Cecilia Vicuña Ramírez (1948) tiene una voz delicada, pero firme. Su cuerpo es pequeño y delgado, pero proyecta una energía vigorosa, capaz de llenar todos los rincones. Quienes la conocen dicen que tiene el poder de una pitonisa y su obra artística es una prueba de ello.
A fines de los 60, siendo una veinteañera, su poesía y sus pinturas eran de una frescura y radicalidad excepcionales para el medio local: mujeres desnudas marchando por la igualdad de sus derechos, indígenas enfrentándose al Papa, figuras como Lenin y Karl Marx, rodeados de flores y lemas feministas; y retratos de Violeta Parra y Gabriela Mistral desnudas. Pero más allá del rol de la mujer, Vicuña también se interesó desde temprano en la destrucción del medio ambiente, los derechos humanos y la descolonización cultural. Todos, temas de plena actualidad y que han hecho que su obra sea insospechadamente revalorada.
Su consagración internacional definitiva ocurrió en 2017, cuando fue invitada a la Documenta Kassel, el evento de arte contemporáneo más importante del mundo, que ese año tuvo una sede en Atenas y donde la artista desplegó uno de sus quipu, grandes estructuras hechas colectivamente con lana, como si fuese un ritual, que para la artista simbolizan "un cordón umbilical de vida".
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Karl Marx 1972, del acervo del Guggenheim, se expone ahora.[/caption]
Radicada en Nueva York desde los 80, la artista de 72 años sigue hoy imparable: tiene dos exposiciones paralelas en EEUU, en Seattle y Ohio, y su pintura de Karl Max (1972) estará expuesta hasta fin de año en el Guggenheim de Nueva York.
El mes pasado, en tanto, recibió el premio que entrega la Fundación Herb Alpert y el California Institute of Arts, dotado de 75 mil dólares y que busca "apoyar a artistas respetados por su creatividad, ingenio y cuerpo de trabajo en un momento de sus vidas en el que están listos para impulsar su obra en direcciones nuevas e impredecibles".
A esto se suma que el Museo Witt de With de Rotterdam le dedica una amplia retrospectiva. Titulada Seehearing the enlightened failure, la muestra incluye pinturas de los años 70-80, esculturas con materiales reciclados, documentos y fotos del archivo de Vicuña. En la inauguración, la artista lució un vestido bordado, hecho por la artista Camila Jiménez Berra, a quien conoció en noviembre cuando hizo una performance con artistas de la UC que participaron en el Mayo feminista. "La revolución de las niñas. Todos somos semilla", se leía en su ropa.
¿Cómo enfrenta esta nueva atención hacia su obra?
Creo que no se debe tanto a mí sino a un cambio de perspectiva de la gente joven, menores de 40 años, que han descubierto mi obra. Estoy en un estado de maravillamiento frente a esta nueva generación y esa emoción se debe a una evolución histórica. Desde joven yo me definí como la 'perturbatriz del orden'. Sabía que lo que estaba haciendo era un rompimiento, tenía plena conciencia de que mi trabajo no tenía espacio en esa cultura, aunque yo misma era producto de la cultura chilena de los 50-60, pero incluso mis amigos no captaban la vibración en la que yo estaba. Hoy estamos en un momento decisivo en la historia de la Humanidad y que haya interés en mi trabajo me llena de responsabilidad.
Nieta del escritor y político Carlos Vicuña Fuentes y de la escultora Teresa Lagarrigue, Cecilia Vicuña se crió rodeada de libros y de amigos intelectuales de su familia. Cuenta que su primer quiebre fue cuando se mudó de niña desde La Florida a la "ciudad", y la inscribieron en un colegio privado. Allí "conocí el matonerío de la gente rica", dice.
El segundo quiebre vino con el Golpe de Estado de 1973, que a ella la sorprendió en Londres, donde cursaba una beca artística. Un año después, Vicuña fundó allá Artist for Democracy y realizó un festival dedicado a Chile en el Royal College of Art.
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Vicuña desarrolló tras el Golpe de 1973 las "palabrarmas", donde dotaba a las palabras de un nuevo significado como Eman sí pasión.[/caption]
Antes de ser artista visual Ud. fue poeta, ¿qué rol juega la poesía en su obra?
La poesía es un hilo conductor en mi vida, porque yo me críe como si el arte fuese una extensión de la poesía. Por eso mi arte se comporta como las palabras, es precario y está siempre desapareciendo. Yo hago y he hecho muchas acciones efímeras que pasan de largo en la historia del arte chileno, porque no se tiene referente. Es interesante como en Chile, donde los desaparecidos son algo tan importante, la idea de la desaparición no ha sido incorporado dentro de la historia.
Interesada en el arte y la poesía, pero también en la ciencia, Vicuña fue invitada en marzo pasado al CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear) y dos años antes participó en una residencia en el Observatorio La Silla. En agosto, la artista le devolverá la mano a científicos y astrónomos del Norte a quienes invitará a ser parte de una exposición en el Centro Cultural España.
¿Cómo se relaciona su trabajo con la ciencia?
He pasado cuatro décadas leyendo de física cuántica y astronomía. Los quipu tienen una dimensión objetual, pero también intangible, representan la cosmología precolombina que creía que las comunidades estaban unidas al origen de las aguas en las galaxias y en las cumbres de las montañas. Entonces hay un cruce entre el mundo ancestral y el mundo astronómico que vamos a desarrollar en esta muestra. Por ejemplo, donde está el Observatorio La Silla hay un cementerio sagrado de la cultura Molle, entonces pasa que el cielo oscuro chileno es valorado por la ciencia, pero también lo fue por las culturas precolombinas.