La Muerte es un amanecer, no un crepúsculo. Esto te dije Enrique, una tarde de otoño frío allá en Plaza Ñuñoa. Respondiste con sonrisa leve, irónica: "Ojalá" (quiera Alá).
En religión se definía como católico en estado salvaje en tributo a su ángel guardián poético Arthur Rimbaud. Prosa y verso para él eran jugo de la misma uva y miel del mismo panal.
Después de ¿Cuánto Vale el Show? me invitó un día a su casa a almorzar. En vez de eso, tocó piano. Se nos quitó el hambre. Ahí dijiste: "El alma tiene muchísima más hambre de música que la guata de porotos negros y longanizas". Añadí: "Sí, lo absoluto no está obsoleto, el Hombre tiene hambre de absoluto".
No le parecía bien que no lo trataran de don. Una vez, un joven en calle Carmen le pidió un autógrafo. Pesado, cortante, filoso, espetó al joven así: " No me moleste y además diríjase a mí de don". 
No me gustaba su soberbia intelectual. Pero él me decía: "No es soberbia, Erick. Ocurre que el intelecto es una función del cerebro superior". "El podía aseverar: "El fútbol es un juego de idiotas: 22 tipos corriendo tras una pelota".  Y yo responder: "El fútbol es arte en movimiento".
Por eso en ¿Cuánto Vale el Show? peleábamos a veces.
Alone dijo en El Mercurio: "Enrique Lafourcade escribe como los dioses". ¿ Escriben los dioses?
Son demasiados los instantes y momentos bien vividos y bien bebidos, pasados juntos, arcángel agnóstico de las bellas letras. Gracias por obsequiarme tu último libro Los Potos Sagrados, una crítica ácida y cómica sobre el abuso de tanto poto y teta comercializada en televisión.
Por su ironía fina y orgullosa, puede que ahora mismo esté ante San Pedro y las puertas perladas diciéndole: "Gánese una Palomita Blanca y ¡le doy permiso para que me de permiso para pasar al cielo!". Donde seguro estás, hijo del viento y del divino aliento.
Todo Chile te despide con amor y respeto, don Enrique Lafourcade. Nos vemos pronto. Nadie no muere. Nadie nunca no ha muerto. Somos turistas en tránsito pasando por el planeta Tierra. ¿Viste que la Muerte era un amanecer y no un crepúsculo?
Nunca se podrá, don Enrique, dejarlo de apreciar y de leer. Gánese una Eternidad Blanca.

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Erick Pohlhammer.[/caption]