Antón Chéjov, la literatura como amante
En Culto perfilamos a uno de los autores destacados de la literatura universal. De profesión médico, destacó tanto en el campo del relato breve como en el teatro. Hablamos sobre su vida, su estilo, la muerte como tópico y su método.
En 1889, Antón Chéjov fue a la cárcel. No, no estuvo preso. Se trató de un viaje con fines experimentales. Resulta que, por casualidad, leyó unos apuntes de su hermano Mijaíl, quien estudiaba derecho penal. Tras la lectura concluyó que nadie sabía cómo se vivía en las cárceles, o cómo vivía un condenado a trabajos forzados. Entonces, para presenciarlo de primera mano decidió realizar un viaje a la cárcel de Sajalín, un recinto penal ruso ubicado en el Océano Pacífico, limítrofe con Japón. Pidió permiso a las autoridades y se lo concedieron. El resultado de su visita fue el libro llamado La isla de Sajalín, donde da cuenta de todo lo visto.
La anécdota ilustra cómo el escritor ruso trabajaba los temas de sus relatos, con poco de fantasía y mucho de realidad.
Antón Chéjov nació en 1860 en Taganrog, una ciudad que pertenecía por esos días al imperio ruso y se encuentra ubicada a orillas del mar de Azov, que a su vez, conecta con el mar negro.
Su profesión no tenía nada que ver con las letras, era un médico. De hecho, trabajó gran parte de su vida en hospitales, pero desde muy joven había sentido la inclinación por escribir. Así, en muchos de sus cuentos está presente la muerte, algo que por su profesión adquirió mucha cercanía. "Solía decir que en realidad era médico y que pronto dejaría de escribir. La medicina era su legítima esposa, y la literatura, su amante. Y añadía que no tardaría en abandonar a esa amante", cuenta Natalia Ginzburg en su libro Anton Chéjov (Acantilado, 2006).
"En Chéjov, no se producen curas milagrosas. Cuando los personajes enferman, mueren. Es difícil pensar en una obra de teatro o relato de Chéjov donde no se produzca alguna muerte (o donde ésta, habiéndose producido ya, no proyecte su sombra, como en el caso del ahogamiento del hijo de Ranévskaia en "El jardín de los cerezos"). La muerte es la bisagra sobre la que gira la obra", explica Janet Malcolm en su libro Leyendo a Chéjov (Alba Editorial, 2004).
Chéjov tenía plena conciencia de lo que él quería escribir. En una carta escrita a su amigo Alexei Suvorin, de enero de 1889, explica con sus palabras las cosas que lo inspiraban. "Lo que los escritores de las clases superiores han recibido gratis de la naturaleza, los plebeyos lo adquieren a costa de su juventud. Escribir el relato de cómo un hombre joven, hijo de un siervo, que ha trabajado en una tienda, cantado en el corto y estudiado en el instituto y la universidad, que ha sido educado para que respete a toda persona de rango y posición superior, bese la mano de los sacerdotes venere las ideas ajenas, se sienta agradecido por cada pedazo de pan, que ha sido azotado muchas veces, que ha cambiado penosamente sin chanclos de la casa de un pupilo a la de otro, que se ha acostumbrado a pelear y a atormentar a los animales, que gusta de cenar con conocidos ricos y ha sido hipócrita ante Dios y ante los hombres por la simple conciencia de su propia insignificancia: escribir cómo ese hombre joven se libera del esclavo que hay en él, gota a gota, y cómo, al despertar una hermosa mañana, siente que ya no hay sangre de esclavo en sus venas, sino sangre de un hombre de verdad".
Cuando Chéjov habla de ser hijo de siervo lo decía en forma literal. En rigor, él había sido nieto de un siervo de la gleba, quien compró su libertad y la de sus hijos. Uno de ellos, Pavel, fue el padre de Antón, un tendero de Taganrog . Según lo describe Natalia Ginzburg en su citada obra: "Era un hombre despótico, colérico, de humor cambiante y de una sórdida avaricia, fruto de las dificultades económicas, pero también de su enfermizo apego al poco dinero que le daba la tienda. Era un hombre devoto. El dinero y las prácticas religiosas dominaban sus pensamientos y sus días".
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Retrato de Chéjov en 1889, por Osip Braz[/caption]
"Leyendo, mirando y escuchando"
El académico italiano Piero Brunello compiló las cartas de Chéjov y extrajo desde ellas todo lo relacionado a temas de escritura, ese esfuerzo resultó en el libro Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores. Ahí, el oriundo de Taganrog señala, por ejemplo: "Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina; se puede engañar a la gente, incluso a Dios; pero en el arte no se puede mentir" (carta fechada alrededor del año 1900).
En el mismo compilado aparece otra misiva, dirigida a Suvorin, donde Chéjov se refiere al método que empleaba para comenzar a escribir, que tiene mucho del método científico, pues parte de la observación. "El artista no debe convertirse en juez de sus personajes ni de sus palabras, sino en un testigo desapasionado. Si escucho un discurso incoherente y deslavazado de dos rusos sobre el pesimismo, debo referirlo en la misma forma en que lo he oído; emitir un juicio es cosa del jurado, es decir, de los lectores. Lo único que necesito es tener el talento necesario para distinguir las opiniones importantes de las que no lo son, saber presentar a los personajes y hablar con sus propias palabras" (30 de mayo de 1888).
Es decir, Chéjov planteaba mirar su entorno para posteriormente, escribir sus cuentos. Lo reafirma en otra carta a Suvorin, fechada el 9 de marzo de 1890, donde le cuenta de sus preparativos sobre el texto La isla de Sajalín. "En cuanto a Sajalín […] sólo quiero escribir cien o doscientas páginas y saldar de ese modo la deuda que he contraído con la medicina a la que, como sabe, he tratado como un cerdo. Es posible que no consiga escribir nada, pero ni siquiera en ese caso el viaje pierde su fascinación: leyendo, mirando y escuchando, descubriré y aprenderé muchas cosas. Aún no he partido, pero gracias a los libros que he tenido que leer en estos últimos tiempos, he aprendido muchas cosas que todo el mundo debería conocer bajo pena de cuarenta azotes, y que yo desconocía por completo".
En otra carta, plantea que lo ideal es escribir un cuento en un plazo breve de tiempo. "Para escribir un relato se requieren cinco o seis días, durante los cuales uno no debe pensar en otra cosa; en caso contrario, las frases no adquirirán nunca la forma adecuada.
Antes de ponerla en papel, cada frase debe permanecer en la cabeza un par de días, para adquirir cuerpo. En realidad, yo mismo soy demasiado perezoso para atenerme a esa regla, pero como usted es joven se la recomiendo fervientemente, pues he experimentado muchas veces sus efectos beneficiosos, y sé que los manuscritos de todos los auténticos maestros han sido emborronados de arriba abajo, desgastados y cubiertos de añadidos que a su vez están llenos de tachaduras y correcciones" (A Aleksandr Lázarev-Gruzinski, Moscú, 13 de marzo de 1890).
En este sentido, ¿cuáles serían los rasgos de la obra de Chéjov? La académica y crítica literaria Patricia Espinosa explica: "Me parece que una visión sobre la condición humana, sobre la aceptación de la muerte. A pesar de que no hay un rasgo determinista los personajes como que trasuntan una suerte de profundidad psicológica. La literatura de Chéjov, tanto en dramaturgia como en cuento, revela una profundidad psicológica enorme de los personajes. Una sensación de soledad permanente. También hay una fijación por lo cotidiano, hay una suerte de mundo en el que se han perdido las expectativas y eso creo que lo hace contemporáneo. Está plenamente vigente esa visión de desencanto del mundo, y por otro lado, como que lo único que se tiene es la vida del día a día. Los personajes asumen que en algún momento van a morir y que no se puede hacer nada por cambiarlo, pero que eso tampoco significa que van a tomar un camino decadentista. Hay un profundo martirio en los personajes, una sensación de desamor, desamparo".
Espinosa aclara que el dolor de los personajes no se trata de un dolor épico, propio de otros autores como Tolstoi o Dostoievsky, sino que del individuo común. "Hay mucho antihéroe. Un dramatismo cotidiano", agrega.
Como crítica literaria, hay un punto que Espinosa considera algo más débil en la narrativa chejoviana: "Como son personajes tan 'enrollados', digamos, con tanto vericueto psicológico, eso los lleva muchas veces a no tomar decisiones y a decidir no cambiar su vida, más bien dejarse llevar. Ahí yo creo que podría distinguir una suerte de crítica a un autor que es un maestro".
Por su parte, el académico de literatura de la Universidad de Chile, Cristián Cisternas señala que los cuentos "dan gran importancia a la atmósfera, la focalización interior y la morosidad narrativa. Algunos cuentos introducen motivos que aumentan la ambigüedad, como la locura".
Es perfectamente posible preguntarse si la obra de Chéjov da como para calificarla de naturalista, o si de alguna forma él comenzó con esa tendencia. Cisternas responde: "El naturalismo era una escuela en Francia, más que un sistema literario. Turguenev y Chéjov debieron conocer el naturalismo. sin embargo, más que tipos humanos condicionados por la raza, el medio y el ambiente, los personajes de Chéjov son sujetos que tienen albedrío, pero que carecen de voluntad y experimentan una apatía que se anticipa al absurdo y al existencialismo".
- ¿Cuál era el contexto literario de la Rusia de Chéjov?
- El contexto ruso, de principios de siglo XIX, hasta la primera mitad, está dominado por un academicismo neoclásico, es decir, formal, histórico y sublime. Escritores como Gogol y Krylov introducen al pueblo y sus leyendas, al campesino y el espacio rural. Es, en términos estrictos, la aparición del costumbrismo localista y estereotipado. Pushkin y Lermontov introducen la obra de los románticos ingleses y alemanes -Byron, Novalis, Schiller - e incluso a Shakespeare. Crean héroes críticos de la sociedad moderna, defensores de ideales caballerescos en extinción. La segunda mitad del s. XIX está dominada por la novela histórica con rasgos psicológicos, como en Tolstoi. También Turguenev se abre a explorar el contexto de lucha generacional. Dostoievski rompe todos los moldes, mezclando una crónica realista con puntos de vistas enfermizos y oníricos. En este caso, Los hermanos Karamazov es indudablemente una novela naturalista, pero también una reflexión sobre la polémica predominante en el periódico: occidentalistas versus eslavófilos.
Teatro
Antón Chéjov también escribió obras de teatro. Natalia Ginzburg cuenta en su citado texto que es un género con el que Chéjov tuvo cercanía desde pequeño. "Los hermanos Chéjov amaban apasionadamente el teatro. En Taganrog, cuando eran muchachitos, interpretaban ante un público de amigos y parientes las comedias escritas por Antón. Él también actuaba, y arrancaba aplausos y carcajadas. A los trece años, en Taganrog, quedó embelesado tras ver La bella Elena, de Offenbach. Más tarde vio con gran emoción Hamlet y El revisor de Gógol".
De sus obras, quizás la más conocida es La gaviota (1896). Al terminarla se la leyó a sus amigos, y estos le comentaron que uno de los personajes –el del escritor Trigorin- era un retrato vivo de uno de sus cercanos, el escritor Ignaty Potapenko. Lo mismo con el de Nina, que se parecía a su amiga Lika. Chéjov, asustado, en un primer momento pensó en no hacer que representara la obra, menos publicarla. Al final, decidió corregirla. Natalia Ginzburg cuenta en su libro que ambos aludidos finalmente leyeron el texto. "Potapenko no pareció encontrar en la obra nada que se refiriera a él. Lika sí se reconoció, pero no existe constancia de que hubiera dicho nada".
La gaviota se representó en San Petersburgo el 17 de octubre de 1896. El montaje fue un desastre, como lo detalla Ginzburg: "En los momentos más dramáticos, el público reía. Cada frase era recibida con silbidos y gritos ensordecedores. Los actores actuaron aterrados, se olvidaban de sus entradas y de su parte. Al final del segundo acto, Chéjov se marchó. Comió solo en un restaurante. Luego caminó por las calles cubiertas de nieve". Esa noche decidió que nunca más entregaría ninguna obra a ningún teatro. Solo se quedó en la intención, tiempo después volvió a escribir dramaturgia.
Incluso, tres días después del lanzamiento estrepitoso se hizo una nueva representación, la cual fue exitosa. Más aún, el 17 de enero de 1898 La gaviota se representó en el teatro de Arte de Moscú. "Cuando cayó el telón, al final del primer acto, la sala quedó sumida en un profundo silencio. Un silencio atónito y conmovido; los actores creyeron que el primer acto había fracasado lastimosamente. Y, de repente, el público prorrumpió en aplausos", escribe Natalia Ginzburg.
Además de La gaviota, Chéjov escribió las obras: Platónov (1878), En el camino real (1884), Sobre el daño que hace el tabaco (1886), El canto del cisne (1887), Ivánov (1887), El oso (1888), Petición de mano (1888-1889), Un trágico a pesar suyo (1889), La boda (1889), El demonio del bosque (1889), Tatiana Répina (1889, El aniversario (1891), Tío Vania (1899-1900), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904).
Un espectador de su obra Tío Vania fue nada menos que el célebre León Tolstoi. ¿Su opinión del montaje? No le gustó nada. "Le parecía un drama blando, poco consistente, amoral…al enterarse de este juicio, Chéjov sonrió sin mostrar asomo de resentimiento. En general, a Tosltoi siempre le había parecido detestable el teatro de Chéjov, pero adoraba sus cuentos", señala Natalia Ginzburg en su citado volumen.
Cristián Cisternas, explora algunos rasgos del teatro de Chéjov. "Se caracteriza por un teatro costumbrista, que usa concientemente recursos del simbolismo y el naturalismo. Sin embargo, introduce elementos ambiguos, como el diálogo y los subtextos, la acción fuera de escena y recursos de caracterización como los silencios, los ruidos, etc. La mezcla de géneros también es un rasgo importante: lo cómico y lo patético se alternan, hasta el punto de que se hace difícil distinguirlos".
Cuentos en el periódico
Antón Chéjov, siguiendo la tendencia de su época, publicó la mayor parte de sus obras primero en periódicos, aunque alcanzó a ver un par de antologías de sus relatos, tanto financiadas por él (Cuentos de Melpómene, de 1884, que tuvo bajísimas ventas), como por otras personas.
Comenzó publicando siendo muy joven en el periódico La Libélula, de Moscú –ciudad donde ya residía- en una columna titulada "Buzón de correo". Usó el seudónimo Antosha Chejonte, algo que mantuvo durante gran parte de su vida. Sus cuentos eran breves debido a la exigencia del matutino de no superar el corto número de líneas que se le encargaba. "En ocasiones tardaban en pagarle, o bien le pagaban con entradas de teatro", cuenta Natalia Ginzburg. La paga era exigua, cinco kopeks la línea.
También publicó en los diarios moscovitas El Despertador, El Espectador, en la revista humorística Astillas, de San Petersburgo. Pero donde cobró mayor renombre fue en periódico Tiempo Nuevo, de San Petersburgo. Este era dirigido por el ya mencionado Alexéi Suvorin, quien con el tiempo se convirtió en un cercano a Chéjov. Suvorin le ofreció colaborar por doce kopeks la línea.
Suvorin fue un apoyo importante para el oriundo de Taganrog. En 1887 le ofreció publicar una selección de cuentos por la cual le pagaría un anticipo de 300 rublos, cosa que Chéjov aceptó. El libro se llamó En el crepúsculo y no tuvo mucho éxito de ventas, aunque en 1888 la Academia de las Ciencias de San Petersburgo le entregó el premio Pushkin, con 500 rublos.
Asimismo, en 1899, Suvorin le comentó a Chéjov que quería publicar sus Obras completas, pero al avanzar con lentitud, llegó el editor Marks y le ofreció hacerlo él entregándole la fuerte suma de setenta y cinco mil rublos, cosa que el médico aceptó.
Ya en 1892 dejó de escribir para Tiempo Nuevo y empezó a mandar escritos a Pensamiento Ruso. Acá publicó algunos de sus cuentos más conocidos: "El pabellón número 6", "El monje negro" y también el mencionado texto La isla de Sajalín.
¿Qué leer de Chéjov?
Patricia Espinosa no duda en nombrar algunos de los relatos ineludibles para empezar a conocer la obra chejoviana: "La dama del perrito", "El jardín de los cerezos", "Las tres hermanas", porque "son textos donde la técnica está plenamente depurada, un argumento sólido y su dramatismo atenuado se puede captar con mayor precisión". También la obra La gaviota, que a su juicio "está plenamente vigente".
Actualmente, en el mercado literario existen muchísimas ediciones del trabajo literario de Antón Chéjov, sobre todo de sus cuentos. Desde su librería Metales Pesados, en pleno barrio Bellas Artes, el editor y librero Sergio Parra recomienda a cuáles echarle ojo. En particular destaca la antología Cuentos imprescindibles, compendiada por el escritor estadounidense Richard Ford y editada por Penguin Random House (2009). "Richard Ford es uno de los grandes autores norteamericanos, y tiene influencias de Chéjov. Lo que hace Richard Ford es una biografía a partir de sus cuentos, están reunidos los mejores cuentos de él. El mundo de Chéjov está en esta antología".
Asimismo, Parra recomienda otra edición, Cuentos, de Alba Editorial (2004). "Es una edición de lujo, tapa dura. Tiene otra envergadura de precio, aunque se repiten los mismos cuentos que otras antologías".
En cuanto a traducción, Parra es enfático en destacar la primera edición, la de Penguin. "Es muy buena traducción del ruso al inglés, y de ahí pasa al español por supuesto". Además, destaca que entre ambos volúmenes se encuentra "casi el 90% de los cuentos de Chéjov".
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En definitiva, ¿cuál es la influencia de Chéjov en el género cuento? Patricia Espinosa no duda en calificarlo como "El padre del cuento moderno", por lo adelantado a su época: "Tiene una capacidad de desarrollar un monólogo interior, para la época era una técnica de avanzada. Y para forjarse una identidad propia en un universo de los cuentistas realistas rusos". Además, destaca un rasgo importante: "Los cuentos parecen inacabados, y eso es muy moderno, muy del siglo XX, muy de ahora. Eso de que los cuentos parecen abiertos, de que la historia podría continuar y que no hay una intención de cerrar, algo que en su época era una tendencia".
Cristián Cisternas también rescata el legado de Chéjov: "Desarrolló una versión peculiar del cuento breve, abierto, sicológico y ambiguo. 'La dama del perrito' es el mejor ejemplo, pues posee un final abierto. Hace intervenir muy poco al narrador, a diferencia de Gogol, e introduce símbolos y detalles atmosféricos que el lector debe retener e interpretar. Hay otras teorías del cuento, como la de Poe, que suscribió Cortázar, o la de Quiroga, en Latinoamérica. Clarice Lispector admiraba la poética narrativa de Katherine Mansfield. Por lo tanto, Chéjov es, más bien, heredero del relato corto realista, con tintes sicológicos que surgen a partir de estados morbosos individuales".
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