Marin Karmitz (1938) no habla inglés. El productor de cine más reputado de Francia ha construido su carrera como una verdadera trinchera que excluye cualquier cosa relacionada con la industria de Hollywood, incluso su idioma. Nacido en Rumania en 1938, Karmitz se radicó con su familia a los 9 años en París y allí comenzó su relación con el cine, primero como ávido espectador, luego director y finalmente como principal productor de los cineastas de la Nouvelle Vague (Nueva Ola Francesa), considerada hasta hoy el movimiento cinematográfico más brillante de la historia del país galo.
Karmitz fue también parte activa de Mayo del 68, donde grupos de estudiantes, obreros e intelectuales de izquierda protestaron en contra de la sociedad de consumo, la discriminación de clase y en pro de la libertad individual.
Tras rodar dos películas de impronta militante -Comrades (1970) y Coup por Coup (1972)- y ante el desinterés de distribuidores y exhibidores en ellas, decidió abrir en 1974 su primera sala de cine, 14-juillet Bastille, ubicada en el famoso barrio de la Revolución Francesa y que se transformó en un bastión para el cine independiente.
A su vez, Karmitz produjo más de 100 filmes de autores europeos, como Krzysztof Kieslowski, Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, Agnès Varda, Alain Resnais, Louis Malle y Ken Loach, entre otros.
Hoy Karmitz, junto a sus hijos Elisha y Nathanaël maneja MK2, su empresa productora y distribuidora de cine que posee más de 80 salas en todo Francia. En las últimas décadas, el productor confiesa que está más interesado en otra de sus pasiones, el arte contemporáneo, ya que allí encuentra la audacia política que muchas veces le cuesta hallar en el cine actual.
Invitado por Bienal Sur, el evento internacional de arte argentino, Marin Karmitz exhibe por primera vez su colección de arte en Latinoamérica. Extranjero residente reúne en el Muntref Museo de la Inmigración de Buenos Aires, más de 100 obras curadas por la argentina Paula Aisemberg, quien oficia de traductora.
Sentados los tres en una banca cerca de la Plaza Rubén Darío, Karmitz lanza un recuerdo sobre Chile. "Una de las primeras manifestaciones que hice en mi recién abierta sala de cine en 1974 fue un homenaje a Chile. Habían películas chilenas, pero también los músicos que estaban exiliados en París, y artistas plásticos. Con José Balmes tuvimos una discusión de cómo bautizar el encuentro, al final decidimos que fuera 'El fascismo mata, el pueblo que lucha crea'. Fue el primer ejemplo concreto de mi idea de cómo el cine puede participar en la vida de los ciudadanos", cuenta.
-¿Cómo ve el cine francés actual? ¿Habrá otra Nueva Ola?
-La verdad es que no veo otro movimiento como ese. Los miembros de la Nouvelle Vague murieron y Francia ha vuelto a un academicismo que lamento mucho. Veo movimientos en otros lugares del mundo como China, con el cineasta Jia Zhang-Ke, que hizo hace poco un festival de realizadores jóvenes o el canadiense Xavier Dolan del que hemos producido todas sus películas. El sí tiene algo que decir, pero en Francia no veo nada interesante.
-Se dice que el productor es más dueño de la película que el director ¿Qué opina usted?
-Ese es el modelo de EE.UU. Mi concepto es el trabajo en equipo, donde cada uno hace su parte. Para mí el productor es como un partero, es quien ayuda a dar a luz la obra y también el pediatra, quien se preocupa de ella en sus primeros años, pero jamás la productora será la madre.
-Siguiendo la analogía ¿qué partos fueron más difíciles?
-Uno o dos me llevaron a no querer hacer más películas. Los grandes directores aceptan la idea de compartir un rol por respeto y estima mutua. Hacer películas no es un ring de box. Tuve la suerte de trabajar con los mejores directores del mundo, Kieslowski, Godard, Kiarostami, con Chabrol hice 12 películas; pero tuve dos experiencias muy desagradables con Abdellatif Kechiche (La vida de Adele) y Michael Haneke (Amour), que no supieron aceptar mi rol de ser el primer espectador.
-¿Por qué prefiere hoy más el arte que el cine?
-La verdad es que ya no veo películas, los jóvenes de mi empresa lo hacen y yo prefiero ver exposiciones. Me gusta el arte que involucra al espectador, donde haya participación. En las salas de arte suele haber silencio y yo tengo ganas de silencio ahora. Me gustan los artistas que hablan contra la barbarie del mundo y que usan el arte como resistencia, de esos hay muchos en mi colección como Christian Boltanski, Michael Ackerman, Lewis Hine, Annette Messager, Gao Bo, Antoine D'Agata y el mismo Abbas Kiarostami.