Cuaderno de faros, el hermoso libro de la mexicana Jazmina Barrera, consiste en algunas excursiones por diferentes faros del mundo, en una suerte de diario que no pretende ser tal y en la divulgación de información atractiva y sensible, por lo general relacionada con la literatura, en torno a la pulsión que la llevó a convertirse en una coleccionista de faros. "Quizás es cierto que me gustan los faros porque soy desorientada", dice en un momento la autora. Trastocando un poco el sentido de sus palabras, es útil agregar que las investigaciones, los paseos y las reflexiones que aquí comparte resultarán ser una luz inesperada para muchos lectores que se consideran orientados.

El pintor Edward Hopper, "otro amante de los faros", sostenía que el faro es un individuo solitario que enfrenta con estoicismo la arremetida de la sociedad industrial, mientras que Antonio Cabrera, el poeta español recientemente fallecido, escribió que "los faros son tierra levantada sobre la tierra para hacer visible la tierra. Sus luces baten la oscuridad marina cargadas de verdadera preocupación del hombre por el hombre". Barrera, por su parte, extiende su mirada hacia el mar mismo, y es sobre esa inmensidad, ya sea celeste, verde, azul, gris o negra, donde sus divagaciones alcanzan el calado de lo trascendente y lo sublime.

Parte importante del relato es la recreación de las experiencias del abuelo y del padre del escritor Richard Louis Stevenson, ingenieros y pioneros en la construcción de faros. Sir Walter Scott figura con protagonismo en esta trenza: en 1814 participó en un viaje de inspección de faros por Escocia a bordo de un buque llamado Pharos, en el que también viajaba el admirable abuelo de Stevenson. Ambos escribieron diarios de sus movimientos por mar y tierra, y de ambos Barrera selecciona episodios memorables. "Cuando el abuelo de Stevenson construyó por primera vez en la historia un faro sobre una roca marina, utilizó la misma roca para los cimientos. El faro está anclado a la costa, al mar y a las piedras, es lo que es y en donde está". El Pharos, además, fue el primer barco faro de Inglaterra.

Otro haz de este libro iluminador proviene de ciertas digresiones personales, como por ejemplo la profundidad al abordar el acto de coleccionar o la honestidad ante un descuido sumamente comprensible: "Siempre cometo el error de hacer la investigación después del viaje, demasiado tarde". Por otra parte, la ilación de los diferentes elementos dispuestos para articular la narración es intachable y en general sorprendente.

Y cuando Barrera toma riesgos, no sólo sale airosa, sino que triunfa: muy notable es el desarrollo y el desenlace que le da al relato que Poe escribía justo antes de morir, relato inconcluso en el que quedaron bosquejados un farero, su perro Neptuno y un aparente segundo farero, todos, por supuesto, encerrados dentro del mismo faro durante una tormenta feroz. Poe dejó establecido que la marea subía mucho, algo que inquieta al protagonista "porque la planta baja está por debajo del nivel del mar". Y a partir de ahí, la intérprete se lanza con su propia versión de lo que ocurrirá, una escritura espectral, sólida y breve, que no sólo transmite el valor de la reminiscencia, pues en sí constituye un episodio aterrador.

Libro hermoso, como dije al principio, Cuaderno de faros está a la vez lleno de aristas impensadas y de sucesos desconocidos, ambos dignos de ser atesorados, tal vez incluso en un cuadernito aparte.