Weezer en Santiago: me siento seguro
La banda de Rivers Cuomo despachó una batería de canciones con tantos ganchos que fue imposible no quedar suspendido flotando en el formol de otra década.
La mayoría de los discos de Weezer se conocen por sus colores. Creo que a todos nos gusta el disco azul (Weezer, 1994). Allí viene "In the garage", un tema que comienza con armónica y sigue con guitarras saturadas. En su letra, Rivers Cuomo dibuja los cimientos del universo Weezer y una especie de zona de seguridad. En menos de cuatro minutos la canción se mete en la piel de un adolescente rodeado de pósters de Peter Criss y Ace Frehley, juguetes y su guitarra eléctrica. Lo hace para hablar de la emoción contenida, que es el denominador común de ese universo: la manida angustia existencial de la década en que se formaron. Los múltiplos son variados. En sus entrevistas, Weezer rinde tributo a The Beach Boys. Sus guitarras llevan nombres de personajes de las películas de Hayao Miyazaki. Hacen festivales de tres días sobre cruceros que atraviesan los trópicos, agrandando la apuesta junto a bandas como Dinosaur Jr. y Cat Power. En vivo no tienen problemas con echar mano al catálogo de Nirvana, A-ha o Green Day. Sus fronteras, de hecho, se vuelven difusas. Pero hay una intimidad reconocible cuando ese universo se extiende como un parque de atracciones. Ahí están la voz en falsete de Cuomo alcanzando el dramatismo exacto en sus coros explosivos, sostenidos por la Gibson Explorer de Brian Bell y un acompañamiento rítmico que recuerda al rock noventero en general y a Pixies en particular. En vivo, Cuomo se aferra a su Gibson SG blanca para protagonizar cada solo y su voz parece no regirse por las formas del tiempo. Puede ser sensible, sentido o furioso. En Santiago, cuando hacen "My name is Jonas" —del mismo disco azul—, la cancha estalla y como si alguien hubiera apretado el botón de un inodoro de gente, el maremágnum gira como una centrífuga humana.
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Foto: Fabián Bernales (@suspensivof)[/caption]
Anoche, el interés por el concierto cabalgó siempre a buen ritmo. En su depresión intermedia hay un segmento que atrapa como un tobogán —"Lithium", seguida de "Hash pipe", "My name is Jonas" y "El Scorcho"—, una parábola, por así decirlo, para deslizarse entre el grunge y el indie. Abajo, entre el público chileno, figuran pedazos de bandas extraviadas: integrantes de Dënver, Supernova y Les Ondes Martenot miran el concierto. También de 31 Minutos. Antes Protistas abría los fuegos como otra señal de reconocimiento. Weezer siempre leyó los movimientos del futuro. Un amigo dice que tomaron una forma de encarar los videos musicales abierta por Beastie Boys, prolongando el efecto dramático de sus canciones. Parece que no hay video malo de Weezer. La mochila pesadísima del debut se hizo liviana con el arranque puntual de "Buddy Holly", producida por el fallecido Ric Ocasek. Quiero volver a ese disco, en función de que es el centro líquido de todo el concierto. Hay algo que reconforta en la mezcla de esa música grabada con la misma Les Paul Junior del hombre de The Cars. A veces el Arena de Santiago se parece a esa cochera de la canción. "In the garage/ I feel safe".
https://open.spotify.com/track/3If9Idk1rglOqubIsJcpmv?si=9Xf1_rqrSTOElUI1GmHB9g
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