En mayo de 1817, Lord Thomas Cochrane se reunió en Londres con José Álvarez Condarco, comisionado de un gobierno chileno aún no reconocido por las potencias europeas y que, habiendo derrotado a las fuerzas realistas en tierra, era sin embargo vulnerable a su poderío marítimo. Por ello, buscaba equipamiento de guerra y a un hombre como él para hacerse cargo.
Tres años antes, Cochrane había caído en desgracia: su involucramiento en un fraude en la Bolsa de Londres -que siempre negó- le significó un año de cárcel y la expulsión de la Marina Real. Sin embargo, ya en 1815 había recuperado sus fueros de hombre libre, siendo electo -nuevamente- para el Parlamento. Desempleado y ya padre de familia, recibió de Álvarez Condarco el ofrecimiento de trasladarse a Chile para asumir el mando de su naciente escuadra. Y, según afirma en sus Memorias, "viendo los grandes esfuerzos que hacía Chile para crearse una Marina, en ayuda de la cual se había comenzado a construir un vapor de guerra en los astilleros de Londres, acepté la propuesta".
A Valparaíso llegó, junto a los suyos, el 28 de noviembre de 1818, siendo prontamente nombrado "vicealmirante de Chile y Comandante en Jefe de las Fuerzas Navales de la República", con siete naves a su cargo. Antes de que pasara un año, ya había causado estragos entre los españoles, al punto que le llamaron "El Diablo". No era un hálago, precisamente, pero le gustó.
Próximos ya los 200 años de la Expedición Libertadora del Perú que O'Higgins y San Martín le confiaron, el célebre marino está de vuelta. La traducción al castellano de la biografía que en 1978 le consagró el escritor inglés Donald Thomas, Cochrane. El almirante del diablo (traducida por Carlos Goñi y publicada por la Academia de Historia Militar) es un compendio de las aventuras y las desmesuras de un romántico audaz.
Su peor enemigo
Nacido en 1775 en la localidad escocesa de Anssfield, Thomas Cochrane asumió el título de cortesía de Lord Cochrane de su padre, Archibald, noveno Conde de Dundonald. Tuvo, según afirma Donald Thomas, una educación poco sistemática. Sin embargo, agrega el biógrafo, "mostraba una aptitud natural y entusiasmo por aprender, lo que unido a una mente intelectualmente poderosa y una rápida imaginación, hizo de él un formidable oponente en la guerra y en la política".
Ya a los once años figuraba como cadete naval, y a los 18 oficiaba de guardiamarina. Seis años después, fue comandante del bergantín Speedy, en el Mediterráneo. En una correría de trece meses, capturó, hundió o destruyó cincuenta buques españoles y franceses.
Al decir de otro biógrafo, David Cordingly, fue "un hombre de valentía y determinación sobresalientes. Tuvo un historial brillante como capitán de fragata, pero también fue un luchador temerario por las causas radicales, un amigo de los oprimidos y un defensor de la libertad" (en su condición de reformista, nos recuerda Thomas, llegó a ser el principal vocero del sufragio universal). Eso, sin mencionar su inventiva a la hora de usar el vapor como fuente de energía para las naves de guerra.
Comprometido en las luchas por la de independencia en Grecia, Chile y Brasil, fue el epítome del héroe romántico y, como muchos de su estirpe, fue un personaje con defectos y con un temperamento indomable. "Se imaginaba enemigos donde no los había", anota Cordingly, pero "no hay duda de que Cochrane fue su propio peor enemigo: pocos lo igualaron como hombre de acción, pero le faltaba tacto y diplomacia". He ahí una razón, sostienen varios, para que no tuviera un prestigio como el de Horatio Nelson, el triunfador de Trafalgar. También, un motivo para entender los cuatro años y dos meses de su paso por Chile.
El mal equipamiento naval de la naciente república, llevó a Cochrane a echar mano a una audacia que ya entonces era legendaria. En junio de 1819, antes de regresar a Valparaíso, había dedicado su navegación de seis meses a asaltar los depósitos costeros españoles e interceptar naves en el mar. Su fama, anota Thomas, "se divulgó crecientemente por toda la costa, al punto que sus enemigos por lo general ni se atrevían a enfrentarlo". Un hombre que no temió ponerle a sus navíos la bandera española para despistar -y esquilmar- a los adversarios, comandó episodios tan notables como la toma de la fortificada Valdivia (1820). Más de una vez, asimismo, ignoró las órdenes del Gobierno, el mismo que olvidaría su desobediencia para aplaudir su arrojo.
Sin embargo, la Expedición Libertadora del Perú, aunque victoriosa en último término, marcó un quiebre con el comandante en jefe del Ejército, José de San Martín. Este último, al decir de Donald Thomas, "podía ser un jefe experimentado en la lucha contra España, pero para el criterio de Cochrane era demasiado cauteloso, a un grado que limitaba con la cobardía". O'Higgins siempre le tuvo aprecio, plantea el historiador Cristián Guerrero Lira, pero "el conflicto se planteó cuando Cochrane y San Martín se distanciaron en Perú. Según los textos de John Thomas [secretario de O'Higgins en Perú], ese fue para O´Higgins un momento difícil: requería contar con el almirante, pero no podía, tampoco, enemistarse con San Martín, quien era su amigo más entrañable".
"Cochrane tenía conciencia de lo que valían sus servicios, no en términos de plata, sino que de su valer profesional", agrega el académico de la U. de Chile. "Varias veces, por cuestiones que se empeñaba en lograr, amenazó con renunciar, y hubo que complacerlo". Eso, hasta que en enero de 1823 puso fin a sus servicios, convocado por Brasil para fines semejantes y, según sus Memorias, "obligado a salir de Chile sin ninguno de los emolumentos que se debían a mi clase como comandante en jefe de la Marina".
Le bastaron cuatro años y dos meses, apuntaría Enrique Bunster en el primer libro local sobre el personaje, "para aniquilar el poderío español en el Pacífico, para crear en la marina de la República una tradición que no ha sido desmentida, y para conquistar la veneración del pueblo por el cual vino a batirse".
Sus aventuras, igualmente, fueron el material de base de diversas obras literarias británicas (una de las cuales dio pie al filme Capitán de mar y guerra), y caló en la imaginación del escritor chileno Gilberto Villarroel, autor de Cochrane vs Cthulhu y Lord Cochrane y la Hermandad de las Catacumbas: en junio pasado, el también cineasta firmó contrato con Penguin Random House Chile para publicar otras dos novelas con el personaje.