Nacida en 1900 en Paniza, Zaragoza, María Moliner Ruiz estudió en Madrid, junto a sus hermanos, en las aulas de la Institución Libre de Enseñanza, referente que promovía una formación laica e independiente de la que proporcionaba el Estado. Fue allí donde, motivada por el cervantista Américo Castro, la niña aragonesa desarrolló su interés por la lingüística y la gramática, en el marco de una dinámica pedagógica que ella debió abandonar en 1915, cuando regresó a su tierra natal e hizo clases particulares de latín, matemáticas e historia para ayudar económicamente a la familia.

Tras obtener el Bachillerato en el Instituto General y Técnico de Zaragoza en 1918, se formó como como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, para luego licenciarse en Historia en la Universidad de Zaragoza en 1921, oportunidad en la que anotó las máximas calificaciones, alcanzando el Premio Extraordinario. Convertida en 1924 en la primera mujer que impartía clases en la Universidad de Murcia, focalizó su quehacer en el archivismo y en la promoción del hábito lector, publicando títulos como Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España (1935) e Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (1937), obra en línea con los propósitos de las Misiones Pedagógicas impulsadas por la Segunda República. Tras el triunfo franquista, Moliner fue perseguida y degradada 18 niveles en el escalafón del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Fiel a sus intereses, en 1952 emprendió la tarea de redactar, a pulso, el Diccionario del uso del español, crítico del que edita la Real Academia Española (RAE) y que, con 190 mil vocablos, duplica el volumen de este. "Estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años", diría la autora más tarde, refiriéndose a la obra publicada en dos tomos en 1966 y 1967 por Editorial Gredos.

Sin ahorrar comentarios, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez afirmó que "María Moliner hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana, dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor". La propia filóloga subrayó que, frente al glosario de la RAE, las definiciones del suyo están "vertidas a una forma más actual, más concisa, despojada de retoricismo y, en suma, más ágil y más apta para la función práctica asignada al diccionario".

Pese al patrocinio de Dámaso Alonso, a la sazón presidente de la Real Academia, la institución rechazó en 1972 el ingreso de Moliner como miembro de número. Ello, pese a que pronto el diccionario de la entidad acabaría haciendo suyas diversas innovaciones hechas por la archivista, como la ordenación de la Ll en la L y de la Ch en la C. Uno entre miles de ejemplos que ilustran la diferencia entre una y otra obra es la idea de armonía vertida en ellas. En su primera acepción, la RAE la define como "unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes" (rae.es, 16 de junio de 2019). Para la lexicógrafa, en tanto, el término corresponde a una "cualidad de las cosas o conjuntos de cosas, basa en la relación entre sus partes o elementos, por la cual esas cosas resultan bellas".