Aún recuerda y hasta recita algunas de esas líneas. Han pasado 50 años desde que Víctor Jara vio en ella algo más que a una buena actriz de comedia, y de que la convocara para encarnar a Antígona, la justiciera de Sófocles y uno de los personajes femeninos fundamentales de la dramaturgia universal. Subió a las tablas del Teatro Camilo Henríquez con 22 años, en 1969, y el peso de las cadenas le dificultaba cada paso. Pero no fueron obstáculo para el rigor ni la presencia escénica de Ana Reeves (1948), quien hoy vuelve a recordar un extracto que nunca apartó de sí.
"La patria no es el lugar donde se vierte el sudor, ni el sitio que se desmorona envuelto en llamas ni el lugar donde el hombre inclina la cerviz. Eso no es lo que el hombre llama patria, Creonte, hijo de Meneceo", recuerda. "Nunca me olvidaré de este texto", agrega desde las butacas del Teatro UC. "Ese papel me marcó. Todos lo hacen, pero me costó mucho hacerlo. Sin la dirección de Víctor no hubiese podido. Sentía que Antígona estaba parada al lado mío y que yo no podía entrar en ella ni hacerla entrar en mí. Yo era muy pendeja".
Hace unos días, la actriz volvió a las tablas con Todos mienten y se van, la nueva obra de Alejandro Sieveking que se mantendrá en cartelera hasta el 17 de agosto en la misma sala de Plaza Ñuñoa. Dirigida por Alejandro Goic, allí Reeves reemplaza a Bélgica Castro -quien a sus 98 años lucha contra el alzhéimer- en el rol de Gregoria, una longeva diva del teatro. Junto a Guillermo (Sieveking), su amigo escritor y quien acaba de reflotar su fama tras escribir una biografía de Roberto Bolaño, vuelven al mismo café en el centro de Santiago donde transcurría la exitosa Todo pasajero debe descender (2012).
Entre sorbo y sorbo, contemplan cual voyeurs los turbulentos cambios que ha experimentado el país.
"Bélgica y Alejandro me vieron actuar en una de las primeras obras que hice, Casimiro Vico, Primer actor de Armando Moock, en los 60. Después de la función pidieron conocerme", recuerda. "Me invitaron a tomar té a su departamento, y me dieron varios consejos. Me dijeron que no me apurara, que diera mi vida por esto. Estaban inculcándome sus propios valores. Siempre han sido maestros para mí, e imagínate, reemplazar a la Bélgica es un regalo y un homenaje para ella. Y también para mí".
-¿Cómo se planta en el escenario en cada uno de sus regresos?
-Cada vez con mayor rigor, en eso soy catete. No puedo subir al escenario haciendo cualquier cosa, y me planto también en ese sentido de fuerza y energía que tenía Antígona frente al mal, frente a los demonios anti-teatro y a la mediocridad, porque varios colegas más jóvenes cambiaron el rigor por la frivolidad. Yo me planto en el escenario no queriendo hacerme parte de esa mediocridad, ni arriba ni abajo del escenario. Y lo hago también con toda la felicidad que me produjo desde la primera vez que me subí, y espero sentir lo mismo cuando me toque la última.
-¿Qué tanto ha cambiado el teatro para usted en 50 años?
-No puedo decir si está mejor o peor. El teatro siempre va evolucionando de acuerdo a las épocas. Para mí, mientras tú estés arriba del escenario tienes que provocar algo. Debe ser un lugar donde no vayas solo a reírte, como dicen muchos, sino a reflexionar, a sentirte tocado por algo, pero que no te deje indiferente. El teatro es una gran responsabilidad. Exige rigor, responsabilidad y profundidad que te van dando los años. Afortunadamente, tuve grandes maestros que me transmitieron valores sólidos y nunca me he apartado de ellos. Ni quiero hacerlo, porque ahora yo misma los enseño.
Todos mienten y se van
Alejandro Sieveking
Duración: 90 minutos.
Miércoles a sábado, 20.00 horas. Hasta el 17 de agosto.
Teatro UC. Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa -ubicación exacta en el siguiente plano de Google Maps-.
Entre $4.000 y $10.000.