se llevó la Palma de Oro a Mejor película. Su título es elocuente e inequívoco: describe como la familia del desempleado Ki-taek (Song Kang-ho) va tomando posesión de la mansión del adinerado clan de los Park a través de triquiñuelas, mentirillas y estafas varias. La propuesta de Bong es un potente cóctel de dinamita social y crítica implacable frente a una sociedad regida por el exitismo más rampante.
Casi 250 años más atrás, en la segunda mitad del siglo XVIII, transcurre Retrato de una mujer en llamas, filme de la francesa Céline Sciamma que ganó Mejor guión. A diferencia de Tarantino, Jarmusch o Bong, este es cine a fuego lento, pausado y con largos silencios. No hay personajes parlanchines ni nadie se pasa de listo. Por el contrario, Sciamma cuenta la relación de amor entre una pintora (Noémie Merlant) y una joven aristócrata (Adêle Haenel), sin énfasis falsos y dejando que cada plano diga lo que tiene que contar sin apurar nada ni a nadie.