Santaferia está en Nueva York a minutos de uno de los shows más significativos de su carrera, aquellos que se reproducen con letras mayúsculas en la bitácora de una banda, esa suerte de hito que subraya un antes y un después en el destino de cualquier conjunto. Pero algo empieza a fallar.
En la noche del pasado jueves 11, un puñado de detalles técnicos están retrasando su presentación en el club Drom, al sur de Manhattan, y están despertando los nervios de los propios organizadores del espectáculo.
Por eso, los once músicos apretados en un estrecho camarín intentan inyectarse ánimo y tranquilidad, recuerdan que llegaron hasta acá para pasarlo bien, bromean que quizás en esta ciudad "no están acostumbrados a bandas de esta magnitud", los más creyentes apelan a su devoción por quien está más arriba, otros en plan menos solemne citan a una divinidad mucho más pagana, J Balvin, al recordar que el colombiano dijo que "los sueños siempre se cumplen", mientras los de más allá prefieren los dogmas propios mencionando que ellos son "los bomberos de la cumbia, siempre listos para apagar incendios", y que hay que volver a sentirse como antes, como en los viejos tiempos, cuando las demoras en clubes subterráneos y estrechos eran el hábito y no la excepción. Eso sí, Santaferia, en muchos sentidos, ya no son los mismos de antes.
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Foto: Carlos Müller.[/caption]
Bares, ritmo y Manhattan
Nacidos en 2006 en Santiago, el grupo se consagró en la última década como el más popular de la generación de la cumbia chilena que renovó el género a través de la fusión de estilos y de un discurso que va más allá de la pachanga, con tres álbumes, presentaciones masivas en lugares como el Movistar Arena, o en festivales tan disímiles como Olmué, Lollapalooza y La Pampilla. Pero, por sobre todo, su éxito en el boca a boca los hizo saltar del mundo real al digital cuando en abril se convirtieron en la banda local más escuchada en Spotify desde que la plataforma se habilitó en el país en 2013.
Quizás como consecuencia de todo aquello, arribaron a principios de esta semana a Nueva York para participar en el festival LAMC, uno de los más relevantes consagrados a la música latina en el mundo, y para ejecutar un plan mucho más propio y ambicioso: grabar sus dos nuevos singles en los estudios Sear Sound, uno de los más legendarios de la ciudad y en donde se encerraron por exigentes 12 horas el martes pasado.
Un sitio enclavado a pocas cuadras de Times Square y que en sus registros exhibe a clientes ilustres como David Bowie, Eric Clapton, Bob Dylan y Björk, mientras que en sus paredes hay fotos de Paul McCartney con el dueño del lugar o un dibujo original de John Lennon cedido por Yoko Ono como agradecimiento. Pero esa jornada, la imagen más protagónica del recinto no le pertenecía ni a un ex Beatle ni a una veterana superestrella de los 70; justo en los accesos principales habían varios carteles pegados que alertaban: "Santaferia production session".
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Foto: Carlos Müller.[/caption]
Ya en terreno, y en sincronía con ese carácter estelar, los dos productores encargados de la faena eran el argentino Guido Nisenson, de amplia trayectoria en trabajos con Charly García, Andrés Calamaro, Los Pericos, Manuel García o Joe Vasconcellos; y el estadounidense Joe Blaney, un tipo alto, de pómulos rojos y facha de galán del viejo Hollywood, pero que figura sin discusión como uno de los arquitectos de las cumbres del rock hispanohablante de los últimos 40 años, como la era más rotunda de Charly (Clics Modernos, Piano bar, Parte de la religión) y Calamaro (Alta suciedad, Honestidad brutal), además de constituirse como el aliado de Los Tres en los 90, con rol de productor en Fome y el MTV Unplugged.
Pero cuando los músicos de Santaferia empiezan a probar micrófonos y hacen vibrar congas y timbaletas, Blaney, ya instalado tras una imponente mesa de sonido con bordes de madera y propia del mundo análogo de fines de los 80, suelta sin aprensiones: "Parece que nunca me había tocado grabar esa clase de sonido".
Muchas horas después, cuando la labor ya está casi resuelta, el norteamericano se sienta en un sillón, dispara anécdotas no sólo de sus inicios como productor de Ramones y The Clash ("vaya que era complicado trabajar con los Ramones", suspira) , sino que también revela que viene de una familia de instrumentistas vinculados al jazz y a lo afrolatino, por lo que la música de sabor tropical en ningún caso la resulta ajena.
"Vivo en Nueva York, donde nació todo aquello. Pero lo más importante de trabajar con grupos jóvenes es que siempre te sorprenden y desafían. Te muestran una visión más fresca. Ese entusiasmo es el que he visto en Santaferia", comenta.
Pero si Blaney es un hombre curtido en los desafíos y en los camarines difíciles, Nisenson también es un devoto de la alta competencia. El argentino, que reside desde 2016 en Santiago, se mueve en la misma sala de grabación como un DT aleccionando a sus pupilos antes de una final, comentando cada detalle, solicitándoles que partan una y otra vez cuando la tarea no marcha según lo planificando, advirtiendo a algunos integrantes que pudieron haber extraviado la concentración entre el calor y el paso de las horas. Para Santaferia, es una suerte de santo patrón que llegó para exprimirles toda su voracidad creativa.
"No se vuelvan locos, si tiene alguna duda, me avisan, me dicen. Estamos acá para pasarlo bien", aleona el trasandino, con una expresividad que corrobora el temperamento efusivo que siempre impone la personalidad rioplatense.
De hecho, fue el propio Nisenson quien les trazó el puente con Blaney –ambos amigos de vieja data- para que pudieran grabar en la Gran Manzana, en uno de los logros más notables para el fenómeno de la nueva cumbia chilena, el estilo que desde hace años disfruta de mucho más arrastre en el país que el pop o el rock.
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Foto: Carlos Müller.[/caption]
Bajo esas órdenes, registraron Esperemos que las vacas vuelen, un track de acento rockero, ritmo vertiginoso y latigazos hacia la coyuntura; y Manso bacayo, de pulso más pausado y que, quizás por eso, costó mucho más grabar. Ambos tienen fecha estimada de estreno para antes de Fiestas Patrias.
En los días posteriores, hicieron imágenes para su nuevo videoclip, posando en el puente de Brooklyn o rindiendo tributo a Lennon en su memorial del Central Park, donde se animaron a cantar de modo improvisado la McCartniana Hey Jude junto al guitarrista callejero que anima a la estampida de turistas que día a día llegan como peregrinos a fotografiarse al espacio conmemorativo.
También en las jornadas siguientes hubo minutos para la promoción y para reunirse con algunos medios latinos. "Para nosotros es un gran logro estar acá, una experiencia que nos propusimos y que finalmente nos hace crecer como banda", soltó el guitarrista Mauricio Lira ante los micrófonos.
"Estamos felices por lo qué pasó en el estudio", acotaba el saxofonista Diego Muñoz, flanqueados de cerca por el mánager del colectivo, Cristóbal González, histórico músico de Santo Barrio y uno de los artífices del ascenso de Santaferia.
Aunque lo más intenso estaba por venir y llegó con el show del jueves como parte del LAMC.
Cómo no te voy a querer
La misma instancia que por segundos parecía cuesta arriba. Cuando por fin lograron saltar a escena, pese al atraso y a los traspiés en el sonido, y con el cantante Alonso "Pollo" González despachando hits como El gil de tu ex o Asociégate cachorra, el reducto parece un trozo del bar Las Tejas o del Galpón Víctor Jara entre los rascacielos de Manhattan.
Hay chilenos residentes, que llegaron desde Queens, Filadelfia o Connecticut, empuñando banderas tricolores en primera fila, vistiendo camisetas de la U o cantando como si fuera la última fiesta de sus vidas. Hasta un robusto metalero con parches de Slayer se agita entre el gentío: el alcance de Santaferia siempre ha sido transversal.
Emilio Bernal es mexicano, vive en Nueva York y muestra un cartel que dice "I love SF" en referencia a las iniciales del conjunto, pero también a algo más: llegó para agradecerles que con sus temas lo hicieron zafar de la depresión. "Los descubrí y gracias a ellos pude encontrar la vida de nuevo", dice tras culminar un recital que se extendió por poco más de media hora.
En muchas entrevistas en los años recientes, los integrantes de Santaferia han contado que esos relatos se repiten, los de jóvenes que sólo pueden resistir la existencia a partir de sus canciones. Quizás esa sea una de las lecciones de una travesía como esta: más allá de las estadísticas efervescentes, los productores reputados y el lugar del planeta donde estén, Santaferia vive en la gente. En el público que los ha alzado como representantes ineludibles del cancionero chileno actual.