Dylan y Scorsese: viva la mentira
Tanto a Dylan y Scorsese les hemos perdonado que hayan confundido la fantasía y la realidad, la ilusión y la verdad, en este proyecto único en su especie. Después de todo, ¿no es eso lo que los hizo los más grandes en la música y el cine?
Magia: Bob Dylan y Martin Scorsese lo han hecho de nuevo. En su segundo documental en conjunto, Rolling Thunder Revue -disponible en Netflix y que muestra el tour más aventurero del cantautor, entre 1975 y 1976-, la dupla despacha un registro exuberante en imágenes y agudo al minuto de retratar a un país mortificado por Watergate y Vietnam. Todo es fenomenal, salvo un detalle: ambos nos han mentido en la cara. Hemos caído en su trampa y nos hemos tragado su engaño.
Sharon Stone aparece sobre la mitad del documental y cuenta que conoció a Dylan a los 19, en uno de sus conciertos, cuando a él le llamó la atención su polera de Kiss, para tiempo después invitarla como vestuarista y susurrarle al oído que había escrito una canción para ella: jamás ocurrió. Quizás es una forma de reírse de los rockeros de los 70, voraces a la hora de conocer veinteañeras y embaucarlas con ese truco.
El propio cantautor en otro momento dice que su violinista, Scarlet Rivera, era pareja del cantante de Kiss y que una vez fueron a ver al grupo a Queens, lo que lo inspiró a pintarse la cara durante toda esa gira: imposible, Kiss sólo tocó en Queens en 1973, mucho antes que Dylan conociera a Rivera. Quizás es un modo de burlarse de las megabandas que eran pirotecnia pura y obscena, mientras él montaba un tour al estilo gitano, tocando en pueblos perdidos, subiendo al escenario a cualquiera que se cruzara, manejando él mismo la camioneta en que se trasladaban.
El cineasta Stefan van Dorp, contratado en ese entonces para grabar todo el tour, y el congresista Jack Tanner, quien destaca la sensibilidad política del cantante y su química con Jimmy Carter, aparecen entrevistados en la actualidad y son otros ejes de la historia, aunque hay un problema: nunca existieron. Son interpretados por actores. Quizás es una manera de darle aún más épica a un tour que, en palabras del propio Dylan, fue un desastre.
Una de las mayores gracias de los grandes productos artísticos es que te estimulan, te empujan a tejer conjeturas, activan nuevas direcciones incluso cuando pensabas que no había manera de sorprenderte con otros frentes, sobre todo con figuras que ya rasguñan los 80 años, como Dylan y Scorsese.
"Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad. Cuando no la lleva, es poco probable que la diga", asegura el músico frente a la cámara y sin máscara. "Todo queda perdonado cuando veo a Bob cantar", suelta minutos después Joan Baez, también parte del registro, en lo que finalmente nos sucede a todos: tanto a Dylan y Scorsese les hemos perdonado que hayan confundido la fantasía y la realidad, la ilusión y la verdad, en este proyecto único en su especie. Después de todo, ¿no es eso lo que los hizo los más grandes en la música y el cine?
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