Jorge Edwards, escritor y Premio Cervantes:
"Justamente esta semana quería escribir una crónica para el diario La Segunda sobre Enrique Lafourcade. Creo que hemos sido muy injustos con él y la verdad de las cosas es que tenía algunas novelas muy buenas. En especial recuerdo Pena de muerte con gran cariño.
Por otro lado tenía una gran capacidad para escribir y aportó mucho al periodismo chileno. Como decía, tenía ganas de escribir sobre él, entre otras cosas, para que le dieran el Premio Nacional de Literatura.
Podía ser muy puntudo y agresivo, pero siempre tenía cosas respetables que decir. A mí me atacó muchas veces y cuando gané el Premio Cervantes, dijo que que lo había obtenido por mi capacidad para pasearme por los salones europeos. La verdad es que no sé cómo uno se puede ganar un premio yendo a salones.
Además era una persona que leía mucho y de todo, era rápido, con capacidad para escribir artículos muy divertidos e ingeniosos. Aún me acuerdo de uno que se llamaba Fantasmas de carne y hueso, donde decía que "no hay mejor fantasma que el de carne y hueso".
Teresa Calderón, poeta:
"EL 'tío' Enrique estuvo en nuestra vida familiar desde el año 1963 cuando lo conocí en Santiago. Mis padres eran muy amigos. Me duele mucho su muerte y ojalá no hubiera tenido que vivir lo que tantas veces los escuché conversar con mi papá y me causaba horror. 'Ojalá, Alfonso, nunca lleguemos a una edad en que la memoria se nos vaya primero que el cuerpo'.
Lafourcade siempre fue un gran intelectual y creador. Amigo de sus amigos y sin discriminar políticamente a las personas que él consideraba valiosas. Eran otros tiempos. Conversamos tantas veces en viajes y en la Mulato Gil. Su librería era el centro de operaciones de los escritores.
Palomita blanca nos marcó la juventud. Su sentido del humor era único. Buddha y los chocolates envenenados, inolvidable. El gran taimado, escrito en plena dictadura, lo tuvo acorralado de amenazas y la editorial lo sacó del país rápidamente. Las actividades literarias que organizaba en la plaza Mulato Gil eran fiestas de poesía y magia. El día que presentó al Chico Molina fue una fiesta. Lo disfrazó. Era increíble. Sabio, erudito, generoso.
Nunca olvidaré que nos llevó a conocer a Violeta Parra en el parque Forestal. Ella no estaba de buen humor esa tarde.
Cada sábado llamaba por teléfono a mi papá a las 9 de la mañana. Durante una hora hacían el recuento de la semana literaria. Se reían mucho. Se querían.
Un día mi padre muy triste me dijo: 'Algo le está pasando a Enrique; se está repitiendo. Me dijo 4 veces lo mismo en menos de media hora'.
Estamos perdiendo casi por completo a la Generación del 50.
Otro genio más que hace mutis por el foro sin haber recibido el Premio Nacional de Literatura".
Antonio Skármeta, escritor y Premio Nacional:
"Autor de obra numerosa y variada. Podía ir desde una literatura tierna como Novela de Navidad a la sátira como en La fiesta del rey Acab . Tremendo animador de la escena literaria. Consiguió que en la apática sociedad chilena hacia la narrativa despertara una polémica con la Generación del 50 y con la siguiente, la Novísima. Hizo célebres antologías de cuentos de su generación.
Aunque interesante, Lafourcade no consiguió el respaldo permanente de críticos y lectores, como lo han tenido en su misma generación José Donoso, Jorge Edwards, o Luis Alberto Heiremans. Era un hombre de un tiempo en que la literatura interesaba y se discutía en la prensa. Y él estaba siempre ahí".
Pía Barros, escritora:
"Su taller fue un hito. Peleé con él a muerte y gracias a eso, armé mi propio taller. Si no fuera por Lafourcade, yo no habría tenido este oficio y siempre lo recordamos cuando nos encontrábamos.
Fue generoso, y a pesar de las cagadas que le dejamos en su casa, a Pedro (Lemebel) y a mí nos invitaba a sus cenas y fue amable, peleador y cariñoso. Un personaje ineludible en la vida literaria del Chile de los 80".