Marcel Duchamp, o cuando el ajedrez remeció el tablero de las artes
Hipnotizado por alfiles y torres, el francés confidenciaba hace 100 años su progresivo desinterés por la pintura. Sin embargo, hizo una movida que terminaría contagiando a los más diversos creadores.
A comienzos del siglo XX, las ideas estéticas de Marcel Duchamp sobre el ajedrez, al que consideraba una obra de arte en marcha, capaz de superar el mero ámbito de la retina, tomaban fuerza conforme el destacado pintor se introducía en las lides más competitivas del deporte ciencia. Si la primera aproximación al asunto cuajó en El juego de ajedrez (1910), donde aparecen sus hermanos sentados frente a un tablero, en una escena de jardín junto a sus respectivas esposas, la segunda, Retrato de jugadores de ajedrez (1911), lleva al óleo la impronta cubista, con miras a que la atención tenga como foco la movida que no figura en la pintura, sino solo en la mente de quien contempla el cuadro
Al llegar a Estados Unidos, en 1915, el intelectual perfeccionó su juego bajo la tutela de Frank Marshall y la paciencia del legendario José Raúl Capablanca, para luego partir rumbo a Buenos Aires, donde se dedicará de lleno a las treinta y dos piezas del cuadrilátero. "Juego día y noche y nada en el mundo me interesa más que encontrar la jugada correcta. La pintura me interesa cada vez menos", diría, de hecho, a Carrie, Ettie y Florine Sttetheimer el 3 de mayo de 1919.
El proceso siguió su curso y anotó un hito en la plástica con El gran vidrio (1915-1923), un intrincado trabajo tras cuya finalización el autor anunció su retiro formal como artista, para dedicarse exclusivamente al ajedrez. Vencedor por entonces en diversos torneos europeos, la imagen de Duchamp como ajedrecista quedaría inmortalizada en 1924 en la pantalla grande, cuando protagonizó una tensa partida junto a Man Ray en el cortometraje Entreacto, de René Clair, dando lugar a un lúcido cameo en la cinta por la que desfilan otras grandes figuras del surrealismo, como Francis Picabia, Erik Satie, Ïnge Friss y Jean Börlin.
Ocho años después, durante su residencia en Bélgica, el francés colaboró con Vitaly Halberstadt en la redacción del libro La oposición y las casillas conjugadas se reconcilian (1932). El volumen recoge jugadas tan excepcionales, que más bien deslizan problemas que limitan con la utopía dentro del tablero. Verdadero fracaso comercial, la obra fue definida por el competidor austríaco Ernst Strouhal como "un libro para jugadores de ajedrez y un libro de ajedrez para artistas".
Para entonces, dicho sea de paso, Man Ray emprendía la producción de un sinnúmero de diseños de tableros. En 1940, asimismo, las constantes contiendas ajedrecísticas entre Duchamp y Gala en la Villa Flamberge, durante la ocupación alemana, inspiraron a Salvador Dalí el cuadro Dos trozos de pan expresando el sentimiento del amor. Con buena parte de la pléyade surrealista contagiada por torres y alfiles, pronto la corriente llegaría a la literatura, desde Stefan Zweig publicando Novela de ajedrez (1941) hasta Eve Babitz desafiando desnuda a Duchamp en una partida realizada el 18 de octubre de 1963 en el Museo de Arte de Pasadena, inmortalizada por el fotógrafo Julian Wasser.
Más tarde, el 5 de marzo de 1968, el responsable de los readymades recogería el guante para un último duelo, por invitación de John Cage, en Toronto, sobre un cuadrilátero intervenido con fotosensores que imprimían música electrónica ejecutada en vivo a cada movida: tal fue la obra Reunión, un juego-concierto donde el convocado derrotó fácilmente al compositor, en lo que constituiría la última aparición pública del galo.
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