María Moreno empezó a publicar libros a los 45 años, pero eso no significa que su interés por la lengua y por la literatura se hayan despertado tarde; al contrario, conoció a buena parte de la vanguardia narrativa argentina en los 70, a Germán García, una especie de maestro que murió el año pasado y que junto a Luis Gusmán y a Osvaldo Lamborghini fundaron la revista Literal. En los 80 ya su firma se hizo conocida en algunos medios y desde ese momento el feminismo y la disidencia sexual fueron sus banderas. Panfleto, el libro que reúne los textos sobre esos temas, lo atestigua. Pero fue sólo a principios de los 90 cuando Moreno debutó literariamente con El Affair Skeffington (1992): un libro raro, con guiños a las vidas imaginarias, donde abordaba la historia de Dolly Skeffington en la belle epoque. Ese libro fue firmado como Cristina Forero, su verdadero nombre, y puede decirse que fue el grado cero de María Moreno, la escritora que más tarde firmó todos los otros libros que forman su obra.
Por un tiempo, como ella misma ha dicho, su obra fue de gueto, es decir estuvo restringida a un público determinado, pero a partir de Black out (2016) esto cambió y por primera vez se convirtió en una escritora que vendía en librerías; de hecho, agotó la primera edición de esa "novela" en poco más de un mes.
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María Moreno.[/caption]
La obra de Moreno es difícil de encasillar, porque no es la típica narradora, y no es que no sea una narradora de excepción, sino que ese fue su punto de partida. Conoció a Pedro Lemebel y entre ambos surgió una mutua admiración, cuestión que se puede observar en una de las crónicas de Teoría de la noche (2011), quizá su libro más convencional del último tiempo. Lentamente la típica reunión de crónicas pasó a ser más difícil de percibir, porque si bien seguían siendo crónicas, los libros que siguieron a Banco a la sombra (2007) eran algo más que crónicas.
Hoy la obra de María Moreno es tan singular que podría decirse que es ensayo, crónica, biografía, novela, todo junto. Un híbrido que incluso complota contra el concepto de híbrido. De ahí que un jurado compuesto por Alberto Fuguet, Claudia Piñeiro, Fabián Casas, Cynthia Rimsky y Javier Vásconez la hayan premiado con el Premio Manuel Rojas.
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Teorías de la noche (Ediciones UDP), de María Moreno.[/caption]
-¿Qué importancia tienen para ti los premios y distinciones en general?
-No he recibido tantos como para tener una opinión pret a porter sobre el tema. Me gustan los premios que recibí desde el feminismo como el de la Agenda la Mujer o el Lola Mora porque son reconocimientos políticos a una especie de militancia en transferencia con los distintos tiempos del movimiento que ejercí desde los medios aunque no soy una activista. Los premios me dan pudor, un sentimiento de impostura al mismo tiempo que una gran alegría. También pienso que un premio cristaliza una cierta manera de leerme que me obliga a correrme de lo que se supone que hace "María Moreno" ese yo con altoparlante (se ríe). La crítica argentina Josefina Ludmer decía que cada vez que empezaba un libro se imponía una restricción. Me gusta seguir esa consigna. Sin duda es importantísima la retribución económica sobre todo para los que no vivimos de una carrera universitaria, la publicidad o el periodismo que suelen ser los ganapanes de los escritores sin herencia. Me divierte mucho una frase de George Bernard Shaw: "Un artista es alguien que mata de hambre a su propia familia y a sus cinco hijos, explota a sus padres y los deja en la calle, todo antes de claudicar".
Un premio como el Manuel Rojas concretamente se traduce en tiempo para escribir. Me gusta también el personaje que homenajea: autodidacta, anarco, conventillero en sus orígenes, autobiográfico de ficción.
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El jurado del Premio Manuel Rojas.[/caption]
-Vi un pequeño video de la llamada telefónica que te hizo la ministra de Cultura donde estabas halagada por el reconocimiento internacional. ¿Qué tan halagada te sentiste y cómo interpretas ahora ese premio?
-Cuando me llamó la ministra hubiera dicho cómo se escribe en Facebook: Memué. Creo que le contesté en estado zombi. Dije a medias una frase de Andy Warhol: "Me desmayo, me desmayaré, ¿ya me he desmayado?". Me halaga que sea un premio iberoamericano, es decir a obras en español, a un español prófugo de la Real Academia con toda la riqueza de lo local como indica la serie que incluye a Juan Villoro y a Margo Glantz. Estoy más que halagada, estoy pasmada.
-En una entrevista anterior que te hice dijiste que las notas de prensa que haces eran como un borrador y que luego reunías esas notas y de algún modo se formaba un libro, y que eso era posible porque te apropiabas de las consignas que te daba un editor. La gracia a mi entender es que ese procedimiento se ha ido afinando mucho desde Banco a la sombra y llegó a un clímax con Black out. ¿Concuerdas con esta apreciación?
-Esa declaración mía es una bananada, una especie de venganza contra los diarios y revistas donde trabajé, muchas veces muy mal paga como tantes compañeres del área cultura y vida cotidiana que no son las secciones picantes de los medios. Creo que es al revés: escribo en los medios con un estilo nada periodístico y cuando lo estabilizo a través del formato libro sigue siendo el mismo.
-Alan Pauls se refirió tu obra y a la importancia del encargo en tu obra: "María fue toda su vida un bicho de redacción, y todo lo que escribió lo escribió en ese contexto. Por supuesto que todo eso trasciende de una manera bestial el formato, la institución, el estilo y la prosa del periodismo". En los tiempos en que eras más un bicho de redacción, pienso en los tiempos de revista Alfonsina, ¿eras consciente de lo que dice Pauls?
-Empecé a hacer periodismo durante la dictadura y uno de los efectos colaterales de la censura era que en los medios se podía practicar la crónica como laboratorio de escritura y entonces mis textos jamás fueron periodismo. Mis columnas de A tontas y a locas, si las leés son ensayitos muy barrocos y con cero información. Bicho de redacción por el contexto, pero hasta topológicamente se podría decir que yo no estaba ubicada en la redacción propiamente dicha Con Alan, por ejemplo, en el cuartito de la revista Página Treinta en la que la mayoría eran escritores –con obra, contrariamente a mí– o la pieza del fondo, una especie de apartado en Página 12. Eso indicaba otro tiempo y concentración para la escritura, también mayor tiempo para entregar la nota. Periodismo, periodismo hice en La comuna de Buenos Aires. Ojo, no me jacto. Estoy hablando de una carencia.
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María Moreno.[/caption]
-A tal punto puedes adaptarte que en la antología 11 relatos argentinos del siglo XX que hizo Héctor Libertella y en la que incluyó a César Aira, Copi, Alejandra Pizarnik y a ti, que allí entregaste una versión condensada de El Affair Skeffington. ¿Cómo condensaste este libro?
-Esa edición fue de Héctor y creo que el proyecto de todo el libro que es una historia apócrifa y un homenaje en solfa a las vanguardias del siglo XX, incluía la posibilidad de ser cortado en dos. Pero ¡caramba en qué serie quedé!
-Argentina vive momentos interesantes desde hace más de un año, con la exigencia de una ley de aborto, pero además con una cuarta oleada de feminismo. Recientemente publicaste Panfleto, y ahí uno puede ver muy bien que muchas de las demandas actuales las venían reivindicando hace treinta años. ¿Qué de especial tiene este feminismo?
-Suelo decir que esta es una revolución sin fracaso y sin pasado. El espacio donde la política emancipatoria está viva y que cambia, aún con todas sus contradicciones, los modos de hacer política. En sectores minoritarios hay un retorno del biologisismo bajo la autoadscripción de un feminismo anticapitalista, materialista y hasta nacionalista, como si aquel que quiere discutir no militara radicalmente con estos términos. Excluir al trans feminismo es negar la historia y las decisiones ya tomadas colectivamente. Es decir, se trata de la quita de derechos adquiridos, en última instancia, un método macrista. Esto no es un debate más en la Argentina. La militancia de Lohana Berkins, Marlene Wayar, Diana Sacayán, Mauro Cabral es estructural al feminismo, más allá que se reconozcan en él o no. No es un llamado al pie de página ni la cereza en el cóctel democrático.
-El #MeToo también ha sido una cuestión que se ha venido discutiendo. El año pasado vino al FILBA Catherine Millet que tenía una posición en contra al #MeToo, de hecho en la conferencia inaugural planteó algunas de las cosas que intelectuales francesas como ella sostenían. Entre el #MeToo y lo de Millet, ¿con qué planteamientos te sientes más cercana?
-Lo que Millet hizo en el Malba de Buenos Aires fue una especie de resumen de Lerú de los feminismos franceses expropiando una serie de debates históricos. Es decir, habla como si no se hubiera hablado antes. También es una estrategia de "los muchachos": antes de La tercera mujer, de Giles Lipovetsky, y La dominación masculina, de Pierre Bourdieu, por ejemplo, han existido innumerables y polémicas producciones teóricas de los feminismos, cuyos debates incluían intereses nacionales, políticas universitarias, herencias de la discusión entre psicoanálisis y marxismo, otros que refutaron de maneras convincentes las hipótesis del llamado feminismo antiporno y antihombre, sólo que esos trabajos no figuraban ni en los pies de página de los textos de esos maestros revelados del megasexo. Lo mismo que en el discurso de Millet. Y podemos decir que esa idea de haberse autoengendrado como autora al igual que un paramecio también existe en el feminismo local. La vieja cochina (lo digo con cariño) ganó fortunas contando intimidades [en La vida sexual de Catherine M., editada en castellano por Anagrama], que son besos colombinos si se leen o ven en relación a las obras de arte y literarias de los disidentes sexuales y las feministas de hoy. Incluso llamó al abandono de un supuesto puritanismo. Ni hablar de su crítica a la palabra "sororidad", que evidentemente le evoca la manera en que lo musulmanes se llaman entre ellos "hermano" o "hermana": parece un fallido racista. Sobre todo me molestó la condescendencia colonial con que, en plena marea verde, se puso a explicar el "Yo aborté, el manifiesto de las 343 zorras", como si fuera una revelación, a jactarse de su revisión de Simone de Beauvoir, cuando ya hay una infinidad de textos locales académicos sobre ella a partir de sucesivas jornadas del Instituto de Estudios de Género y sobre todo de generaciones y generaciones de lectoras. ¡Y eso de explicarnos en el país de las psicólogas la frase de Lacan "La mujer no existe"! El despotismo colonial progresista le impidió siquiera googlear para ver en qué país estaba. Llegó a advertir sobre el puritanismo cuando una de las consignas del #NiUnaMenos es "Nos mueve el deseo" y uno de sus "panfletos" Putita golosa, de Luciana Peker. Por no hablar de toda una política erótica feminista de los suplementos de género de ya treinta años.
Creo junto a Rita Segato que hay que inventar una genealogía propia, del sur. Tanto el #MeToo como la respuesta francesa pertenecen a contextos gringos que no podemos simplemente traducir. Aunque hay en los papeles del feminismo internacional ideas valiosas para leer críticamente.
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Black out (Literatura Random House), de María Moreno.[/caption]
-Finalmente, ¿en qué va el proyecto de hacer Fragmento de un discurso amoroso pero adaptado?
-Va lento, porque el amor puede ser corto pero siempre elocuente hasta la cháchara y sus figuras retóricas infinitas.
-Y ahora sí lo último. En la entrevista anterior que te hice dijiste que éxito y terror para ti estaban ligados. ¿Sientes que este premio que te da el gobierno chileno es un éxito?
-Me refería a mi pánico escénico que no cede y que cualquier reconocimiento público desata. "Éxito" no es una palabra que uso. Este premio es un honor, sí. "Éxito" podría ser no tanto un reconocimiento sino darte cuenta de que vas escribiendo lo que podés soportar de tu deseo y con el mayor rigor del que sos capaz pero riéndote a las carcajadas, porque el paso a la publicación siempre implica un grado enorme de impostura.