En los meses posteriores al "Once", según contaría a La Nación en 2006 el productor musical Camilo Fernández, sostuvo un particular encuentro con Pedro Ewing, secretario general de Gobierno. Dice Fernández que el funcionario militar le notificó de palabra que los sellos discográficos debían dejar de grabar, editar y publicar música "que atentara contra la nueva institucionalidad". En particular, el "folclor nortino", tras lo cual fueron "retirados del catálogo y cesados de la fabricación" los discos de Víctor Jara, Violeta Parra y Joan Baez, aparte de Quilapayún, Inti Illimani y varios más.
El requerimiento no obedeció a decreto alguno, observa la historiadora Karen Donoso en su libro Cultura y Dictadura. Censuras, proyectos e institucionalidad cultural en Chile, 1973-1989. Fue, más bien, "una acción coercitiva verbal en la cual se establecieron las condiciones en que la industria musical podía seguir funcionando". De este modo el régimen redefinió la cultura y la entretención masivas. Y para el caso, la nueva legalidad no era indispensable para mantener las cosas a raya.
Esta manera un poco ruiziana en que los participantes de una comunicación entienden lo que sirve a su propia subsistencia, se reitera en un ámbito próximo: en el funcionamiento de las peñas folclóricas, la mayoría de las cuales capearon tempestades a partir de 1976 sirviendo vino navegado y ofreciendo música ajena a las radios… con patente de cabaret, pese a existir un giro específico para el rubro.
Académica de la U. Alberto Hurtado, Donoso advirtió que no había textos contemporáneos sobre el tema. Cuenta que planteó esta situación a colegas de su gremio y que algunos le dijeron, "para qué vas a estudiar políticas culturales, si no hubo".
¿Fue así?, se preguntó. Acto seguido, se sumergió en documentos de la época para descubrir, por ejemplo, que hubo en los primeros años de la dictadura "proyectos para crear una política cultural, radicados en una concepción nacionalista y corporativista del Estado". También, que las propuestas de asesores gubernamentales "fueron la base de la política cultural que desarrollaron los gobiernos de la Concertación".
Otros dos libros permiten volver a este período, sumados a los archivos en línea de una ONG. Todos ayudan a pintar el cuadro de una época que solemos mirar con las anteojeras del lugar común.
Distinto y parecido
¿Qué fue el "apagón cultural"? El primero en utilizar la idea fue el contralmirante Arturo Troncoso, ministro de Educación en 1977, en referencia a las bajas calificaciones de los postulantes a las FFAA. Más aún, sectores pro-régimen denunciaron "la despreocupación que el gobierno tendría con las materias culturales, como en el caso de la televisión". Un año antes, el vicerrector de la UC y actual ministro de Justicia, Hernán Larraín, le manifestó en carta pública al ministro de Hacienda, Jorge Cauas, su preocupación por que un mayor precio del libro dificulte el acceso a él, "teniendo presente que el libro chileno es hoy uno de los más caros del mundo".
El "apagón" marcó conceptualmente su época, aspecto que recoge también un título del académico de la U. Finis Terrae Claudio Lagos Olivero: Cine chileno en el Santiago del apagón cultural (1980-1989). El volumen analiza seis filmes locales: Los deseos concebidos, de Cristián Sánchez; Hechos consumados, de Luis Vera; Nemesio, de Cristian Lorca; Imagen latente, de Pablo Perelman; Sussi e Hijos de la Guerra Fría, ambas de Gonzalo Justiniano. La intención es "reconocer el espacio público sobre el que se rodó". Varias tipologías urbanas dice haber encontrado Lagos Olivero: "Por un lado, un Santiago informal, popular y melancólico que se manifiesta como zonas ruinosas, decadentes o antiguas, con poca mantención (...) Por otro lado, se ofrece una ciudad moderna y pujante, plena de zonas recreacionales, plazas y parques, además de edificios modernos y acristalados".
Otros indicios ochenteros recoge Matucana 19. El garage de la resistencia cultural, 1985-1991, de Jordi Lloret, Alfonso Godoy y Rodrigo Araya. El taller mecánico en desuso, devenido "Garage Internacional" para acoger recitales, acciones de arte o la conferencia de prensa de Christopher "Superman" Reeve (1987), dejó huella en distintos ámbitos de la creación, desde la música hasta el cómic. Hoy un libro de gran formato viene a refrendarlo.
Por Matucana 19, a pasos de la Usach, "pasó casi toda la subversiva movilización antidictadura", anotaría Pedro Lemebel, para quien este "galpón periférico" fue "el corazón duro de aquel Santiago crispado por el rechinar de la protesta". Hecha de fragmentos, Matucana 19 es una obra sui géneris que se interna por los entresijos de una historia mayor. A su manera, es lo que hicieron también las publicaciones que entre 1979 y 1991 parió Céneca, hoy disponibles gracias a una iniciativa de la UDP.
Esta "institución de investigación sin fines de lucro" reunió a partir de 1977 a sociólogos, antropólogos y otros profesionales para "reflexionar e investigar los procesos culturales y de la comunicación". Los contenidos de la TV, el teatro y el video populares fueron algunos de sus temas. Hoy, todo está en archivoceneca.cl, y quien lea, por ejemplo, La industria fonográfica chilena (Valerio Fuenzalida, 1985), puede enterarse de que las 10 canciones más tocadas por la radio en 1984 no contemplaron ninguna de factura local, pero sí varias que hasta hoy resuenan: desde "Thriller" (Michael Jackson) hasta "Querida" (Juan Gabriel).