La reciente crisis del Municipal de Santiago, con despidos de por medio y dimes y diretes entre los trabajadores y los altos mandos que escasamente se han pronunciado, poco pudo alterar el estreno de Così fan tutte. Ni siquiera el hecho de que el ensayo general sólo haya sido parcial como un acto de protesta. Y es que la ópera de Mozart es una pieza de cámara, con una breve intervención del coro (que en este caso fue en off, pero de gran calidad), y que además en esta versión contó con el mismo equipo a cargo de las puestas en escena y del director de orquesta de Las Bodas de Fígaro y Don Giovanni (2017 y 2018, respectivamente).
Con este Così se terminó de dar la trilogía Mozart-Da Ponte y, con ello también, de sufrir con la misma escenografía. Pero hay que ser justos. A la anodina y poco agraciada iniciativa escénica de Roberto Platé se le abrió una luz a través de un espacio en su fondo que aligeró el cansancio que puede producir después de tres horas, y para qué decir, después de tres años consecutivos. Y como siempre, sólo se utilizó algunos elementos de utilería. Sí fue destacable la régie de Pierre Constant que enfatizó caracteres y momentos destellantes, aunque se echó de menos recalcar que ésta es una ópera agridulce, con un texto complejo, irónico y melancólico. Sin ser nada atractivo, el vestuario de Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi pasó sin pena ni gloria.
Attilio Cremonesi retomó la batuta con desacierto frente a la Filarmónica de Santiago. Su acelerada dirección poco acompañó a los cantantes y los sometió a varios apuros. Además adoleció de irregularidades sonoras, con frases musicales sin resoluciones y vagos equilibrios, sumado todo a un escaso estilo mozartiano.
Más allá de algunas arias, Così fan tutte es dominada por los números de conjuntos que el elenco bien desarrolló. Dejando de lado a José Fardilha en su rol de Don Alfonso, el resto se compuso por cantantes jóvenes que dieron frescor y soltura actoral a sus respectivos papeles, y que afrontaron con aplomo el reto al que los enfrenta la partitura mozartiana donde sus tesituras llegan a los límites. El trío femenino destacó por su chispa, con una Paulina González (Fiordiligi) de canto seguro; con el cálido timbre de Rihab Chaieb (Dorabella), y la graciosa actuación y bella voz de Marcela González (Despina). La pareja de enamorados fue más dispar. Andrew Stenson como Ferrando, de dulce apariencia, lució un timbre no muy atractivo y poco expresivo. Orhan Yildiz, de voz claramente baritonal y fluida, convenció más como Guglielmo. Y Fardilha, austero comediante, funcionó sólo en los conjuntos.