En estos lúcidos apuntes acerca de la poesía chilena reciente, la poeta, crítica y ensayista Elvira Hernández asienta el valor de sus opiniones dejando claro de entrada que cualquier divagación en torno al quehacer poético se relaciona, de algún u otro modo, con nuestro entorno, un lugar amplísimo donde indudablemente campea la rabia. "Y no tendríamos por qué estar de otra manera, hay demasiadas diferencias; estamos disgregados, emputecidos y falsamente globalizados, aplanados por una aplanadora no siempre identificada. También están aquellos que no quieren estar aquí, ni ahí, todos en amurramiento e indignación con el país, con la entidad de la que nos ha tocado ser parte. Nos pesa esa pertenencia".
En cualquier caso, la incomodidad aludida en el título del libro tiene más que ver con la escritura propia, "un tránsito que va del desapego a la voz, al apego al silencio", que con los achaques del día a día. Hernández asegura que su trabajo "se ha hecho en el ocultamiento", pero aquí no hay muchas sombras rastreables. Por el contrario: la autora arroja luz, palabras de luz, sobre la poética de Violeta Parra, Enrique Lihn, Rodrigo Lira, Juan Luis Martínez, Stella Díaz Varín, Soledad Fariña, Jorge Teillier, Diego Maquieira y Leonel Lienlaf, entre otros.
A partir de la propuesta de Lienlaf, Hernández articula una observación tremendamente sagaz: "Diría incluso que el radio de acción de la poesía mapuche se asemeja a la que tenía la poesía china de la antigüedad, una especie de farol en el quehacer cotidiano y, por lo mismo, casi un primer conocimiento". Y en relación a Díaz Varín, estima que no se descifró a tiempo lo que ella era ni lo que proponía. La autora la conoció en los años 80, "cuando la dictadura cívico-militar había hecho su domadura entre la gente y esparcía los puntales del adocenamiento y la medianía".
Muchas personas le advirtieron que no cruzara su sombra por delante de la furibunda y atrabiliaria poeta pelirroja. Sin embargo, llegado el momento, ella enfrentó una imagen distinta: "Stella Díaz Varín podía no tener los cabellos rojizos a esa hora, pues en su cabeza esponjaba ya una melena del color de los huesos sufridos, ebúrnea, que la coronaba magistralmente; no obstante era la Colorina la que con los años tuve en claro, nunca destiñó".
Elvira Hernández se queja a veces de la crítica literaria (o más bien de la falta de crítica), pero ello no la conduce a encontrar complacencia en los espacios seguros, en las cofradías militantes o en ciertas "parcelas protegidas", como las llama. De hecho, le resultan intolerables. La crítica feminista, por lo tanto, sería una protección innecesaria, simplemente porque "la soledad mantiene su cerco".
En el ensayo El retraimiento es la única forma de potenciar la palabra, la autora menciona una antología de poetas que en su momento fueron jóvenes y concluye que aquí, en el reino de la inquina, persiste un caudal que no se extingue de una generación a otra: "Lejos de la exageración, aprecio que la poesía chilena es una hidra mitológica y plenipotenciaria. Por cada cabeza de poeta que el tiempo humano pone a rodar, otro puñado de ellas, muy distintas entre sí, se encuentra oteando el horizonte". Dentro de ese mismo caudal, la poética de Elvira Hernández se distingue como una de las vertientes más admirables de los últimos tiempos.