El 4 de agosto de 1939, un barco de carga y pasajeros, con capacidad original para transportar a un centenar de personas, zarpó desde el puerto fluvial francés de Pauillac con 2.078 refugiados republicanos españoles. Un mes después, venciendo las más complejas dificultades, la nave arribó a las costas chilenas con sus pasajeros a salvo.
"Para que esto fuera posible confluyeron varios elementos, pues al contexto de la Guerra Civil y la persecución hay que añadir el triunfo del Frente Popular con Pedro Aguirre Cerda", explica el ensayista, investigador y autor del libro Winnipeg: testimonios de un exilio (2014), Julio Gálvez, aludiendo así al hecho de que el eventual triunfo de otro bloque político en las elecciones de 1938 en el país hubiese desactivado la iniciativa humanitaria.
En efecto, los sectores más conservadores de la época realizaron una intensa campaña en sus órganos de prensa para rechazar cualquier acción de esa naturaleza. Y mientras presionaban advirtiendo que los republicanos que eventualmente vendrían eran gente peligrosa que, además, arrebataría sus puestos de trabajo a quienes les darían asilo, Pablo Neruda se reunía con el Mandatario para afinar los detalles de la compleja misión que el poeta encabezaría bajo el nombramiento de cónsul para la inmigración española.
El vate coordinó la solidaridad internacional que permitió financiar la operación. Pero a los fantasmas de una posible zozobra en altamar se sumaban problemas como la alimentación a bordo, las insistencias de Santiago para limitar el número de pasajeros y acotar el perfil ocupacional de los mismos -un frustrado intento por excluir a los intelectuales y artistas- y la arremetida bélica emprendida por Hitler en plena travesía del Winnipeg. Temeroso de un eventual bombardeo nazi contra la embarcación, y distante de la causa que inspiraba a los organizadores del viaje, el capitán, Gabriel Poupin, tramó el regreso a Francia. Sin embargo, una delegación de los refugiados lo enfrentó con la algo más que sugerente idea de que "usted se podría caer al mar, y nosotros podemos llegar el barco a Valparaíso".
Con múltiples contingencias y dos nacimientos a su haber en cubierta, la embarcación atracó el 26 de agosto en Arica -donde descendieron algunos españoles- y siguió rumbo a Valparaíso, arribando al Puerto la noche del 2 de septiembre. Allí, a la mañana siguiente, los republicanos fueron recibidos con fervor por miles de chilenos, incluidas varias autoridades. Campesinos, pescadores, obreros metalúrgicos, zapateros y artesanos se contaban entre quienes cruzaron el océano. Con ellos, arribaron al país varios nombres que en las décadas siguientes nutrieron el mapa cultural de Chile, como Mauricio Amster, Leopoldo Castedo, Víctor Pey y dos pintores que obtendrían más tarde el Premio Nacional de Artes Plásticas: Roser Bru y José Balmes. Precisamente este último, quien realizó el arriesgado periplo a bordo siendo niño, diría después que "ni siquiera al final de mi vida voy a hacer lo suficiente por agradecer el hecho de estar en este país y de ser ciudadano chileno, gracias justamente a Pablo Neruda". El vate, en tanto, al rememorar ese capítulo, escribió: "Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie".
Con miras a dar relieve al aniversario número 80 del emblemático episodio, tendrán lugar en el país variadas actividades. Entre ellas, la inauguración de un Ciclo de Cine en el Exilio, el 5 de agosto, en el Centro Cultural de España (CCE); el lanzamiento del libro Pablo Neruda y el Winnipeg, el día 28 del mismo mes, y jornadas pedagógicas en colegios de Arica. En septiembre, en Valparaíso, se descubrirá una placa recordatoria del arribo, mientras el día martes 3 está previsto un homenaje en la Sala de Sesiones del Senado.