"Aquí, viendo

Élite

por la trama", es un chiste muy común en Twitter, acompañado de la frase "la trama", ilustrada por la foto sexy de alguna actriz o actor de la serie española. Su elenco, compuesto por jóvenes que rondan los 20 años o poco más, interpretan a alumnos de un exclusivo colegio y es indisimulado que en el casting importó de sobremanera el aspecto físico: cualquiera de ellas y ellos podría tener una carrera como modelos y las escenas de desnudos, sexo o con poca ropa forman parte del libreto. Tampoco hay disimulo por copiar a

Gossip girl

, aquella serie estadounidense con adolescentes del Upper East Side de Manhattan, desde donde saltaron a la fama Blake Lively, Chace Crawford o Penn Badgley bajo la misma ecuación: actores atractivos encarnando a estudiantes ABC1, bellos, intrigantes e hipersexualizados.

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Élite, de Netflix.[/caption]

Culpar a Élite de escoger a actores carilindos o de copiar de por aquí y por allá sería desconocer cómo se mueve la industria del entretenimiento dirigido a los adolescentes no solo en la televisión, también en el cine o la música. Las boyband no tendrían sentido de no ser así, tampoco los ídolos teen o las cintas sobre colegios donde sucede de todo, menos estudios, una fantasía edulcorada de lo que realmente ocurre: los quinceañeros y veinteañeros quieren aspirar a verse reflejados, aunque sus vidas no sean tan alocadas como en una ficción.

Pero Élite es una versión remozada de venta de ilusiones y cuerpos marcados en pantalla. Acorde a los intereses de la generación centennial, acá la sexualidad es libre, por lo que en la trama hay una pareja gay, otro bisexual, un par de tríos y una chica seropositiva, donde hay poca carga valórica, aunque uno sospecha que tanta diversidad en una misma serie tiene más ecuación de conveniencia que de interés real por esas temáticas. Al guion se suma un asesinato —al estilo Por 13 razones— y numerosos sospechosos —suena conocido—, que es el motor de la trama en la primera temporada, hasta que finalmente se descubre la identidad del asesino de Marina, la chica de buena familia que detesta a su padre y hermano y siente atracción por Samuel, el chico bueno-pero-pobre recién llegado al colegio Las Encinas, el más exclusivo de España.

En cualquier otra ficción, la reunión de jóvenes adinerados con tres que no lo son —y están ahí gracias a una beca— pudo dar pie a un desarrollo de mayor complejidad, pero en Élite el asunto no escala más allá de "los ricos" y "los pobres", porque importa más quién le gusta a quién o quién seduce a quién que cualquier otra cosa más sofisticada. Derechamente, la serie opta por la entretención pura y dura, con moral Instagram, donde lo que importa es que luzca bien por sobre todas las cosas. Fue la fórmula que le dio éxito en su primera temporada y que en este segundo ciclo, recién estrenado en Netflix, repite sin mayor esfuerzo. Y razón tienen los creadores: los ocho capítulos se ven en modo maratón —con nuevos personajes, intrigas y tensión, porque en la cárcel está alguien inocente por el crimen de Marina y no el verdadero culpable—, donde uno quiere ver otra vez a los personajes favoritos, el nuevo look que tienen y quién seduce a quién esta vez.

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Élite.[/caption]

Sería fácil ningunear el éxito de Élite, porque es una ficción para adolescentes sin muchas pretensiones artísticas. Pero evidentemente algo funciona bien para que uno vea los capítulos de manera rápida, incluso aunque uno esté lejos del target. Más allá de la suma de clichés que tiene, de algunos diálogos ridículos, de ideas que se han visto antes en centenares de ficciones, Élite es como la hamburguesa que uno come en el trasnoche, con más hambre que ganas de exigir calidad y a esa hora parece la hamburguesa más rica que has probado: hay gente guapa en pantalla, cuidado look, una narración divertida, intrigas que mantienen el ojo atento y una exquisita frivolidad. Quizás, como con esa hamburguesa a medianoche, a la mañana siguiente uno piensa que realmente era mala. Pero se disfrutó igual.

https://www.youtube.com/watch?v=c4V3N-2ARUw