George Méliès no se daba por vencido. Una y otra vez suplicaba al dueño de la sala que le dejara proyectar su nueva película. Era un asunto urgente. Había invertido muchísimo dinero en ella. Para él, la puesta en escena debía ser lujosa o nada. Al final, consiguió un acuerdo: prestaba la cinta, sin costo, por una función. Si al público le gustaba, la sala podría arrendarla en una de sus dos versiones: a blanco y negro (por 560 francos) y coloreada a mano (1000 francos). Finalmente, el filme fue un éxito y pasaría a la historia: Un viaje a la Luna, su nombre.
Méliès era uno de los entusiastas empresarios que por esos días buscaban hacer fortuna con el cine. Es 1902, y solo siete años antes, los hermanos Lumière, unos industriales de Lyon, habían presentado su invento, el cinematógrafo, en una feria en que se exhibían novedades en el ámbito de la manufactura. Desde ese momento, el séptimo arte creció de forma acelerada.
"Las primeras sesiones cinematográficas eran cortas", detallan los autores María Antonia Paz y Julio Montero en su libro El cine informativo 1895-1945 (1999, Ariel). "Se componían de una docena de pequeños films diferentes, de 1 o 2 minutos de duración, cuya única ambición era ofrecer el público fragmentos de la vida con realismo y movimiento", aseguran.
Para comienzos del siglo XX, en medio de los días tensos de la "paz armada" y el positivismo, los Lumiére ya no tenían el monopolio sobre la fabricación y explotación comercial de los aparatos de cine. Entraron al negocio algunos empresarios y aventureros que veían allí una oportunidad. Así, gente como León Gaumont o Charles Pathé, comienzan a trabajar en sus filmes y desarrollan nuevas ideas. Por ejemplo, surgen los primeros noticiarios cinematográficos.
En ese contexto es que George Méliès, un ilusionista y director de teatro, decidió incorporar el invento en sus espectáculos. Pronto encontró nuevas posibilidades. "También realiza películas publicitarias, en este caso, de productos comerciales, que se proyectaban en los escenarios de teatros, a mitad o al final de la representación y eran pagadas por las casas comerciales interesadas: el aperitivo Picon, el chocolate Menier o el whisky John Dewar", explican Paz y Montero en el texto señalado.
No contento, el artista también decidió incursionar en los noticiarios. Claro que a su modo. En 1897 nacían las "actualidades reconstruidas". "(Él) piensa que las noticias filmadas en directo son muy fáciles, que lo realmente difícil es mostrar lo que ningún operador ha podido ver y rodar. Así se dedica a fabricar falsas realidades, haciendo maquetas de objetos de verdad y engañando al espectador (...) reconstruye un combate naval en Grecia, luego una colisión y un naufragio en el mar (...) En definitiva, Méliès privilegia la fuerza del espectáculo al de la información", aseguran los autores mencionados.
Viajeros a la luna
Pero será en otro mundo narrativo en que el parisino encontraría la gloria. Un viaje a la Luna según afirma la autora Elizabeth Ezra en su libro sobre la filmografía del autor (2000, Manchester University Press), no solo fue el primer filme de ciencia ficción, sino que también la primera parodia sobre el género. En su rodaje demoró tres meses, lo que para esos años suponía una cantidad de tiempo mucho mayor a lo que tomaban las producciones habituales. Él pensaba como artista, muy lejos a la mentalidad empresarial impuesta por Gaumont y Pahté, quienes aplicaban el método de la cadena de producción para lanzar una gran cantidad de películas mensuales.
Para Ezra, el interés de Méliès en el satélite natural de la tierra se enmarca en un período en que hay un ánimo de explorar lo desconocido por parte de las potencias europeas. A inicios del siglo, Francia poesía dominios coloniales en África y Asia. Por ello, muchos aventureros viajaron a dichas tierras a probar fortuna, pero también, henchidos de confianza en el avance de las ciencias y la tecnología, se proponían medir, registrar, conocer, y por cierto, someter. En este caso, la idea de viajar y conquistar la Luna, tenía la misma lógica.
El filme -homenajeado por los Smashing Pumpkins en el video de "Tonight, Tonight"- relata la historia de un grupo de astrónomos -uno de ellos interpretado por el propio director- que decide viajar hacia la Luna, para lo cual construyen un cohete, que luego es disparado desde un gran cañón. Tras un corto periplo, aterrizan en la superficie lunar. Ahí es cuando se produce la famosa secuencia en que la nave se incrusta en uno ojo de la cara del cuerpo celeste. Los sabios se encuentran con los selenitas, caracterizados como sujetos salvajes. Estos los toman como prisioneros, pero consiguen matar al líder y regresar a la Tierra. "Su película también presenta una temática de diferenciación social en el frente interno, ya que los patrones jerárquicos en la Luna muestran un parecido curioso con los de la Tierra", explica Ezra.
En esta producción, el cineasta no escatimó gastos y recurrió a todo el bagaje de métodos cinematográficos y teatrales que había acumulado con los años. Por ejemplo destaca la técnica de la "transparencia", en que tras los actores se proyectaba una escena en movimiento filmada previamente. "Muchos de estos efectos fueron observados por Méliès en un teatro en el que se ofrecían funciones de magia e ilusionismo (Theatre Robert Houdini), y otros los fue creando gracias a su habilidad y a su conocimiento de elementos tales como la linterna mágica, la fotografía y el propio cinematógrafo", explica Paco Ignacio Taibo en su libro La risa loca: enciclopedia del cine cómico, Volumen 2 (2005, Universidad Nacional Autonoma de Mexico).
"El mundo de Méliés se define básicamente por una estética y una serie de temas, pero sobre todo por una técnica basada en el trucaje, que quizá no inventa, pero que emplea con gran maestría: sobreimpresión, cortes y mezclas en el montaje del negativo, trucajes teatrales (pirotecnia, maniquíes, decorados articulados, etc)", detallan Paz y Montero.
Para su desgracia, el francés no pudo disfrutar al completo el éxito de su filme. En Estados Unidos otros la copiaban y la exhibían sin pagarle un centavo por derechos de autor. Incluso hasta el mismo Thomas Alva Edison, quien aducía que todas las películas rodadas en 35mm eran de su propiedad, pues él había registrado la patente de ese invento. Es decir, el creador fue víctima de la piratería.
Lentamente, la estrella del genio se apagó. Agobiado por las deudas acumuladas por sus costosas producciones, debió trabajar para Edison y para Pathé. Pero su estilo, acostumbrado a los rodajes largos e intrincados, no tenía nada que ver con la necesidad industrial que reclamaba eficiencia y alto rendimiento. Incluso se vio forzado a filmar westerns. Hacia la primera guerra mundial, arruinado, se retiró. Viviría algunos años más, a cargo de una pequeña juguetería. Quienes le reconocían en esos días aciagos, recuerdan que pese a todo, siempre sonreía. Él, un mago de la entretención, de alguna manera comprendió antes que nadie el valor artístico del cine.