¿En qué momento Henry David Thoreau, aquel solitario filósofo que se resistía a pagar impuestos, ese empedernido diarista que anotaba desde el caer de las hojas hasta el último centavo gastado, fue descubierto por nuevas generaciones? A doscientos años de su nacimiento, basta un googleo para confirmar que Thoreau sigue vivo. Y que se lee. Y que se homenajea y hasta parodia de diversas formas.

Ahí están, por ejemplo, esas poleras con su famoso y barbudo retrato bajo el siguiente mensaje: ¿Desobediencia civil? Yo era rebelde antes de que fuera cool.

O esos largos ensayos en páginas web de cultura pop sobre por qué algunos lo consideran el primer hipster (o incluso el primer millennial). O Walden, a game, aquel videojuego en que se debe sobrevivir de manera autosuficiente en un bosque, solo si uno sigue los principios de una vida salvaje y desobediente.

Lo extraño es que, por lo menos en cuanto a sus escritos, la intención de Henry David Thoreau nunca consistió en ser un referente o una persona pública. Era un ermitaño al que le gustaba opinar, pero no tanto figurar. Un autor para quien solo a través de la escritura —la cual era casi una forma de introspección o terapia— conectaba con otras personas. "Si la podemos escuchar, mejor escucharla", escribió en las primeras entradas de su diario, incluidas en la presente selección, sobre esa voz que todos y todas tenemos al poner pensamientos por escrito. "Solo al oír con reverencia esa voz interior nos conectamos con el resto de la humanidad".

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Nació y vivió la mayor parte de su vida en Concord, Massachusetts, estado ubicado en el Noreste de Estados Unidos, en esa región también llamada Nueva Inglaterra. Henry David Thoreau (1817-1862), estudió en Harvard y después de graduarse, en 1837, regresó a Concord.

Por entonces tuvo su primer acercamiento con el Trascendentalismo, aquella corriente de pensamiento según la cual cada alma humana es idéntica al alma del mundo (es decir: todos somos el mundo y que el mundo es a su vez cada uno de nosotros). Se volvió especialmente cercano del escritor, filósofo y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson (quien más adelante pagaría la fianza para que Thoreau saliera de la cárcel).

El 4 de julio de 1845 Thoreau se mudó a la cabaña que había construido en el lago Walden, donde permaneció hasta el 6 de septiembre de 1847. No fue demasiado tiempo (veintisiete meses), pero le bastó: aquella experiencia se transformó en Walden, la vida en los bosques.

Publicada en 1854, aquella es su gran obra, un híbrido entre ensayo y diario de vida, un cuidado tratado sobre la naturaleza y la vida interior en el cual Thoreau le da vueltas a la pregunta que —de alguna manera— define su obra: ¿cómo se debe vivir?

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Y la respuesta de Thoreau para aquella duda existencial se puede resumir así:

"Simplifica, simplifica".

Aquel mantra refleja su minimalismo: Thoreau vivía con lo puesto y le gustaba simplificar su existencia. "La mayoría de los lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no solo son dispensables, sino también obstáculos para la elevación de la humanidad", escribió en Walden. Aseguraba, por ejemplo, que la manera de combatir el frío es justamente con lo mínimo; es decir, sin abrigarse con capas y capas de ropa, ya que solo al acostumbrarnos al frío podemos combatirlo.

O se preguntaba por qué tantas personas buscaban entretenciones modernas, cuando el mejor show posible lo tenemos frente a nuestras narices: el ciclo de la vida y la muerte reflejado en las plantas y animales. "Todas las cosas buenas son salvajes y libres".

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Thoreau era un anarco-pacifista. No le gustaba pagar impuestos. No creía en el Estado. Menos en los Gobiernos y gobernantes. Estaba en contra de la esclavitud y de cualquier tipo de guerra. Odiaba que le dieran órdenes. Y le disgustaban muchos aspectos de la modernidad.

"Nos apresuramos a construir un telégrafo magnético desde Maine hasta Texas", apunta en Walden, "pero Maine y Texas, puede ser, no tienen nada importante que comunicar". De esa forma, su respuesta —frente a la cuestión de cómo vivir— era la siguiente: resistiendo pacíficamente.

"Todos los hombres reconocen su derecho a la revolución; es decir, el derecho a negarse a la obediencia y poner resistencia", argumenta en "Desobediencia civil" en cuanto al gobierno, aunque también usaba ese argumento para otros aspectos de la vida contemporánea.

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Una vida salvaje y desobediente –el libro que quien escribe armó y tradujo para la editorial Neón– es tanto una selección como una introducción a una obra que se ramifica a través de otros libros, escritos y biografías. Contiene acaso el ensayo más famoso de Thoreau, "Desobediencia civil", en el cual muestra su lado político; "Recolecciones (o lo que el tiempo no ha cosechado de mi diario)", las primeras entradas de su ya canónico diario, tan lleno de observaciones como de digresiones y muchos dardos —de madera— contra la vida moderna; y "Donde viví y para qué viví", capítulo de su obra magna, Walden, pero que a su vez puede leerse como un ensayo independiente.

Además de eso se incluye una cronología con aspectos básicos sobre la vida del barbudo poeta y ensayista de tendencia trascendentalista y origen puritano.

El mismo que hoy aparece en memes, o estencileado en las calles, con lentes de marco grueso.

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"Me fui al bosque porque quería vivir deliberadamente, afrontar solo lo esencial de la vida y así ver si podía aprender de ella lo que tenía que enseñarme", escribe al inicio de Walden. "Y evitar, cuando fuera hora de morir, descubrir que no había vivido realmente".

Fue así como Thoreau construyó su cabaña, la cual mantuvo con lo mínimo: una cama, un escritorio y tres sillas para poder recibir huéspedes ("Una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad", escribió en su diario). La libertad, según Thoreau, se opone a lo que la sociedad ordena. Y en ese sentido se relaciona con el minimalismo; mientras menos se tiene, más libre se puede llegar a ser. Solo de esa manera, nos dice Thoreau, el Estado posee menos control sobre uno.

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El autor de Walden odiaba la burguesía, aunque era parte de ella. Luego de graduarse de Harvard intentó trabajar como profesor (lo echaron a las dos semanas), y desde entonces vivió a costa de sus padres por mucho tiempo. Eventualmente, además, recibiría la fábrica de lápices familiar. Por aspectos como ese Thoreau sería criticado: lo acusaban de ser un farsante que imitaba la pobreza (durante su periodo en Walden, aseguran algunos de sus vecinos, de vez en cuando iba a comer y lavar ropa donde sus padres). Como los hipsters y millennials, quienes, más que nada, prefieren viajar, caminar y evadir esa cárcel llamada oficina y pasar largas horas en cafés; Thoreau también caminaba y pasaba largas horas con sus amigos (Melville, Emerson, Hawthorne) hablando sobre los últimos libros o teorías filosóficas en cantinas, y tampoco nunca aspiró a un trabajo estable.

Más allá de las contradicciones que encarnaba Thoreau —o la razones de por qué es un (proto)hipster—, hay algo que no se le puede discutir: llevó a la práctica sus teorías. O por lo menos lo intentó. Mal que mal, ¿cuántos son los pensadores y académicos que pasan de la teoría a la práctica? Bastante pocos. Y eso es algo que el mismo Thoreau percibió en su momento: "Hoy en día uno se encuentra con profesores de filosofía, no con filósofos".

Pero Henry David Thoreau sí se fue a vivir al bosque, vivió de sus propias manos, minimizó sus posesiones, aumentó su libertad y se resistió pacíficamente a contribuir al Estado. No fue una resistencia perfecta, ni tampoco muy de largo alcance, sino más bien lo contrario. Un impulso tan rebelde como orgánico. Una vida salvaje y desobediente que ha trascendido, y que probablemente lo seguirá haciendo, a través del tiempo.