Habría que explicar la habilidad de Scott Silver —el nombre más pequeño en el afiche— para escribir como un aplicado co-guionista junto a Todd Phillips desde el único guiño a Roger Ebert en Joker: "Si prestas suficiente atención a las películas, ellas te dirán qué desea y qué teme la gente". Aquella vieja máxima del mayor crítico cinematográfico norteamericano, proveniente de una época que ahora vemos hecha de trajes inverosímiles, parece guiar una película que aspira ser un drama y en el camino se convierte en un ensayo sobre lo que alguna vez Vargas Llosa llamó la civilización del espectáculo.
La película nos asiste a la caída impredecible y enferma de Arthur Fleck, un hombre con arrugas que vive con su madre y sufre de una alteración mental, la que trata con una asistente social con la que intenta adormecer su angustia sin importar qué camino tome esa violencia.
Afuera, mientras la alta suciedad se apodera de Ciudad Gótica y los ricos se vuelven todavía más ricos, la asimetría estalla con el Joker como acelerador de una combustión que hace crac, primero, desde un hijo arrancado de sus afectos y cualquier rastro de empatía, y luego, desde las palizas que recibe un empleado como recordatorios de su ubicación en el deslavado paisaje social.
En ese baile hacia el profundo pozo séptico del vacío existencial, el Joker de Joaquin Phoenix es brillante, provocador y agresivo. No es desde luego lo que se llama una película grata. Obra de profundos desajustes mentales y lecturas psicoanalíticas, a veces la densidad de su oscuro protagonista hace olvidar una de sus claves: la sed de notoriedad a partir de la televisión.
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Phoenix venía de ser un solitario que se enamora del asistente de su sistema operativo en Her, al devoto desquiciado de un líder religioso en The master, para encarnar a un demacrado Sísifo enfermo que corre —o baila— escaleras abajo para lanzarse al abismo salvaje al ritmo de "White room" de Cream en Joker.
Mientras Jack Bruce aúlla y Ginger Baker golpea su batería sobre la guitarra única de Eric Clapton, el Joker de Phoenix rinde un sobrio homenaje a su predecesor más recordado. A esa altura de la película, mediante una transformación muy lenta y compleja, un nuevo hombre roto ha nacido.
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Un poco antes Robert De Niro, que encarna a un presentador de televisión de otra era —a cargo de una escena bisagra de la película—, hace preguntas y recibe respuestas, incluso desde el director Todd Phillips:
-¿Sabes lo que sucede cuando tienes un mundo que carece de empatía y amor? Obtienes el villano que mereces.
Tan inmersiva como angustiante, Joker califica dentro del arte que perturba, ese que para Mark Fisher vendría a ser el que abre portales y permite ver más allá de la nostalgia —tan comentada desde los guiños al cine de Scorsese—. Es una película incómoda, asfixiante y que coquetea con la incomprensión y la violencia perturbadora de su protagonista. Si hay una certeza al abandonar la butaca es que la película abre conversaciones, obliga a tomar posiciones y llama a preguntarnos si fue la solución o el problema.
https://www.youtube.com/watch?v=TobNCFMK_bs
https://culto.latercera.com/2019/10/08/joaquin-phoenix-favorito/