Sin que en aquel tiempo de hombreras, peinados escarmenados y maquillaje recargado lo supiéramos, el dúo de Daryl Hall y John Oates era una conjunción profundamente nostálgica y además unos veteranos que sumaban ocho álbumes editados entre 1972 y 1979 sin mayor repercusión internacional. La historia cambió como si se tratara de un renacer con Voices, el LP timbrado en 1980 que contenía el éxito "Kiss on my list", el primero de una seguidilla de singles que convertirían a esta sociedad en una de las más exitosas de todos los tiempos en la historia del pop, arropando el "blues de ojos azules" -en buena medida, la adaptación blanca del sonido Motown-, con la decoración electrónica que devoraba a la música popular hace 40 años.

Hall & Oates era extraordinariamente moderno en su minuto y a la vez respetuoso de aquel pop de estrellas afroamericanas facturado en los 60. Irrepetibles, se demoraron una eternidad en bajar hasta el hemisferio sur para desembarcar la noche del sábado en un Movistar absolutamente repleto con un show que según el barómetro de las redes sociales, está pintado para el Festival de Viña.

Cierto. Podrían ser una gran carta y éxito seguro porque ambos músicos aún mantienen gran parte de sus capacidades y, lo que es sorprendente en su condición de septuagenarios, no lucen muy distintos a su época dorada. Daryl conserva su espesa cabellera rubia aleonada mientras John -de seguro con el gentil auspicio de tinturas- exhibe con orgullo el cabello negro abundante y ensortijado más el grueso bigote característico.

Convencidos de que no vale la pena seguir grabando nuevo material y, de alguna manera, competir consigo mismos y desafiar al público a escuchar un par de nuevos sencillos que solo aumentan la impaciencia por los clásicos, Hall & Oates se concentran en 15 hits, la mayoría propios con la excepción de "Family man" de Mike Oldfield y "You've lost that lovin' feelin'" de sus adorados The Righteous Brothers, una de sus inspiraciones inequívocas.

Si bien no recrean sus singles con exactitud milimétrica a los originales, las canciones conservan su espíritu y arreglos gracias a una banda de veteranos que probablemente podría tocar con los ojos vendados. Daryl Hall, que siempre tuvo a su cargo la mayoría de las voces solistas, conserva una buena parte de su caudal en el que solo se extraña la pérdida lógica del falsete, mientras John Oates sigue imperturbable con los coros y las armonías mediante una voz suave y grácil.

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Fotografía: Rudy Muñoz[/caption]

La única interferencia de la noche y que en algún momento se hizo molesta, fueron los problemas de sonido acusados por el rubio cantante. Desde la partida con una versión reposada más de la cuenta de "Maneater", se quejó con evidentes gestos de sus monitores. La incomodidad fue creciente en la medida que avanzaban clásicos como "Out of touch", "Method of modern love", "Say it isn't so" y "One on one", al punto que Hall verbalizó la frustración por no contar con el mejor sonido posible, que hacia el bis incluyendo ineludibles como "Kiss on my list" y "Private eyes", sumó acoples.

Aquellas interferencias fueron anecdóticas enfrentadas al historial musical y el rendimiento aceitado de Hall & Oates, que además se preocupan de dotar a sus canciones de excelentes apoyos visuales gracias a una gigantesca pantalla con imágenes ad hoc para cada tema.

Pasa el tiempo y la nostalgia ochentera aún logra reinventarse después de casi 20 años de explotar la cantera de aquella década prodigiosa, probablemente la última en que el pop aún confiaba en la perdurabilidad de las canciones mediante talento verdadero, buenas voces y carisma antes que exceso maquinaria, marketing y estadística.

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Fotografía: Rudy Muñoz[/caption]