Autor de Juan Luis Martínez poeta apocalíptico: "Kafka habría escrito una maravillosa novela sobre Chile"
El académico y poeta Jorge Polanco conversó con Culto sobre Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico, libro publicado por la Editorial de la Universidad de Valparaíso.
La nota está fechada el 13 de agosto de este año y se publicó en el sitio de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Austral: "A sala llena, el poeta y académico, Dr. Jorge Polanco presentó su último libro Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico". En las fotografías del evento, vemos a Jorge Polanco sentado junto a Cristián Warnken, actual director de la editorial.
Tiempo después, el libro fue sacado del mercado. Parafraseando al mismo Martínez, el libro que escribió Polanco ya está en el pasado y no existe.
Contacté, hace un tiempo, a una de las personas encargadas de la difusión de la editorial para ver la posibilidad de conseguir un ejemplar. Su respuesta, breve, fue que tuvieron que retirarlo de librerías por una "actualización de contrato por derechos".
Como un chico buscando droga por Grindr, logré dar con una copia del libro. Algunos ansiosos con más suerte que yo lograron comprar el libro antes de su desaparición. No me pareció extraño, tratándose de la obra de Martínez: hasta antes de la re-edición de La nueva novela, su precio en el mercado informal llegaba a precios irrisorios.
En términos objetivos, el libro es bellísimo: además de la exhaustiva investigación de Jorge Polanco, la editorial decidió incluir una breve antología de la obra de Juan Luis Martínez. "Por fin", pensé cuando lo vi: "un Juan Luis Martínez para los pobres".
El texto de Polanco forma parte de lo que fue su tesis doctoral en Filosofía en la Universidad de Chile. La defensa, llevada a cabo el año 2014, tuvo una envidiable comisión evaluadora constituida, entre otros, por la poeta Elvira Hernández y la filósofa Carla Cordua.
Puesto que el libro hoy se encuentra fuera de circulación, decidí entrevistarlo no para saber qué pasó con esos mil ejemplares hoy desaparecidos —de polémicas pobres la literatura chilena ya está llena— sino para hacer justicia a su lúcida y profunda investigación sobre Juan Luis Martínez.
A continuación, en exclusiva para Culto, Jorge Polanco nos da una clase sobre los cruces entre poesía, política, filosofía y, cómo no, la obra de Juan Luis Martínez.
Primero, ¿cómo y cuándo surge la necesidad de publicar este trabajo? ¿podrías contarme un poco sobre el paso del texto académico al libro que finalmente se publicó?
Como escribo poesía y, en general, libros que suelen situarse en lo que se llama literatura, tanto en el pregrado y el postgrado de filosofía, las tesis las pensé como formas de dar cuenta de problemas de la poesía chilena. Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico es, en particular, un ensayo de filosofía que ofrece una mirada acerca de la poesía chilena a partir de la escritura de Martínez. Se une a un libro anterior dedicado a Enrique Lihn, que busca pensar la desconfianza del lenguaje y de las imágenes. El texto quiere abordar desde una lectura exigente la poética de Martínez, entre otros escritores a los que alude como en una constelación. Las dos tesis que he escrito de filosofía, sobre las poéticas de Lihn y Martínez, las pensé como libros. Al momento de defenderla ante la comisión doctoral, Carla Cordua se refería al "libro" que había escrito y al castellano desplegado en ella; eso quería decir —creo— que captaba que fue pensada para un lector interesado, no necesariamente "avezado" en filosofía, a pesar de que intenta mantener el rigor y la exigencia del pensamiento filosófico. Hay que considerar que el Poeta apocalíptico busca dar cuenta de una poética diferente a la heideggeriana, y situarla en una época donde las imágenes visuales priman. El paso al libro fue difícil, no solo adecuar la reducción de citas, notas y bibliografía solicitadas por la editorial, sino también apuntar a un lector al que no le interesan tantas referencias y que pueda al mismo tiempo fascinarse por la continuidad entre la poesía y la filosofía en Chile (aunque siempre es una dificultad para no caer en un registro adánico). El libro fue entregado hace casi cuatro años a la editorial; corregido y recortado en varios periodos, además de contemplar el prólogo de Pablo Oyarzún y mantener el desafío de delinear un estilo poético. Hace ya tiempo que no abordo monográficamente los textos de Martínez, sino las migraciones visuales entre poesía y arte. No hay que olvidar que en filosofía (y también en poesía) uno no piensa un autor, sino los problemas que una escritura ofrece.
Hay dos elementos críticos en la obra de Juan Luis Martínez que aparecen en el texto en los que me gustaría que profundizaras. Primero, en este problema que suscita, por un lado, la idea de esta identidad tachada —que asocias a los planteamientos de Barthes y Foucault respecto a la muerte del autor— y, por otro, la fetichización a la que la obra de Martínez se ha visto sometida.
La tachadura aparece en varios momentos del ensayo. No solo en relación con la autoría, sino también desde una lectura poética y política. La tacha puede leerse como muestra de la censura. Esto es llamativo, y que no solo sucede con Martínez: ciertas escrituras que pasaron la dictadura, y sobre todo las que abordaron la visualidad, han sido desplazadas desde un espacio de recepción poético al de las artes visuales; es decir, que pueden leerse como una modificación de la experiencia de la letra y de las imágenes, como también desde el intercambio de una escritura poética al del espectáculo mercantil (existen diversos tipos de espectáculo, dicho sea de paso, no solo este último). Las sutilezas metafísicas de la mercancía implican el traspaso del valor de uso al valor de cambio; el giro de una poética de la resistencia al sometimiento -como mencionas tú- del fetichismo de una obra. Me tocó presentar el 2013 El poeta anónimo, junto a otros poetas y artistas, e hice una lectura política que privilegió la alusión a Lonquén y a los sonetos visuales como ovejas negras de los cuerpos de los detenidos desaparecidos, la advertencia de las imágenes de luto y la emancipación política, entre otros aspectos; es decir, como se puede corroborar también en el Poeta apocalíptico, intenté dar cuenta de una recepción libertaria del trabajo poético de Martínez; pero esto es difícil de mantener cuando su escritura es concebida como un fetiche e incluso vista al trasluz de la genialidad, concepto que, en términos filosóficos y poéticos, conduce al de "führer".
El segundo elemento que me parece interesante tiene que ver con situar la obra de JLM en un marco de referencia y diálogo con otros autores como Guillermo Deisler o Haroldo de Campos, por mencionar solo algunos. "Es necesario evitar el afán fundacional con que se atesoran y se leen los textos del poeta porteño y muchos otros escritores chilenos, como si antes o frente a sus trabajos no hubiese artistas que desarrollen propuestas interesantes y diversas", escribes. Me interesa eso del afán fundacional: ¿podrías referirte a esta idea?
Como te mencionaba, creo que la idea de "genio" es peligrosa y, en rigor, falsa. La escritura fundacional corre el peligro de pensar a los poetas sin historia, con la ficción de poder fundar la memoria de un pueblo e incluso con la facilidad de asimilar al genio con la lógica de la venta de las figuras mediáticas. Peor aún: en un país que todavía tiene arraigado en las costumbres y en el inconsciente a un dictador como Pinochet, seguir pensando la poesía en términos fundacionales es repetir la lógica de la capitanía general. Por el contrario, prefiero hablar de "singularidad", porque existen muchos escritores que han abordado la visualidad y la diversidad de formatos. (De hecho, el más relevante de todos en Chile y uno de los más importantes en Latinoamérica es Guillermo Deisler). Aparte del ya mencionado, existe una larga lista de poetas que abordan en Chile las imágenes visuales y los soportes: comenzando por los más conocidos: Vicente Huidobro, el grupo de La mandrágora, Nicanor Parra, Enrique Lihn; pero también: Arturo Alcayaga Vicuña, Zsigmond Remenyik, Ludwig Zeller, Elvira Hernández, Jorge Torres, Gonzalo Millán, Cecilia Vicuña, Pedro Guillermo Jara, Egor Mardones, Alexis Figueroa, Maha Vial, Luz Sciolla, etc., y podría seguir con el antecedente incluso de la lira popular. El asunto es otro: cómo leer estas escrituras en una constelación, donde existen prácticas, formas de trabajos, confrontaciones poéticas y, sobre todo, concepciones que ponen en tensión las estructuras de pensamiento de una época. Como si no existiera un legado de resistencias y propuestas poéticas, la comprensión fundante en sus diversas variantes continúa el modelo del Golpe de Estado, muy conveniente en una idea de la historia que busca higienizar el pasado.
En algún momento sitúas a Zurita y Martínez como dos formas de enfrentar los problemas del lenguaje en dictadura: el primero desde la intervención pública y el segundo desde el trabajo con los significantes. ¿Ves una continuidad de esta segunda escuela en la poesía chilena escrita en post dictadura?
A mi modo de ver, es clara la diferencia entre los poetas que siguen el rol fundacional de Zurita y los que piensan la escritura a partir de la desconfianza de Martínez. Pensando los apellidos como síntomas, más que los autores en su biografía. Digo esto porque Martínez lo veo en la constelación de la sospecha, como Lihn, Millán, Elvira Hernández, etc. Y a Zurita en el lugar mesiánico de cierto Neruda del Canto General. Algunas de las intervenciones públicas de Zurita han sido interesantes, otras deplorables. En postdictadura, existen poéticas que han entrelazado la desconfianza en los signos que paradójicamente permiten una incorporación de nuevos registros, haciéndolas más complejas y sugerentes. No quiero detenerme en nombres, sino más bien en prácticas. En los últimos años ha surgido una reflexión no solo sobre los significantes, también acerca de los formatos del libro y la desarticulación de los géneros. Incluso en narrativa aparecieron relatos que incorporan la visualidad y son difíciles de clasificar en términos de géneros literarios (otra herencia de esta capitanía general: tener que limitarse a un tipo de escritura como si fuera un fundo que es necesario cuidar y proteger de los "bárbaros"). Creo que los libros más interesantes están surgiendo desde esta poética que desfonda el lugar del poeta, de la poesía y del lenguaje, ampliando los recursos posibles de trabajo de escritura.
Otro de los temas que planteas tiene que ver con la relación entre poesía y filosofía. Dices que "la poesía en Chile exhibe una constancia crítica relevante de ser estudiada filosóficamente". Aparte de Juan Luis Martínez y Enrique Lihn, ¿en qué otros poetas ves esa constancia crítica que refieres?
Esto es un tema extenso, que he desarrollado en otros textos y no podría sintetizar acá. Pero en principio no hay poetas que no puedan abordarse filosóficamente. Más aún, en la actualidad, existen poetas que vienen de estudiar filosofía, o que establecen relaciones con los estudios filosóficos porque nadie es dueño del pensamiento; a esto se suma que, me da la impresión, ha crecido el reconocimiento del valor de la filosofía; tal vez como oposición a la desinformación de los medios habituales y una búsqueda por darle una densidad mayor a la política, vaciada con la transición, no lo sé. En Chile, Marchant es un referente filosófico en su lectura de Mistral; Lucy Oporto escribió un libro notable desde el ámbito de la música y la filosofía sobre Violeta Parra; Natalí Aranda, pronto, publicará un ensayo sobre Ximena Rivera, y hace un tiempo con Martín Ríos editamos un libro de diversos estudiantes de filosofía de la zona de Valparaíso dedicado a las tensiones del pensar entre la filosofía y la poesía en Chile. Es decir, existen múltiples posibilidades y capas de lectura, que no es preciso que se reduzcan a la crítica literaria habitual, sino que a partir de una obra se pueda ampliar el radio de preguntas acerca de la función poética y política del lenguaje (lenguaje quiere decir al mismo tiempo mundo) Creo que la poesía chilena ha ofrecido una forma de pensamiento clave para comprender esta sociedad; pero también puede verse actualmente en otros tipos de escrituras, como la de Cynthia Rimsky o Luz Sciolla. Patricio Marchant hablaba del inconsciente generante de poesía en Chile; en mi caso, prefiero hablar del desalojo que muchos poetas hacen del lugar de la escritura, poniendo en cuestión la casa de la poesía y sus perros guardianes. La filosofía en Chile todavía está en deuda con un pensamiento que apunte a estos territorios poéticos del lenguaje.
Finalmente, me interesa la relación que planteas entre poesía y política. La dictadura y su uso del lenguaje como vehículo represivo obligó a buscar estrategias para sortear esa asfixia. ¿Cómo ves esa relación en el contexto de Chile neoliberal?
En este contexto es muy complejo, porque un aspecto importante es que mi generación —digo en edad, no solo literaria— vio aparecer las redes sociales. Y se nota en la forma en que las relaciones se establecen actualmente; ya no se trata de los medios analógicos, de los modos de expresión de los setenta y ochenta. Los medios digitales abren una diversidad de experiencias que aún no se han reflexionado cabalmente. Como toda situación dialéctica, tiene sus aspectos favorables como limitantes. Ahora que vivo en el sur, por ejemplo, me doy cuenta de que es posible organizarse con personas de distintos lados por un fin en común; pero también hay una cierta liviandad de la experiencia en los vínculos atravesados por una inusitada rapidez y purgas sin mediación, en un contexto cada vez más complejo en una época sin partidos de izquierda que solventen y piensen el lugar de lo político. La izquierda fue por mucho tiempo el espacio casi natural de los intelectuales. Hoy está lejos de eso. La escritura poética no está exenta de esta manera de proceder donde las imágenes visuales y los textos pueden servir tanto para establecer una crítica como para simplificar asuntos complejos. En Sala de Espera, un libro de poesía que publiqué el 2011 y acaba de editarse en Argentina, se emplean frases hechas y estereotipos escuchados en la calle. La intención es mostrar precisamente estos síntomas lingüísticos. Por otro lado, en esta articulación neoliberal de la cultura, la competencia se da en cada espacio de la sociedad, sin consideración ni demora. El lenguaje también queda reducido a estos modos de expresión y rápida apropiación. En la pedagogía actual, el término en boga es el "modelo por competencias", eso significa a menudo que los estudiantes deben ser educados supuestamente para entregar respuestas y soluciones —indiferente a los contenidos—, en lugar de plantearse problemas de fondo acerca de la sociedad. Por el momento, no hay salida institucional a este modelo, ni siquiera existe la posibilidad de replantearlo y discutirlo genuinamente. Las escuelas tienen que repetir y perfeccionar esta idea de sociedad del resultado; es un tipo distinto de tiranía, ejercida a partir de los expertos y tecnócratas que uno no sabe de dónde vienen, ni de dónde sacan las ideas, repitiéndolas desde el lugar común. Kafka habría escrito una maravillosa novela sobre Chile.
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