Romina Reyes: "No estaremos en dictadura, pero he visto helicópteros paseando por Santiago arriba de mi cabeza"
La autora de Reinos (2014) publicó este año su primera novela, Ríos y provincias, en la que hace un retrato del Chile reciente a través de la educación sentimental de dos mujeres, madre e hija, cuyas historias cuenta en paralelo.
Hace unos años, en 2014, Romina Reyes (1988) publicó Reinos en la editorial Montacerdos y fue la punta de lanza de una camada de escritoras nacidas entre 1988 y 1990 que publicaron libros en los años siguientes y que también trabajan en el realismo: luego vendrían Ileana Elordi con Oro, Paulina Flores con Qué vergüenza y Arelis Uribe con Quiltras. En Reinos, Romina Reyes retrataba momentos en la vida de santiaguinos de clase media con especial atención en el lenguaje que utilizaban y en la manera en la que se cuenta un cuento, y esa búsqueda le trajo reconocimiento, el premio a las mejores obras literarias del Consejo Nacional de la Cultura y la adaptación cinematográfica de uno de sus relatos (Reinos, la primera película de Pelayo Lira, fue estrenada en 2018), trabajo en el que también participó, colaborando con el guión. Desde entonces Romina, de profesión periodista, ha estado estudiando una maestría en Literatura en Buenos Aires y escribiendo su primera novela, Ríos y Provincias, que fue publicada este año, también bajo el sello Montacerdos, y en la que cuenta en paralelo la historia de dos mujeres chilenas y su educación sentimental: Jacqueline y Javiera, madre e hija santiaguinas de clase media. Jacqueline está casada con Igor, a quien conoció a fines de los años '70, cuando estudiaba en Concepción, y Javiera, la hija de ambos, creció en democracia y, durante el momento que se narra la historia, vaga por Santiago, cesante, tratando de olvidar un amor.
-¿Por qué no seguiste escribiendo cuentos?
-Porque siento que hay una presión, o no sé cómo llamarla, porque nadie le dice a una escritora joven que partió con un libro de cuentos que tiene que seguir con una novela, pero la novela es vista como más importante, o yo lo he sentido así. Es una manera de validarte. Pienso en que la Paulina Flores también está escribiendo una novela, la Arelis Uribe lo mismo. Es un paso que dar. También por un interés personal de probarme a mí misma en otro género, pero sobre todo por eso, porque al final tengo una carrera literaria que necesito que me de plata, que me de una vida material, y pensando en eso, la novela vende más que los cuentos.
-¿Y cómo fue pasarse a la novela?
-Raro, porque igual la literatura como una expresión artística es súper abierta, entonces no creo que haya un solo método para escribir una novela, pero aprendí un método que me sirve a mí. También me sirvió indirectamente haber escrito el guión de Reinos. Para escribir guiones se sigue una estructura súper ordenada: primero planteas un argumento, donde cuentas la historia de principio a fin y después conviertes eso en escaleta, que en el fondo es cada escena. No digo que yo haya hecho exactamente eso para escribir la novela, pero ese tipo de estructura ordenada sí me fue útil.
Para mí la novela es una ficción mucho más grande que la que yo había escrito en mis cuentos. Mis cuentos eran historias cerradas, un momento en la vida de una persona, y aquí narré un momento de una vida y luego la vida completa. Y eso implica hacer evolucionar a los personajes. No sé si en un cuento el personaje tenga que evolucionar, pero en una novela esperas que evolucione, que comience en un punto A y después de doscientas páginas, concluir algo. Esto no quita que se pueda hablar de la nada o que haya novelas experimentales, pero de esta manera quise hacerlo yo. Lo complicado en realidad fue pasar mucho tiempo en una sola cosa.
-¿Cuánto tiempo tardaste en escribirla?
-Entre cuatro y cinco años. Empecé a hacerlo en serio el 2015, porque me había ganado una beca de los fondos de cultura, pero el 2016 me fui a vivir a Argentina a estudiar y en ese momento me ocupaba de la novela una vez que tenía resueltos otros temas: casa, estudios. Después, el 2017, puse la novela delante de todo y durante mucho tiempo fue prioritaria, escribía hasta en clases, pero hubo un momento en el que tuve que reevaluar ese orden de cosas porque, por ejemplo, casi me eché un ramo por destinarle todo mi tiempo.
-¿Y qué descubriste haciendo el paralelo entre las historias de estas dos mujeres jóvenes?
-La base de la historia de mi vieja siempre la supe, quería contar la historia de amor de mi mamá y mi papá porque siempre me ha parecido muy bonita: son jóvenes que se conocen en la universidad y que se reencuentran un montón de veces después a lo largo de años, hasta que al final se quedan juntos, y parece ser algo del destino, o al menos mi mamá lo relata de esa forma, y creo que quizá eso ha impregnado mi visión del amor. Tengo la idea de que las historias de amor de nuestras madres y padres impregnan de alguna manera lo que uno piensa del amor. Tengo amigos cuyos papás se separaron y tienen otra idea del amor que la que tengo yo. Pero más que descubrir cosas haciendo el paralelo entre ambas historias, hubo un momento en el que le conté a mi mamá que estaba escribiendo de su vida y le pregunté de cuando ella estaba en la universidad y, por ejemplo, yo no sabía que había vivido en un hogar de mujeres, y eso después lo puse en el libro. Yo siempre la había visto como madre, encerrada en la dimensión de la familia, y ahí supe que fue joven, tuvo amigas, veían la teleserie, se contaban cosas, y que tenía una amiga que tenía un hermano detenido desaparecido… ahí se va armando el mapa de una época.
-Jacqueline es una joven que vive en el Chile de Pinochet, Javiera una que vive en el Chile post Pinochet. ¿Crees que la dictadura haya permeado nuestra manera de ver el amor?
-Pensándolo desde la novela, creo que para Jacqueline [el personaje de la madre] el amor de pareja es un mandato social. Le preguntan mucho por qué está soltera con 25 años. Ahora somos mucho más liberales, tenemos más cerca la experiencia de ser una mujer en Europa o Japón. El personaje de Javiera, post Pinochet, no siente la obligación de estar en pareja, pero sí sufre por amor, todavía es algo a lo que arrojarse o en lo que someterse, pero de manera más libre. Está histérica por la compañía, pero el mandato de casarse no le importa, busca un afecto genuino más que una pareja.
-¿Crees que sea importante la verosimilitud en una historia?
-No, pero para mí sí. Creo que lo más importante es que sea interesante o te interpele desde algún lugar, y en ese sentido yo trato de interpelar desde un lugar emocional, escribo de manera súper emocional, con los sentimientos súper arrojados sobre el teclado, y por ahí quiero generar ciertos efectos. Ahora, también me interesa que sea verosímil por el tipo de historia que estoy narrando, con personajes actuales y escenarios bien concretos del presente, pero pienso en esta peli Magnolia, por ejemplo, en la que en un momento llueven ranas, y eso no es verosímil, pero es coherente dentro de la historia de la película. Lo importante es que la historia sea coherente dentro de lo que propone.
-Hay escenas del libro que me recordaron al cine, ¿hubo alguna influencia cinematográfica consciente?
-No del cine, pero sí una serie, Los Soprano, que tiene algo que me impregnó mucho para la novela: las escenas cortan en cualquier lado. Contar una vida y entrar y salir en cualquier lado de esa vida, porque independiente de la historia que se teje, si tu intención es mostrar una forma de llevar la vida, que en el caso de Los Soprano es una vida marcada por la violencia y ser gángster, puedes entrar en cualquier momento. Las cosas que te pasan en la vida a veces no tienen cierre, y una ansía un final, pero no tiene no más, y eso es algo que quise meter en la novela. Es una manera de construir una historia. Yo quería contar la historia de dos mujeres con un inicio, con un final, con un conflicto, pero independiente de eso quería mostrar la vida. La vida de dos mujeres jóvenes.
-En tu novela hay dos relaciones lésbicas, la de Jacqueline y la de Javiera. ¿Sabes de otras novelas así en nuestro país? ¿Es esta la primera novela explícitamente lesbiana de Chile?
-No creo y sería un poco trágico que lo fuera. Como en mayo fui a un seminario feminista en la Universidad de Chile y estaba la Patricia Espinosa, e hizo una ponencia en la que hacía una distinción entre literaturas femeninas, feministas y en transición. Y ahí ella hablaba de las escrituras femeninas como las que visibilizan la disidencia de una sujeta mujer en proceso de elaboración y de que Marta Brunet tenía la primera escena de un beso lésbico. Y no he leído Cárcel de mujeres, pero me imagino que ahí también habrá algo.
-¿El lesbianismo todavía es un tabú aquí?
-Yo creo que sí, que es parte de las invisibilizaciones que produce el patriarcado. Cuando yo tomé la decisión de darle este sentido lésbico al personaje de Jacqueline y también de ponerle ambigüedad al sentimiento que Javiera tiene por Susana, quise hablar del deseo lésbico y de una relación sexual en el caso de Jacqueline, posicionar ese deseo con muchas escenas de sexo, porque me parecía interesante pensar en esta libertad sexual en un contexto súper represivo. Y con Javiera y Susana quería hablar de un amor a las mujeres más abstracto. Hacer énfasis en que es una relación de amistad. Me pasa a mí y le pasa a muchas chicas que conozco que sienten muchos sentimientos encontrados por sus amigas. Bueno, a las más abiertas, porque la heterosexualidad también existe.
-Si el personaje de Jacqueline, la mujer joven que estudiaba Historia en el año '76, viniera al futuro, ¿qué crees que sería lo más sorprendente para ella?
-Creo que una mujer presidente. Igual una mujer de la edad de Jacqueline todavía está viva, pero creo que le sorprenderían todas las discusiones que han surgido a partir del feminismo, que más que desvelar verdades, son una aproximación desde otro punto de vista a las cosas que nos pasan. Eso le sorprende a mucha gente y por lo mismo es un discurso reticente de ser aceptado, porque no es otra verdad, es la verdad vista desde el punto de vista de las mujeres. También creo que le sorprendería el bienestar económico: pensar que puedes tener plata para comer y a la vez para comprar ropa, una tarjeta de crédito, etc.
-Habiendo hecho el contraste entre la vida de Jacqueline y Javiera, ¿crees que realmente los millennials la tengamos tan difícil?
-Yo siempre había pensado que nuestra vida era mejor que la de nuestros padres, pero la Paulina [Flores] me decía una vez que nosotros estamos todos endeudados, la mayoría de la gente está endeudada por la universidad. Mi vieja a mi edad tenía poder de comprarse una casa, y no es que fuera cuica. No sé si es más difícil, pero obviamente hay otras complejidades que a veces no tenemos tan claras porque es nuestro presente, nuestra vida, y porque tenemos un celular con Internet y podemos comprar cosas y parece la mejor vida que podríamos tener. Pero no necesariamente. De repente vamos a mirar para atrás y pensar "qué cuática esta época", así como ha pasado con el despertar feminista: yo miro mi contexto universitario y era súper heterosexual y acogió un montón de violencia a las mujeres de la que yo fui cómplice y partícipe, y es un pasado súper reciente: yo salí de la universidad el 2011, y lo veo ahora.
Ahora el concepto de la democracia y la libertad de expresión está súper instalado y hay más información respecto de lo que pasa, pero eso no significa que el estado tenga menos poder represivo contra la población. Vivimos en un estado súper represivo todavía, no estaremos en dictadura, pero yo he visto helicópteros paseando por Santiago arriba de mi cabeza. Los carabineros en Chile están militarizados, se sabe que en las marchas manosean a las mujeres. O lo que pasa ahora en el Instituto Nacional: hay un colegio que está en estado de sitio en el centro de Santiago y todo el mundo lo sabe y no podemos hacer nada.
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