Moral Tarantino

Érase una vez en Hollywood.

Le atribuyen a Godard haber dicho en alguna época que para filmar una película bastaba una idea en la cabeza y una cámara al hombro. Y parece lícito preguntarnos cuál es la idea que está detrás de Había una vez en Hollywood. ¿Hay ahí una idea o esta es solo una película que se deja devorar, con intensidades pocas veces vistas, por las obsesiones, los recuerdos, los afectos y las eróticas de su autor?



No solo es la mejor película del año hasta el momento. También Había una vez en Hollywood es la más intensa, la más gozosa y más jugada. Las dudas que genera, siendo a lo mejor muy legítimas, no le rebajan un ápice la estatura a su creador. Más bien le devuelven una densidad que en sus últimas realizaciones se anduvo licuando.

Le atribuyen a Godard haber dicho en alguna época que para filmar una película bastaba una idea en la cabeza y una cámara al hombro. Y parece lícito preguntarnos cuál es la idea que está detrás de Había una vez en Hollywood. ¿Hay ahí una idea o esta es solo una película que se deja devorar, con intensidades pocas veces vistas, por las obsesiones, los recuerdos, los afectos y las eróticas de su autor? Decir que esta es una película sobre la amistad o sobre el fin de una época quizás sea la mejor manera de reconocer que detrás de estas imágenes brillantes no hay ni una pinche idea. Si eso es así, ¿será tan malo?

Ciertamente la relación que une a los personajes que interpretan Leonardo DiCaprio y Brad Pitt es de amistad, no obstante que existe subordinación del uno al otro. Di Caprio es el patrón y la estrella. Pitt, el doble, asistente de servicios múltiples y el subordinado. El protagonismo de esta historia enorme y desparramada, sin embargo, pertenece mucho más al doble que la estrella. Pitt no es la contracara ni el socio (en el sentido de Jenaro Prieto) ni la sombra del Rick Dalton que interpreta DiCaprio, un actor que ya entró a la espiral de la decadencia. Es simplemente su ángel de la guarda. Tendrá un pasado algo turbio (el tipo es sospechoso de haber matado a su esposa), pero este ángel tiene todo lo que a Dalton le falta: coraje.

Hay pocas películas de mayor sensualidad que Había una vez en Hollywood y sin embargo en ella no hay sexo. Hay alguna desnudez en la fiesta en la Mansión Playboy y eso sería todo. El cine de Tarantino tiene un extraño equilibrio entre libertinaje y castidad. Pero en la escena en que la chica hippie que estira sus piernas, y las coloca sobre el tablero del auto de Brad Pitt, hay más humedad y perversión que en toda Ninfomanía junta de Lars von Trier.

¿Es inmaduro Tarantino? Inmaduro en cuanto a que es tan cinéfilo que no sabe hacer otra cosa que filmar para el cine y desde el cine. También en cuanto a que su inspiración se quedó pegada en el gusto adolescente de los años 60 y nunca evolucionó. Inmaduro asimismo porque no ha crecido ni envejecido con sus personajes. Está bien. Pero, ¿puede ser inmaduro alguien que filmó esa catedral de pura serenidad que es Jackie Brown o que se permite, en esta orgía visual que es Había una vez..., una introspección como la que se hace aquí el personaje de DiCaprio? No es una pregunta fácil responder.

Tarantino podrá ser un enfermo incurable en términos de cinefilia, pero la suya se representa mejor en el rescate de los malos cineastas que en el culto a los grandes maestros. Es un tipo raro. Hay razones para creer que entre el cine basura y el de Buñuel o Dreyer, él se quedaría con la basura. Su cinefilia es ecuménica: adora tanto lo que es malo como lo que es bueno. Y puesto a elegir -por lealtad, por biografía, por corazón- es de temer que prefiera lo malo.

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