Weezer padecía problemas de timing. Debutantes cuando el grunge se hacía mil pedazos con el escopetazo de Cobain, sacaron un segundo álbum incomprendido en el apogeo del nü metal para luego desaparecer. Regresaron al inicio del milenio, el rock se citaba a sí mismo, tampoco era el momento. Ahora las piezas calzan, el calendario ha jugado a favor. Y aunque en Saturday Night Live se bromea con justicia sobre la calidad de sus discos tras Pinkerton de 1996 ("el resto es bastante cursi" argumentan en un gag con Matt Damon), el tiempo no solo los instala como una de las grandes bandas estadounidenses del último cuarto de siglo, sino que en vivo se toman todas las revanchas aprovechando el reloj al máximo en pos de un espectáculo consistente anclado en buenas canciones interpretadas con el carrete de una banda con décadas de trayectoria. Son las estrellas de rock que soñaban desde adolescentes, ruidosos y precisos, clásicos y frescos, ñoños y encantadores, todo a la vez, como practican orgullosos un subgénero, el grandioso power pop cortesía de capos como Cheap Trick y The Romantics, combinado con la angustia existencial de los 90 pero sin la parte del gatillo.
En el debut de anoche en el Movistar Arena con bastante público pero sin repletar, la banda liderada por Rivers Cuomo hizo algunos cambios respecto del orden en el show ofrecido en Lima el domingo, aunque las canciones fueron las mismas. Los chistes de SNL tienen su punto y así se concentran en el impecable debut de 1994, el álbum azul para los fans producido por el recién fallecido Ric Ocasek de The Cars. La primera canción de la noche fue "Buddy Holly" -un himno que aligeró el pesimismo en la medianía de los 90-, y al instante fijaron ese sonido de dualidad espesa y amigable que dominó la noche. Brian Bell (guitarra), Scott Shriner (bajo) y Patrick Wilson (batería) secundan con consistencia granítica al líder, el único que corre de vez en cuando hasta los extremos del escenario, se acerca al público y posa como un guitar hero que se miró muchas horas al espejo jugando en su habitación.
Las canciones de Weezer en esta gira, que también privilegia material del disco de covers Teal album publicado este año, funcionan como un wurlitzer con clásicos del rock y pop del último medio siglo como la sesentera "Happy together" de The Turtles con cita a "Longview" de Green Day, en una impecable demostración de gusto y elasticidad para encajar dos clásicos escritos a gran distancia en el tiempo.
Porque al final de eso se trató este debut en Santiago, de canciones prácticamente infalibles de su repertorio y guiños a ídolos como Van Halen, reverenciados desde el logo sencillamente iluminado al fondo del escenario, hasta el tapping en el mástil de la guitarra que marca la intro del nuevo tema "The end of the game", brillos solistas siempre reservados para Cuomo, a cargo de casi la totalidad de las primeras guitarras. Weezer es así, de esas bandas ñoñas que asumen sinceramente su lado metalero. También le pasa a Wilco.
Hubo versiones muchos mejores que las registradas en el uniforme disco de covers. "Take on me" de a-Ha resultó más enérgica, aguerrida y personalizada por el grupo que la respetuosa rendición en estudio. "Paranoid" de Black Sabbath, parte del bis y a cargo de Brian Bell en la voz, también ofreció personalidad extra mejorando un trabajo de poco riesgo. Sin embargo la emoción, la conexión de distintas generaciones con la banda, estuvo en los títulos que llevan la firma de Rivers Cuomo de ese debut como "Holiday", una de sus composiciones más brillantes sino la más representativa de talento melódico y un brillo para las armonías que se remonta a los años 50, incluso más atrás. Todo un detalle que el inicio del bis fuera con una versión de música de barbería para "Buddy Holly", ese género vocal de hace casi un siglo que inspiró la arquitectura vocal de The Beach Boys. Como buen nerd, Rivers Cuomo conoce las raíces de aquello que lo conmueve.
Quizás faltaron más luces, videos, alguna parafernalia propia del sentido del espectáculo estadounidense. Con Weezer en vivo hay algo de familiaridad con contemporáneos como Pearl Jam, que tampoco les importa ofrecer algo más que canciones. Es una vieja escuela de rock en vivo que a estas alturas posee cartel de clásico inapelable. Ofrecen cuanto tienen: oficio, grandes composiciones y una energía suficiente para disfrutar un par de horas de coros y guitarras, cosechando una sonrisa de vuelta a casa.