¿Cómo empatizar con alguien que acaba de devolver a su hijo adoptado? ¿Qué aire hay que respirar y qué libros se deben leer para congeniar con una pirómana? ¿Cómo la letra monocorde de un reggaetón le puede dar sentido a una vida pusilánime? Las preguntas que bombardean al espectador tras ver Ema (2019), la octava película en la filmografía de Pablo Larraín, se agolpan en el estómago como quien ha comido una merienda suculenta, diferente y que tal vez sea un gusto adquirido.

Estrenada hace una semana y media en el Festival de Cine de Venecia, que ya antes acogió a Post Mórtem (2010) y premió a Jackie (2016), Ema es la más incómoda y arriesgada de las películas de Pablo Larraín. Hoy tuvo su primera exhibición a la prensa chilena después de haber cosechado en general una buena cantidad de críticas positivas (salvo la del diario especializado The Hollywood Reporter) en la muestra veneciana y hace un par de días en el Festival de Cine de Toronto. La cinta se estrena comercialmente el próximo jueves 26 de septiembre.

Casi siempre se elogia su desborde y originalidad visual (director de fotografía Sergio Armstrong), su contagiosa banda sonora (Nicolas Jaar y Tomasa del Real) y su actuación protagónica a cargo de Mariana Di Girolamo. Casi siempre también se intenta explicar el comportamiento de alguien que en realidad no necesita explicación. Ema, la protagonista y la película , simplemente se siente. Su historia es la de una muchacha con algo de punk que se atropella en todas sus decisiones, algunas buenas, otras malas, pero todas honestas.

Formó pareja con Gastón (Gael García Bernal), un coreógrafo 20 años mayor, juntos adoptaron a un niño de origen colombiano y juntos lo perdieron. O, mejor dicho, ella lo devolvió al Servicio Nacional de Menores después de que el chico fue demasiado lejos: le provocó grandes quemaduras faciales a la hermana de Ema. Lo que difícilmente reconoce la madre novicia es que el niño aprendió todo de ella, lo bueno y lo malo. Tocó su cuerpo y también comprendió que las manos de aquel cuerpo acostumbraban a incendiar basureros callejeros, juegos infantiles de plazas, estatuas de próceres.

A medida que avanza la historia, Ema parece ir perdiendo la sintonía de amor que alguna vez la conectó con Gastón e ir aliándose más con su grupo de amigas bailarinas. Son casi una pandilla salvaje, que tiene un fuerte instinto sexual, pero al mismo tiempo es destructiva. Gastón, a veces, las reprende. Y también la reprende a ella, bajándose sus bonos como amante y adoptando la figura de padre sin autoridad. Para remate, la causa de su fallida adopción familiar es la infertilidad de él. "Chancho estéril" le dice Ema en algún momento de honestidad brutal.

En honor a la verdad, la película está atiborrada de esas brutalidades, pero están elaboradas con tal poder evocador e inspiración, que se pueden soportar y disfrutar. Después de todo, es la historia de una mala madre. O la probable redención de una chica que no es santa.

En un camino adyacente a sus avatares familiares, Ema conoce a Raquel (Paola Giannini), una abogada que le lleva unos diez años más en edad y con la que establece una relaciónafectiva. Ella a su vez está casada con Aníbal (Santiago Cabrera), un bombero que alguna vez se cruzó en el camino de Ema y su pandilla. El círculo dramático se une así por todos sus puntos y lo que se consigue son más llamas de descontrol y erotismo. Más damnificados emocionales en las manos de Ema, que quema com reguero de pólvora todo lo que hay en su sendero.

La única gran locación de la película es la ciudad de Valparaíso, aquí exprimida de día y de noche, en la costanera y en los cerros, dentro de una lancha y también en una casa de altos techos y vista al mar. Las coreografías, normalmente al ritmo del reggaetón, también se entrelazan con el paisaje, generalmente en las prácticas en gimnasios y galpones, pero además en el borde costero, arriba de un escritorio de abogado o en una cancha de baby fútbol.

Entre los actores secundarios de Ema destacan dos, ambos representantes del trabajador promedio de Chile, casi al borde del colapso nervioso. Una es la asistente social que interpreta Catalina Saavedra, fiera defensora de los muchachos adoptados que caen en manos equivocadas. El otro, más breve y más llamativo, es la directora del colegio a cargo de Amparo Noguera. Se autodefine como "bipolar" y quizás por eso parece llevarse bien con Ema.

Fulminante en términos visuales y estilizada hasta en el detalle más insignificante, Ema de Pablo Larraín incorpora otra personaje femenino referencial al cine chileno junto a los de Una mujer fantástica (2017), Gloria (2013) o Rara (2016).

https://www.youtube.com/watch?v=kPwXkr3F7VU