No está en discusión si Araña es una buena o mala película, sino si era la carta más adecuada de Chile para ir a buscar uno de los cinco cupos de Mejor Película Internacional en los premios Oscar. La ministra de las Artes, las Culturas y el Patrimonio, Consuelo Valdés, ha anunciado que el filme de Andrés Wood representará al país en la preselección por los Oscar con la cinta sobre tres exintegrantes de Patria y Libertad que se reencuentran —ellos y su pasado— 45 años después. Tomando en cuenta que en la elección también competía Ema, de Pablo Larraín y coprotagonizada por Gael García Bernal, evidentemente se trata de un despropósito.
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Cuesta comprender que la elección chilena no considere que Wood nunca ha logrado competir en los premios de la Academia, que su nombre es completamente desconocido en Estados Unidos y que Araña no ha tenido un recorrido por festivales lo suficientemente atractivo (se presenta ahora en Toronto, un certamen no competitivo), versus el paso que está teniendo Ema, que acaba de participar en la selección oficial del Festival de Venecia —uno de los más importantes del mundo junto a Cannes—, donde tuvo comentarios elogiosos de parte de críticos mayoritariamente estadounidenses que enloquecen con Pablo Larraín (es cosa de leer IndieWire de vez en cuando).
En Norteamérica, el chileno es un director reputado y con visibilidad —su penúltimo filme fue Jackie, con Natalie Portman-, productor de la ganadora del Oscar Una mujer fantástica, nominado al Oscar por NO y dueño de la productora Fábula, que acaba de trabajar para una serie para HBO y con una maquinaria lo suficientemente astuta para llegar donde debe llegar. En pocas palabras: un filme de Larraín es esperado por los críticos en Estados Unidos, más aún si en su elenco tiene a García Bernal, un actor de prestigio en ese país y ganador de un Globo de Oro.
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La elección del candidato chileno al Oscar la ha realizado el Comité de Selección 2020, compuesto por 154 personas separadas en 14 grupos que representan las distintas disciplinas audiovisuales. Araña obtuvo 40 votos y el comité nuevamente se ha inclinado por Wood en vez de Larraín: en 2011 ellos prefirieron a Violeta se fue a los cielos por sobre Post mortem, que había participado en el Festival de Venecia. Se sabe que el filme escogido no logró entrar en competencia. No es el único desacierto de quienes eligen quién va a Hollywood: en 2008 se escogió a Isla Dawson, de Miguel Littin, como representante chilena por sobre La nana, de Sebastián Silva, que tuvo la primera nominación chilena a los Globos de Oro, además de ganar Sundance y postular a los Independent Spirit Awards. Se sabe que Isla Dawson fue completamente ignorada por la Academia de Hollywood.
Elegir quién representa al país en una premiación resulta antojadiza. Pero teniendo en cuenta que Chile ya tiene dos Oscar (Historia de un oso y Una mujer fantástica), va siendo hora que la elección se profesionalice y considere puntos relevantes. Por un lado, estar en carrera por un Oscar y eventualmente ganarlo representa una visibilidad enorme para la pequeña industria audiovisual chilena, que le otorga réditos no solo al filme postulado sino a sus pares, porque finalmente lo que se pone en el mercado es el nombre de Chile. Por otra parte, los galardones de la Academia no premian necesariamente calidad, sino más bien visibilidad de una película, especialmente cuando es de lengua extranjera. Todos los largometrajes que triunfan allí han tenido un recorrido por festivales, han hecho campaña y los votantes les prestan atención si reúnen esas condiciones. ¿Es Una mujer fantástica la mejor película chilena de la historia? Por supuesto que no. Ni siquiera era la mejor cinta local de ese año, pero había conseguido una visibilidad enorme y habría sido una tontera no llevarla.
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De estrategias saben los argentinos, que usualmente postulan a los Oscar las películas de Ricardo Darín –sean buenas o malas-, porque tras protagonizar la ganadora del premio, El secreto de sus ojos, es un nombre conocido para los votantes. Seguramente Araña de Wood no entrará en la quinela de nominados al Oscar (ojalá tuviera la suerte de lograrlo, pero estos premios no son un asunto de suerte) y tampoco era una certeza que con Ema eso habría sucedido. Pero, a simple vista, la de Larraín tenía posibilidades de ubicar, una vez más, a Chile en el ojo del mundo. La oportunidad se ha desaprovechado.
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