Sobre sus piernas descansaba una carta, salpicada de sangre y destinada a su hermano Nicanor. Violeta Parra había pasado toda la tarde sentada en su cama, en una sencilla cabaña junto a la carpa que había instalado en La Reina. Escribía y bebía vino. Era un domingo de verano y desde el tocadiscos sonaba reiteradamente la canción venezolana "Río Manzanares": "Manzanares, manzanares/ con tu corriente pa'rriba/ por una mujer bonita/ yo quiero perder la vida". Poco antes de las seis de la tarde, un balazo acabó con la calma de ese día.

"Si juntamos dos mil hombres no alcanza a salir de ellos un cuarto de hombre", escribió la compositora aquel 5 de febrero de 1967.

"Desesperada, nada. Clarificada.

Dice uno por ahí que los Parra son cortados a una misma tijera. El que lo dice debe haberlo cortado por un serrucho.

Yo no me suicido por amor. Lo hago por el orgullo que rebalsa a los mediocres".

Durante décadas, las últimas palabras de la artista más significativa de la música chilena permanecieron en la intimidad familiar. Nicanor Parra mostró la carta a un círculo estrecho de conocidos y su contenido adquirió bordes legendarios.

"La 'Carta del vidente' de Rimbaud no es más lúcida, no es más apocalíptica, no es más humilde", dijo Nicanor Parra en su libro de Conversaciones con Leonidas Morales.

Más de medio siglo después y a un año de la muerte del antipoeta, el contenido de la carta de suicidio es revelada por la periodista Sabine Drysdale en "Violeta Parra: la violenta Parra", uno de los 13 perfiles que integran el volumen Extremas, recién publicado por Ediciones UDP.

"La aparición de fragmentos de la mítica carta de Violeta Parra dirigida a Nicanor antes de suicidarse son tremendos", dice Matías Rivas, director de publicaciones UDP. "Le dan al texto contundencia, ya que está la voz de la protagonista expresándose en una situación límite. Es un gran perfil. Memorable", añade.

Artista de una fuerza arrolladora, de enorme creatividad y personalidad de rasgos bipolares, a los 49 años Violeta Parra atravesaba una profunda crisis, acentuada por el fracaso de la carpa de La Reina y la relación con el suizo Gilbert Favré.

Trece años menor, Favré conoció a Violeta Parra en 1960 y mantuvo con ella una relación atravesada por los conflictos facilitados por el genio complejo de la artista: su profunda sensibilidad eventualmente podía pasar de la dulzura a la violencia.

"De vez en cuando teníamos enfrentamientos que rozaban la tormenta. Con Violeta la vida era tan tensa que de vez en cuando pensábamos que una pequeña separación era necesaria", contó Fravré en sus memorias.

Valorada por un influyente círculo de artistas e intelectuales, el aprecio popular en cambio le fue esquivo. La sobrevivencia fue un problema prácticamente insoluble para ella, así como el reconocimiento masivo. Su último gran proyecto, La Carpa de la Reina, su sueño de una universidad popular, naufragó entre la indiferencia, la lejanía, el frío y la lluvia.

Inaugurada en diciembre de 1965, en un terreno cedido por el alcalde Fernando Castillo Velasco, la carpa se levantaba sobre una estructura de palos, piso de tierra y un escenario de tablas. Al medio había un fogón donde la artista asaba carne y cocinaba sopaipillas. Distante del centro de Santiago, donde sus hijos Ángel e Isabel llenaban su peña cada noche, y de difícil acceso, la carpa recibía muy poco público, a veces ninguno.

Un año después era un apoteósico fracaso.

La decepción la invadía, resintió su relación con Gilbert y la enemistó con su entorno.

A inicios de 1966, Violeta Parra conmocionó a sus cercanos: una sobredosis de calmantes la condujo al hospital. Cuando despertó, le dijo a Favré: "Si no haces lo que te digo, me voy a suicidar de verdad".

El volvió a La Reina, recogió sus cosas y se dirigió a Bolivia. Ella compuso "Run Run se fue pa'l norte".

Ultimas composiciones

Por aquellos días, Violeta Parra le cantó a Margot Loyola y su marido Osvaldo Cádiz uno de sus nuevos temas, "Gracias a la vida". La canción formaría parte del disco Las últimas composiciones (1966), su obra cumbre, una soberbia muestra de su genio y su madurez artística. Pero aquella vez la interpretó de un modo preocupante: "¿Pero por qué la canta así, si es tan linda la letra?", le preguntó Margot Loyola, recoge Drysdale.

Una de esas noches frías y lluviosas Violeta Parra se quedó tomando mate con la artesana Amalia Chaigneau. "Echó garabatos contra todo el mundo, entre ellos contra los dos chiquillos, sus hijos. Estaba muy peleada con ellos, porque no querían meterse en el proyecto de la carpa. Tenían razón a lo mejor los chiquillos. Ella quería hacer un centro de música popular que pudiera proyectarse un poco más socialmente y ellos querían una peña, ganaban plata y podían vivir de eso", cuenta en el libro. Violeta habló también contra el Partido Comunista: "Decía que la había botado después de que ella había sido muy colaboradora con los organismos del partido, aunque no era militante".

Poco después de la partida de Favré, se acercó a La Reina el músico uruguayo Alberto Zapicán. La encontró deprimida, sola y con la carpa en muy mal estado. "La gente la aplaudía, pero ella no tenía una retribución como para solventar los gastos", dice hoy con más de 90 años, en contacto con la autora del perfil. "No había nadie que le ofreciera una mano".

"Peleaba por todo, lo bueno, lo malo", dice al abogado Nurieldín Hermosilla, su amigo, en las páginas del libro. "Que todos la perseguían, que eran unos cabrones… Yo nunca la vi bien en la carpa. Nunca", agrega.

Antes del 5 de febrero de 1967, Violeta Parra llamó a la muerte otra vez: se cortó una muñeca. Alberto Zapicán, que vivía con ella, reaccionó a tiempo y la llevó a urgencia. Pero la tercera fue inevitable. "Ella estaba muy convulsionada emocionalmente, muy desbordada y en algún momento se automedicaba, y tenía fondeadas unas pastillitas y se las tomaba. Por ahí tomaba una copita de vino y como había tomado pastillas le hacía una convulsión interna. Había un matrimonio que cuidaba la carpa. Ese matrimonio había escondido el revólver, pero buscaba y buscaba hasta que al final lo encontró", dice Zapicán.

"Lo di todo"

Lejos de un ánimo melancólico o nostálgico, la carta exhibe un espíritu airado. De algún modo Violeta Parra transparenta en ella sus frustraciones y dolores, pero en un tono de amargura y rabia. Dedica palabras de gratitud a Nicanor, crítica a los revolucionarios y se dirige severamente a sus hijos, sobre todo a los mayores, Ángel e Isabel. Escribe:

"Mi madre es una reina mañosa.

La Carmen Luisa despertará frente al vacío que deja su madre.

Me cago en los discursos de despedida. (…)

Los revolucionarios clandestinos le han quitado una luchadora al país.

No tuve nada. Lo di todo. Quise dar, no encontré quien recibiera.

Ángel está prisionero. Isabel también. Carmen Luisa también, pero de la nebulosa. Y no como los anteriores huevoncitos grandes. Los deslumbran los encerados.

Pucha qué gran tipo es Nicanor. Sin él no habría Violeta Parra. Pero al pobre yo le escondo todo porque le rompe el corazón.

El presidente Frei es un farsante. Fidel es un romántico. Lenin se equivocó.

No quiero que mis hijos sean más cobardes".

Los fragmentos corresponden a una copia hecha por Nicanor Parra el 28 de julio de 1988.

Isabel Parra, presidenta de la Fundación Violeta Parra, dice a Culto que ella no ignoraba las palabras de su madre: "En fin, esa carta la conozco y su hermano Nicanor la tenía y me la mostró. Es natural que ahora aparezca por la cercanía de la UDP con los hijos del tío. Algún día lo iban a hacer. Tienen otros genes y así funcionan (...). Venderán libros manoseando la vida de estas mujeres. Muchos se alegrarán. Otros no".

Trece mujeres radicales

"Son todas mujeres entregadas a un deseo, a una pulsión; lo que más me gusta como editora es buscar los matices, y aquí hay mujeres geniales, muchos talentos, pero ninguna es angelical", dice Leila Guerriero, la periodista argentina que ofició de editora de Extremas. El volumen recoge perfiles de 13 mujeres latinoamericanas, del arte a la guerrilla y el deporte. En el conjunto destacan el perfil de la poeta Stella Díaz-Varín por Oscar Contardo; la artista cubana Ana Mendieta, por Alan Pauls, y la argentina Liliana Maresca, por Mauro Libertella.