Alas puertas de que la batalla del streaming se desate por completo, con la inminente entrada de Disney y Apple, el ejercicio de remontarse a 2013 luce casi como un acto de revisionismo, una mirada a un tiempo de la industria que difícilmente volverá. Tan solo seis años atrás era más bien impensado que semana a semana fuera normal la llegada de un puñado de títulos de diversos géneros e idiomas, ofreciendo sus temporadas completas en simultáneo, de una manera que quebraba con la tradición de la televisión de solo un capítulo semanal y, de hecho, prometía rivalizar con ella.

Ahí estuvo Orange is the new black para empezar a darle una forma distinta al mundo de las series como era conocido hasta entonces. Cinco meses después de que en el catálogo de Netflix aparecieran Frank y Claire Underwood con House of cards -y un par de meses antes del fin de Breaking bad- en julio de 2013 irrumpió Piper Chapman (Taylor Schilling) junto a Litchfield, la cárcel para mujeres que acogería incontables personajes e historias en casi un centenar de episodios de tantas risas como dramas, con los que la plataforma de streaming inauguró y se acercó como pocas veces a darle un sello a su producción original.

Aun habiendo visto un descenso en los buenos comentarios en sus últimas temporadas, y pecando más de alguna vez de irregular en sus ciclos de 13 episodios, la serie creada por Jenji Kohan configuró un universo rico y diferente a lo que la televisión había podido ofrecer, con personajes con orientaciones sexuales, razas y apariencias diversas. Atributos que al final parecen ligarla mucho mejor y más estrechamente con los títulos que hoy van a la vanguardia de las series que la herencia que pudo haber dejado House of cards, que el año pasado se despidió empañada y con un cierre forzado, o que cualquier título que Netflix ofreció en esa época, como las olvidadas Hemlock grove o Derek.

¿Con qué fuerza cambió el panorama? Quedará un tiempo para medir su legado, pero cuesta imaginar que sin su éxito se hubiera dado origen a tantas producciones potentes centradas en personajes femeninos, como Glow, Killing Eve, Fleabag, el revival de Tales of the city o la misma Russian doll, uno de los títulos del año: nominado a 13 premios Emmys y creado y protagonizado por Natasha Lyonne, que precisamente interpreta a una adicta en recuperación en Orange is the new black.

Hasta Barack Obama usó su título a mitad de 2016 para espetarle a Donald Trump un irónico "Orange is not the new black" (el naranja no es el nuevo negro). Y, por cierto, se alzó como pionera con logros como el de Laverne Cox, que en 2014 se convirtió en la primera actriz trans en estar nominada a los Emmy en cualquier categoría de actuación. Reconocimiento a la conformación de un elenco que siempre brilló y obedecía a lo que demandaba la historia. "Se trataba de los personajes. No se trataba de necesitar a una afroamericana, a una morena, una rosada y una verde. Se trataba de ver quién iba a habitar a esos personajes que imaginábamos para la serie", dice la creadora Jenji Kohan (Weeds) en una entrevista genérica que Netflix facilitó a este medio.

Ahora -a partir de este viernes, en que debutan todos los nuevos episodios- llegó el momento en que concluirá su camino, con una temporada siete en que Piper Chapman debe lidiar en el exterior con las dificultades de la libertad que alcanzó al final de sexto ciclo, ante un mundo que es ante todo hostil, mientras se despedirá para siempre al grupo al que perteneció, las reclusas de Litchfield, la singular familia que presentó la serie en sus siete años de vida. "El legado del show espero que sea la empatía. Eso y una normalización de la diversidad que se refleje en la realidad. El mundo no es de un solo color, una clase socioeconómica o un género", añade Kohan, y remarca: "En cierto modo, al entrar en los hogares de ciertas personas, los estamos forzando a tener esta confrontación y a que hablen entre ellos".

A la inversa del final de Game of thrones, el título más popular en los últimos años, Orange is the new black no se despide llena de premios o récords de sintonía (a menos que Netflix haga públicas las cifras que registre esta temporada). A cambio, parece haber iluminado mucho mejor una época incluso previa al MeToo y que en tiempos de Trump y el ascenso de la ultraderecha se asemejó a una resistencia.