"Fui Jesucristo por última vez el 28 de febrero de 1976".
No hay un delirio mesiánico en esa frase. De hecho, lo que hay es exactitud. El hombre que escribe esas palabras fue Jesucristo por cuatro meses. Las personas se agolpaban para escucharlo, y algunos se quedaban esperándolo para que impusiera las manos a sus hijos. Afuera de donde predicaba su obra se agolpaba a su vez otro grupo, que, arrodillándose, pedía por la salvación de las almas de quienes cometían lo que estimaban como una herejía.
Camilo Blanes, más conocido como Camilo Sesto, fue Jesucristo por primera vez el 6 de noviembre de 1975. Cuando terminó su camino, no sólo él se había transformado para siempre en el rol más relevante de una prolífica carrera. También empezaba a quedar atrás el país en el que había estrenado la obra, marcado por la figura del general Francisco Franco, y que en la década siguiente viviría el denominado "destape", del cual la obra, quizás sin adivinarlo, fue un precedente clave.
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"Irreverente o incluso insultante a la figura de Jesucristo". No había forma de apelar y había que cambiar el fraseo. La letra de "Canción de Herodes", uno de los temas centrales de Jesucristo Superestrella –la ópera rock de Andrew Lloyd Weber estrenada a inicios de la década de 1970- no pasaba la censura del régimen franquista. Lo mismo pasaba con "La Canción de Judas", donde el censor entendía que se trataba a la figura de Jesús "con poca deferencia, destacando su raza judía por encima de su divinidad".
La anécdota es narrada en el libro Jesucristo Superstar: Ópera Rock, una investigación sobre el musical publicada en 2014 por la autora española Marta García Sarabia. De hecho, la frase que inicia este texto –"Fui Jesucristo por última vez…"- es del prólogo, firmado por el propio Camilo Sesto, quien además colaboró con el trabajo.
Y refleja el problema en el que se metió la entonces novel estrella de la canción. Porque Sesto había conseguido apenas un par de años antes meterse en los ránkings hispanos y latinoamericanos con "Algo de mí". Pero el cantante, cuyos orígenes estaban en bandas de rock, había quedado alucinado al ver en Londres una función de Jesucristo Superstar. "La vi de pie y de piedra me quedé. En ese momento me dije: 'Esto se tiene que ver en España y la tengo que hacer yo, solo yo'", relataba casi cuatro décadas después.
El primer elemento a zanjar era el financiamiento. La apuesta de Camilo Sesto fue llevarse los derechos de la obra como productor ejecutivo, poniendo los casi 80 mil dólares que se requerían para el montaje. "Fue muy arriesgado mi propio empeño en salir adelante, sin ningún tipo de subvención, patrocinio, sponsor ni ayuda económica. Fue únicamente mi propio bolsillo quien sufragó los gastos que costó la producción", reconocía el artista.
Despejado ese tema, había que ponerse manos a la obra con otra complejidad. Jesucristo Superestrella era el primer musical de envergadura que se haría en España, y, por lo tanto, encontrar artistas que pudieran cantar y actuar de forma simultánea era una tarea difícil. "El que cantaba no bailaba, y el que bailaba no sabía actuar. Pero conformamos un buen elenco", confidenciaba en 2014 al diario ABC el director de la obra, Jaime Azpilicueta, quien también se encargó de la adaptación al castellano de la pieza, junto con Nacho Artime.
Pero interés de participar había: en las audiciones, que se realizaron durante un mes y medio, participaron más de 1.600 personas. Aunque se pensó en Paloma San Basilio para el rol de María Magdalena, éste terminaría siendo ocupado por otra cantante, la dominicana Ángela Carrasco. Teddy Bautista, líder de la banda de rock progresivo Los Canarios, se quedó con una doble tarea: interpretar a Judas y encargarse de los arreglos musicales.
Con todos esos puntos resueltos, quedaba aún un tema pendiente: cómo lograr que la controvertida obra sorteara los férreos controles del régimen español.
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Hoy es un clásico, pero en 1975 Jesucristo Superestrella era controversial. Para estrenarse en España, la película había debido adaptar los subtítulos omitiendo parte de los diálogos en inglés y, según diversos reportes de prensa, el propio papa Paulo VI se había quedado con una muy mala impresión tras verla. Su apuesta por mostrar a un Jesús "mortal" –incluso omitiendo cualquier parte vinculada a la resurrección- y la mezcla de rock y guiños modernos en la interpretación de la Pasión eran mirados con recelo por un amplio sector de la Iglesia.
Además, la situación política en España era compleja. La salud de Francisco Franco estaba muy deteriorada y se presumía que el Generalísimo podía morir, lo que también dotaba a ese período de una incertidumbre particular. Azpilicueta asegura, de hecho, que "el espectáculo estuvo prohibido durante mucho tiempo" cuando ya estaba listo, y que "nadie sabía darnos una razón" salvo de que "alguien de 'muy arriba' había decidido impedir el estreno".
De manera sorpresiva, la autorización llegó, pero con una valla que salvar: la función exclusiva para los censores y sus cónyuges, una especie de "ensayo general" en que se pidieron unas últimas modificaciones que revelan la confusión lingüística y política de aquella época.
"Estábamos aterrados. Y fíjese lo que ocurrió. En la escena del arresto, teníamos unas proyecciones con portadas de periódicos que anunciaban la detención de Jesús; en una de ellas se leía: "Jesucristo, arrestado por el 'establishment'", decía Azpilicueta. "En la hoja de censura nos prohibieron que hiciéramos referencia a aquel 'partido político'", remataba.
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El 6 de noviembre de 1975 fue un día movido en España. Carlos Arias Navarro era confirmado como presidente del Gobierno y el entonces príncipe Juan Carlos pasaba a asumir la jefatura del Estado en medio de lo que era un estado agónico de Francisco Franco. Para ese mismo día estaba fijado el estreno de Jesucristo Superestrella en el teatro Alcalá Palace de Madrid, fecha que se había tenido que aplazar justamente a la espera de mayores certezas sobre el estado de salud del Generalísimo.
En la prensa de la época la expectativa iba desde miradas más artísticas hasta las que advertían de lo impropio de la obra, con un titular clásico: "Anticristo Superstar". Había tensión porque, entre otras cosas, llegaron avisos de supuestas bombas colocadas para impedir que el trabajo viera la luz.
Pero el estreno, y la obra en sí, resultaría todo un éxito. La obra se presentaría a tablero vuelto –sólo con una breve detención por la muerte de Franco, ocurrida el 20 de noviembre-, y no pararía hasta el año siguiente, cuando ya los compromisos musicales asumidos por Camilo Sesto eran impostergables. Además, se publicaría un álbum con las canciones, que también se convirtió en un hit de la España que comenzaba tímidamente su camino hacia una nueva personalidad tras Franco.
Entre las reivindicaciones, una muy simbólica y particular: la memorable interpretación de "Getsemaní" –donde Sesto grita desgarrado "Mira mi muerte" y "Por qué he de morir", entre otras frases que ya son parte de la cultura popular- llegó a ser la número uno en el ránking de la Radio Vaticana. Cuatro décadas después, la obra es un referente en español, con cantantes de todas las latitudes hispanohablantes buscando con ansias el rol de Jesucristo. Como ejemplo, en Chile figuras como Beto Cuevas o Mario Guerrero han interpretado ese papel. Siempre con la referencia del cantante español como ícono central.
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