En 1971, después de vagabundear por Roma y Nueva York, Fernando Vallejo llegó a Ciudad de México. Allí conoció el amor y escribió gran parte de su literatura, por donde se asoman las oscuras grietas de la sociedad y la política de Colombia del siglo XX.

El autor de La Virgen de los sicarios (novela adaptada al cine por Barbet Schroeder) estuvo 47 años en México. A comienzos de 2018, acaso el narrador más provocador de Latinoamérica, hoy de 76 años, volvió a recorrer las calles de Medellín, que se hicieron conocidas internacionalmente gracias el narcotraficante Pablo Escobar.

Reconocido animalista, Vallejo se instaló en la ciudad con su perra Brusca, tras vivir casi medio siglo con el escenógrafo mexicano David Antón, quien murió en 2017 a los 94 años. "Su muerte es el claro anticipo de la mía", dice Vallejo a Culto.

Durante su residencia mexicana, el autor cosechó reconocimientos como el premio Rómulo Gallegos (2003) por El desbarrancadero, y el FIL de Literatura 2011. "Poseedor de uno de los ventiladores de mierda más fenomenales de la historia literaria universal", dijo Roberto Bolaño sobre Vallejo, quien ahora regresa más oscuro, sagaz y amargo que nunca.

"Colombianos: atropelladores, paridores, carnívoros, cristianos, ¿hasta cuándo van a abusar de mi paciencia? ¿Piensan que van a seguir impunes como hasta ahora, de fiesta en fiesta sentados en sus culos viendo darle patadas a un balón?", se lee al inicio de Memorias de un hijueputa, publicado por editorial Alfaguara.

La novela, que estará disponible en septiembre en Chile, cuenta la historia de un tirano que llegó a la presidencia de Colombia y está dictándole a su amanuense, Peña Aranda, unas particulares memorias. Son las divagaciones de un dictador.

Los que sobran

Vallejo editó en 2007 un acabado ensayo histórico sobre la Iglesia Católica titulado La puta de Babilonia. Ahora vuelve a cuestionar a la institución en Memorias de un hijueputa: "Si Dios hablara, su eternidad tendría un antes y un después y se lo arrastraría el río del Tiempo".

-¿Cómo fue volver a Colombia?

-Mis colegas escritores me detestan. En cuanto a volver a Colombia significa volver al pantano de siempre: una ciénaga social, sexual, moral. De la cual solo está bien lo sexual. Lo otro lo considero un verdadero desastre. Aquí todo el mundo se sigue comiendo a los animales, como en la era de las cavernas: terneros, cerdos, pollos, águilas, gavilanes, lo que sea. Todo se lo comen y lo transforman en excremento. Y esclavizan a las vacas. Se toman su leche, que les corresponde a sus hijitos, los terneros. Me voy a tener que volver a ir de este matadero de Colombia, no sé para dónde.

- En Memorias de un hijueputa escribe sobre política y religión. ¿Este libro es su testamento literario?

-No. Ahí yo no escribo sobre democracia, ni religión, ni nada, mato gente. Por montones. Más que Hitler, más que Stalin, más que Pol Pot. De lo que se trata en adelante no es de poner sino de quitar. ¡Qué es ese maldito cuento de los derechos del hombre! ¡No más derechos! ¡Deberes!

-A qué se refiere cuando dice "Lo que se trata no es de poner sino de quitar"… ¿Estas memorias están muy lejos de ser, por ejemplo, como las de Pablo Neruda?

-Cuando te digo que de lo que se trata en adelante no es de poner sino de quitar me refiero a la gente. Sobra gente en este mundo. De los 7.600 millones que hoy somos sobran mínimo, mínimo, por lo bajito, siete mil millones. Y por supuesto que mi libro no trata de unas memorias tradicionales, un género pretencioso, insufrible, en que el memorialista habla de su vida como si fuera tan importante y como si hubiera tratado en ella a grandes personajes de su tiempo. La pobre vida mía no vale la pena. En cuanto a las memorias de Neruda, las leí cuando aparecieron. Recuerdo de ellas un episodio en que deja a García Lorca abajo de una escalera mientras él arriba se está echando a una mujer. De todos modos no creo que Neruda haya vivido tanto. Fue testigo de la Guerra Civil Española, eso sí, y hace poco, por casualidad, leí unos versos suyos, "Mola en los infiernos", en los que empieza llamándolo "Mola mulo" para después hacer rimar "mulo" con "culo" y "Mola" con "cola".

-¿Qué opina del boom que ha ocurrido en estos últimos años con la figura de Pablo Escobar?

-Pablo Escobar es uno de los seres más dañinos y viles y despreciables que haya tenido Colombia. Él fue el que inventó aquí el oficio de sicario. Con todo y que Colombia haya sido en toda su historia un país muy asesino, antes de Escobar nadie mataba aquí por un pago. En fin, la humanidad ha de andar muy vacía para que le den importancia a semejante basura.

-Con los casos de abusos en la Iglesia, ¿publicaría una edición actualizada de La puta de Babilonia?

-Jorge Bergoglio (Papa Francisco) es la alimaña más mentirosa y estafadora que ha parido la tierra. Una vergüenza para la Argentina, para la América Latina y para la humanidad. Canonizó a Karol Wojtyla, el protector de Marcial Maciel, el fundador de la riquísima orden de los Legionarios de Cristo y el más grande pederasta de México, pero el que le organizó sus cuatro viajes triunfales al país de los mariachis. Y ahora nos sale este Bergoglio con unas especies de sínodos de obispos para condenar la pederastia. ¿Y no dijo pues Cristo "Dejad que los niños vengan a mí?" ¿Y para qué los quería? ¿Para darles bombones en el Reino de los Cielos? La puta de Babilonia sigue invicta, viento en popa, nadie puede con ella. Lo que está al derecho lo voy a poner al revés y a hacer que los padres maten a los hijos y los hijos a los padres.

-¿Qué es hoy para Ud. la literatura?

-Un fracaso. Si la literatura antes solo lograba dar cuenta de la realidad en mínima medida, ¡cómo va a poder abarcarla ahora que el mundo echó a correr vertiginosamente! Hay que hacerle sentir al lector, al de hoy por lo menos porque no creo que los pueda haber en el futuro dado que ya acabamos también con el futuro, el horror del cambio, la tragedia de la vida y de la muerte, el desastre inconmensurable y sin esperanzas que nunca hemos querido ver. En la astronomía, convertida en nuestros días en astrofísica y cosmología, la luz sólo señala una cosa: el camino hacia la oscuridad.