Y en un momento, el mundo sucumbió a las tinieblas. Parece la frase de un sermón religioso, pero es más bien la metáfora de algo mucho más simple y pagano: el pasado viernes, en el día más multitudinario que registre la actual edición de Rock in Rio, todo el lugar parecía cubierto por poleras negras y por la imaginería lúgubre del heavy metal clásico, además del sonido implacable que rugía desde los escenarios, el efecto natural de una jornada encabezada por Iron Maiden, Slayer y Anthrax.
Todo lo contrario de lo sucedido durante el sábado, apenas 24 horas más tarde. Ese día semejó un arcoíris luego de un chaparrón intenso, donde todo era color, flores, vestimentas fluorescentes, banderas LGBT, bailes coreográficos de parte del público y una audiencia mucho más familiar. En un tiempo en que desde Brasil llegan noticias frecuentes acerca de la ola conservadora que cruza al país, representada en el mandato de Jair Bolsonaro, el paisaje se levantaba casi como un universo paralelo y sin rastros reaccionarios (la gente incluso aprovechó algunos minutos para gritar contra el actual presidente).
Y aunque por décadas Rock in Rio pareció honrar su denominación de origen y estuvo vinculado a las guitarras – de hecho el lugar donde se hace se llama Ciudad del Rock, además de ese inolvidable debut de 1985 con Queen, AC/DC y Ozzy Osbourne-, el gran pop también es protagonista indisoluble de su cartel. Si en años anteriores pasaron Beyoncé, Rihanna, Katy Perry, Shakira o Maná, para esta versión el casillero del sonido para las masas fue ocupado por Anitta, H.E.R, Black Eyed Peas y Pink.
En el caso de la banda estadounidense, su show guardaba el sabor de la revancha. Luego que la última edición del evento en 2017 tuvo a su ex cantante Fergie como uno de los números principales, el conjunto arribó con la difícil tarea de hacer olvidar a su rostro más conocido, misión hoy sobre los hombros de la intérprete filipina Jessica Reynoso, salida de un programa buscatalentos.
Pese a que la nueva integrante no tiene la presencia escénica de su antecesora, y hoy la agrupación es un pastiche bailable donde cabe de todo (hip hop, soul, electrónica, música urbana, funk, alusiones a The White Stripes), el público local los adora, y no paró de bailar y corear hits como "Pump it" o "I gotta feeling".
Con Pink sucede algo parecido: coge elementos de muchos mundos, pero en vez de agitarlos en una batidora, los presenta bajo el libreteado relato de un musical, donde hay acrobacia desde los aires, cambios de vestuario y disfraces, siempre con esa mueca de rabia y desparpajo con que irrumpió en la escena a principios de los 2000. Fue su debut en Sudamérica y lo más sólido del día sábado.
Los desafíos para Chile
En sincronía con ese ánimo de fiesta, en otro sector del lugar había un grupo de chilenos con razones suficientes para celebrar. Por la tarde, la productora Rock Santiago logró firmar un contrato de intención con el organizador de Rock in Rio, Roberto Medina, y la Intendenta de la Región Metropolitana, Karla Rubilar, para traer el espectáculo al país en 2021.
En el balance –la cita carioca culmina esta noche con Muse y King Crimson-, hay un par de desafíos que la entidad chilena ya observa como esenciales, partiendo por lo básico: el lugar. En este último trimestre, la productora junto a Medina se dedicarán a buscar en Santiago algún sitio que pueda albergar una instancia de características intimidantes y que en Río se monta en un espacio de 300 mil metros cuadrados, aunque los representantes chilenos reconocen que su debut en el país tendrá una envergadura menor.
Otro ítem: los baños. A diferencia de otros festivales, aquí no hay baños químicos, ya que se usan urinarios conectados al alcantarillado, situados además en grandes espacios bajo techo, limpios, cómodos y bien iluminados, lo que evita que se hagan largos tumultos para ingresar. En Río también se vende alcohol en las zonas de público general, lo que es casi impensado en los eventos nacionales, pese a que para muchos es un factor relevante en una instancia finalmente destinada a la distracción y el entretenimiento.
Los numerosos escenarios consagrados a artistas locales y las atracciones que lo acercan a un parque de diversiones –desde una tirolesa hasta una montaña rusa- también son otros puntos a tomar en cuenta. El sueño de traer el evento ya está resuelto: ahora, como siempre, llegó la hora de trabajar.