De todo ese tiempo, lo que quedó fueron algunos poemas, un puñado de fragmentos dispersos en antologías y revistas, un par de versos notables, y no mucho más. Enrique Lihn se encargó, temprano, de borrarlo todo: esos poemas de juventud, esos dos primeros libros que escribió y publicó cuando era un veinteañero, un muchacho que venía, en estricto rigor, de la pintura, del dibujo, de la Escuela de Bellas Artes, ahí, en el Parque Forestal, a fines de los 40, principios de los 50.

Dos libros que fueron aquel inicio que intentó borrar tantas veces: Nada se escurre (1949) y Poemas de este tiempo y de otro (1955).

Iba a ser pintor, se supone. Su tío Gustavo Carrasco —el primer artista que conoció en su vida— lo ayudó a prepararse para ingresar a la Escuela de Bellas Artes. Fue en 1942, Lihn tenía 12 años y no quería seguir yendo al colegio. Se formó con Pablo Burchard, montó un par de exposiciones siendo todavía un adolescente, se dedicó al dibujo, tenía talento, decían, pero algo se torció.

"Creía ser ya un pintor cuando empecé a envidiar sanamente a los poetas. Escribí versos pésimos por los que fui rechazado por bardos de veinte años, de los que nunca más se supo, de sus sociedades de melena y corbata de humita. Para hacerlos retractarse escribí unos mejores, a fines de los cuarenta, pero esa mejoría significó mi postración como 'artista plástico'", escribió Enrique Lihn en 1988, poco antes de su muerte, rememorando esos comienzos, esos primeras tentativas con la escritura. Eran años en que el Parque Forestal parecía ser el centro de los artistas. Circulaban por esos lugares "pintores, semipintores, poetas, diletantes, literatos, grandes lectores, algunos de los cuales venían del Pedagógico, y en medio de todo eso algunos de nosotros dejamos los yesos y las naturalezas muertas por la pluma", le confesaría Lihn a Claudia Donoso en esa larga entrevista que le dio en 1981 y que se publicó de forma íntegra hace unos meses bajo el título Enrique Lihn en la cornisa (Ediciones UDP). Es esta conversación uno de los pocos registros que hay en que Lihn habla de esos años, de esos primeros libros. Donoso lo lleva hacia allá con esa inteligencia que la caracteriza y logra que Lihn recuerde aquellos años que parecieran estar borrados de su biografía literaria.

Porque la literatura de Enrique Lihn empieza, para él, con ese libro impactante que es La pieza oscura (1963), y lo de antes son sólo escarceos, poemas escritos por un muchacho que está buscando su voz, tanteando, poniendo sobre el papel sus lecturas, sus pequeñas y juveniles obsesiones. Pero lo cierto es que esos dos primeros libros son el inicio de un escritor descomunal, de un lujo inmerecido —como lo definió alguna vez Bolaño—, de un autor que ahora, cuando se conmemoran los 90 años de su nacimiento, continua siendo un escritor fundamental para entender la literatura chilena de las últimas décadas.

Ahí empezó todo, con Nada se escurre y con Poemas de este tiempo y de otro, esos dos libros imposibles de hallar hasta el año pasado, cuando Editorial UV los reeditó en un estuche junto a un texto de Jodorowsky y unos dibujos del mismo Lihn.

Leer hoy ese primer libro, después de 70 años desde su publicación, es como encontrar un álbum de familia en un mercado persa y descubrir, entre esas fotografías, los retratos de infancia de alguien que nos parece levemente conocido, el rostro de un hombre que se convertirá en un personaje ineludible, importante, cercano. Uno que años después escribirá:

"Y bien, eso era todo.

Aquí tiene la vida, mírese en ella como en un espejo,

empáñela con su último suspiro.

Este es Ud. de niño, entre otros niños de su edad;

¿se reconocería a simple vista?

Le han pegado en la cara, llora a lágrima viva,

le han pegado en la cara".

*

"Una cosa que ocurre cuando se es poeta joven (en un sentido cronológico) es que más bien se tiende a repetir conductas literarias, a reintentar lo ya hecho, lo ya escrito; también hay una cierta confusión en el pensamiento, digamos filosófico, entre el concepto y la imagen, una cierta tendencia a la abstracción que advirtió Lucho Bocaz en mis primeros poemas… —explicaba Lihn en una de las últimas entrevistas que dio, a mediados de 1987, en la que repasaba buena parte de su historia literaria—. Una poesía que esperaba obtenerlo todo del lenguaje, de la palabras, en otros términos: 'palabrera'. Entonces, un primer vuelco en esa orientación ocurrió con la publicación de Poemas y antipoemas, incluso antes de la aparición del libro de Nicanor Parra, cuando empezamos nosotros a conocerlo y a leerlo (al hablar de nosotros me refiero a un mínimo grupo de personas de mi edad) porque el libro contrariaba la tendencia general de la poesía latinoamericana y chilena. Él venía de Inglaterra y Estados Unidos, hacía una poesía que incorporaba el lenguaje de la novela, el lenguaje del periodismo y los lugares comunes y, sobre todo (y eso era lo importante), hacía una poesía de transposición lo más directa posible de cierto tipo de experiencias conjeturales. No quiero decir de la experiencia ordinaria sino de la hipótesis acerca de la realidad".

Una poesía que esperaba obtenerlo todo del lenguaje: el proyecto de Lihn, justamente, sería poner en duda, una y otra vez, el poder del lenguaje, sus alcances, sus ambiciones, sus fisuras. Aunque todo eso aún no existía en aquel primer libro, Nada se escurre. Había en esos poemas la voz de un muchacho que adolecía el mundo, que se aventuraba a indagar en la muerte.

"No quiero que los muertos,

cuando vengan de vuelta a sus ciudades,

cuando la luz se abra y los reciba

con una nueva cara,

y ladre alegremente un nuevo perro

y abran sus dulces brazos las ventanas,

hallen tan sólo muertos".

Recorre estos poemas una cierta solemnidad juvenil, un lenguaje que se vuelve pesado, demasiada trascendencia detrás de estos versos que, sin embargo, a veces producen hallazgos que sorprenden:

"Alguien en una caja guarda grandes heridas

semejantes a alientos oscuros.

Alguien en blancas cajas guarda negras heridas

Para que el ojo alegremente vea

Sólo su delicada claridad.

Alguien en una caja guarda grandes heridas".

El joven Lihn, el que iba a ser pintor, el que deambulaba por el Parque Forestal, el que no aguantó el Liceo Alemán, de pronto dudaba: "Salir mientras adentro se nos queda/

aquello que buscamos", escribe en el cierre de uno de los veintidós poemas que conforman este primer libro, que fue financiado por Jodorowsky y que circuló de forma modesta y silenciosa.

Claudia Donoso le iba a preguntar por qué no ponía en su currículum literario este libro. Lihn le iba a responder: "Porque lo considero un libro prematuro (…). [Son]

poemas muy imprecisos desde el punto de vista del sujeto que habla, remiendos de cosas, vacilaciones, falta de sentido de lo que se está haciendo. Es decir, muchas cosas hechas 'por si acaso', pero que alcanzaban a crear el 'efecto' tal vez de poesía, y era lo que me parecía a mí y también a algunos amigos".

Esa mirada crítica de Lihn estaría marcada también por lo que iba a ocurrir poco tiempo después de ese debut: Nicanor Parra.

Se hicieron amigos, Lihn lo empezó a leer con atención y entonces ya nada fue volvió a ser lo mismo.

"[En ese entones] leía a Valéry casi en francés, a los simbolistas, un poco a los surrealistas, incluyendo a los chilenos. Parra fue el balde de agua fría, el pulverizador de la poesía pura y del dictado automático a la europea. Después de conocer a Parra, traté, más bien inútilmente, de iniciarme en la poesía anglosajona, que era su escuela. Desconfié del hipnotismo poético de Neruda, y, en un nivel más bajo, de las 'combinaciones y figuras literarias' de ese tiempo. Incorporé el relato a la poesía y un narrador personaje de tamaño natural. Creo, sin embargo, que no he imitado nunca a Parra, salvo conscientemente, como se hace el guiño de la intertextualidad", iba a escribir Lihn en el prólogo a la antología personal que armó, poco antes de su muerte, para Lumen: Álbum de toda especie de poemas, que se reeditó el año pasado.

La lectura de Parra, entonces, sería fundamental para combatir aquella solemnidad de esos primeros poemas. Lihn, de hecho, en 1951 le dedicaría su primer texto crítico, "Introducción a la poesía de Nicanor Parra", en la revista Anales de la Universidad de Chile, en el que analizaría un puñado de poemas de Parra que luego serían parte de Poemas y antipoemas (1954).

La libertad de Parra en esos poemas, en esa nueva apuesta estética, sería algo a lo que se aferraría ese joven Lihn, quien dejaría ver en Poemas de este tiempo y de otro los ecos de la antipoesía: esa libertad, ese desenfado, ese impulso por empujar la poesía mucho más allá de sus límites convencionales.

En este segundo libro de Lihn hay algunos poemas que sobrevivieron a su intento por hacerlos desaparecer. Fragmentos de "Celeste, hija de la tierra", por ejemplo, circularon por algunas antologías, y era inevitable. El comienzo de ese poema es Lihn en estado puro:

"No es lo mismo estar solo que estar solo

en una habitación de la que acabas de salir

como el tiempo: pausada, fugaz, continuamente

en busca de mi ausencia, porque entonces

empiezo a comprender que soy un muerto

y es la palabra, espejo del silencio

y de la noche, el fruto del día, su adorable secreto revelado por fin".

Ese poema abre el libro y es uno de sus primeros textos de largo aliento: "Me interesa como un primer trabajo de expansión, de respiración en la escritura. Es extenso y de repente se abre como un delta y termina en prosa", le explicó a Donoso en su entrevista.

Ahí está, en ese largo texto poético, aquella voz que luego Lihn perfeccionará y que le permitirá escribir poemas tan extraordinarios como "La pieza oscura", los monólogos ("Monólogo del padre con su hijo de meses" y "Monólogo del viejo con la muerte"), "La despedida", "Escrito en Cuba", "Mester de juglaría", "Pena de extrañamiento" y "Verbo divino", por citar algunos de esos poemas en que aquella voz arrastra al lector hacia una experiencia de aquellas.

En Poemas de este tiempo y de otro vuelve a asomarse la muerte, pero esta vez el hablante mira todo con mayor escepticismo ("Así es la vida"); con rabia, también, como se aprecia en ese hermoso poema que es "Hoy murió Carlos Faz": "Porque un joven ha muerto/ pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida".

Ese impulso narrativo que marcará una buena parte de sus poemas está insinuado en este libro, que le valió elogios de Parra y de Gonzalo Rojas en su momento, sin embargo todo en ese entusiasmo no fue suficiente.

Lihn iba a desaparecer por varios años. Guardaría, entonces, un silencio irrenunciable.

"Me retiré de la competencia, del pequeño mercado mínimo chileno, en un momento en que estaba bien emplazado —le contó a Donoso—. Habría podido seguir el ejemplo de tipos que prefirieron el silencio a la letra. Solamente que no fue mi caso. Seguí escribiendo muchas cosas, entre otras 'Huacho y Pochocha', que es del 56. Ese cuento es clave para entenderme como prosista, y se publicó tardíamente, en 1964".

En esos años en que escribe "Huacho y Pochocha" —uno de los mejores cuentos de la narrativa chilena—, Lihn le irá dando forma a los poemas que reunirá en La pieza oscura, el final de un silencio que duró casi ocho años.

Y de ahí en adelante, Lihn se volverá una figura central de la literatura chilena. Publicará cuentos, novelas, ensayos, reseñas, artículos periodísticos, poemas, una suma importante de poemas que hoy siguen interpelando a cientos de lectores. Una poesía —un proyecto de escritura— que siempre fue incómoda, es decir, imprescindible; el registro de una vida intensa, rabiosa, y de un país que se derrumbó.

En medio de esas ruinas, de esos escombros, Lihn construyó una obra infinita.