Con un pop apto para todo espectador, S Club 7 se abrió paso en las radios entre fines de los noventa y comienzos del nuevo milenio con canciones como "Bring it all back" y "S Club party", rodajas de una propuesta milimétricamente diseñada para generar la mayor cantidad de dinero posible. Los siete integrantes del grupo inglés, tres chicos y cuatro chicas, habían sido elegidos por Simon Fuller, célebre manejador de artistas (Annie Lennox, Amy Winehouse, Jennifer Lopez) conocido por su rol con las Spice Girls, de donde fue despedido poco antes de emprender el proyecto S Club. Con algo que probar, Fuller se dispuso a crear un producto con mayor potencial que sus exempleadoras, y basándose en el molde clásico de los Monkees, decidió apuntar al público infantil creando una banda juvenil que pudiese vender discos, pero además tener su propio programa de televisión.
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S Club 7, antes de publicar música, fueron los protagonistas de la serie Miami 7. Jóvenes y hermosos, Tina Barrett, Paul Cattermole, Jon Lee, Bradley McIntosh, Jo O'Meara, Hannah Spearritt y Rachel Stevens encarnaban versiones ficticias de sí mismos, es decir, un grupo de pop en búsqueda de la fama, y en cada episodio cantaban alguna de las canciones que luego se publicarían en su disco debut, S Club, de 1999, todo un suceso en el mercado europeo. Meses después, con el estreno del programa en Estados Unidos, las puertas al otro lado del charco se les abrieron de par en par. Noventa millones de personas sintonizaron semana a semana Miami 7, perfectamente inocua y ligera como para inspirar la admiración de niños pequeños y contar con la aprobación de cualquier padre. El merchandising de S Club 7 se volvió grito y plata, al punto de tener sus propias figuritas de acción marca Hasbro.
A contrarreloj, como la mayoría de los proyectos de naturaleza fríamente comercial, el septeto publicó en el 2000 su segundo disco, 7, con el que siguió su buena racha. Desde luego, las aventuras en la pantalla chica también continuaron, en la forma de L.A. 7 y Hollywood 7, nuevas temporadas de su serie, que los llevaron a recorrer nuevas ciudades estadounidenses. Como en sus canciones y en su show televisivo proyectaban una imagen tan limpia, su audiencia no tomó para bien cuando a los tres integrantes masculinos del grupo los encontraron con marihuana el año 2001. Guiados por sus publicistas, los chicos llegaron al extremo de tildarse a sí mismos como unos "estúpidos" por haberse fumado unos pitos, aunque todo se trataba de una artimaña para no poner en riesgo sus diversos contratos millonarios con marcas de comida, ropa y bebidas de soda.
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Con el paso del tiempo, la irrealidad de S Club 7 comenzó a hacerse cada vez más evidente. No era posible tanta sonrisa, tanta liviandad, tanta perfección. Aun así, Fuller insistió en la marca y creó un spinoff llamado S Club 8 con niños pequeños que grabó dos discos antes de desaparecer del mapa por completo. Paul Cattermole, el más criticado de los integrantes de S Club 7, por sus fluctuaciones de peso, dejó en 2002 el grupo, obligado a rebautizarse simplemente S Club para emprender el tour United, en que, irónicamente, acabaron disolviéndose para dar paso a carreras totalmente mediocres en el mundo del espectáculo, tal vez con la excepción de Rachel Stevens, quien al menos se anotó un par de singles como solista que repercutieron entre los amantes del pop y los pocos nostálgicos de su anterior grupo. La saturación creada en tiempo record por S Club 7 hizo que su separación no fuese tan dolorosa para un público deseoso de novedades y sin tiempo para añorar el pasado.
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Seguramente ninguno de ellos llegó tan bajo como Bradley McIntosh. El moreno del septeto participó el año 2006 del reality Totally Boyband de MTV, en el que ex miembros de boybands intentaban recapturar su fama perdida formando una nueva boyband. El emprendimiento, Upper Street, donde también estaba Dany Wood de los New Kids on the Block, grabó un single con la meta de entrar al top 10, fracasó y una semana después se disolvió. Al menos, Hannah Spearritt trató de ser actriz apareciendo en la saga Cody Banks junto a Frankie Muniz, otro estigmatizado por su éxito previo. Quizás su enamorado, tanto en la pantalla chica como en la vida real, Paul Cattermole, fue el único en hacer algo realmente nuevo, probando suerte en el aggrometal con la banda Skua.
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Eventualmente, sus nombres se volvieron carne de la farándula y de notas tipo "qué fue de", pese a sus reuniones totales o, cuando había menos quórum, bajo el poco creativo nombre de S Club 3. Imposible culparlos por querer una tajada de la torta que ellos mismos prepararon en su juventud y de la que apenas probaron un bocado. La dura realidad: por sus cuatro años de trabajo, cada uno recibió 600 mil libras, una suma nada despreciable, pero irrisoria tomando en cuenta que las ganancias de S Club 7 en su breve —pero brillantemente comercializada— existencia bordearon los 50 millones. Demandas fueron y vinieron para hacer justicia, pero fallaron porque los contratos de Fuller, aunque antiéticos, eran perfectamente legales. Hasta hoy, S Club 7 sigue siendo una fuente de escandalillos para los tabloides. El último: hace pocas semanas, Cattermole dijo que su romance con Spearritt no había sido nada más que una obligación contractual. A estas alturas, ya merecen otra serie, pero con los enredos de su vida post celebridad, mucho más sabrosos que cualquier episodio de Miami 7.
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