El jueves 11 de septiembre de 1924 se hacía público el Manifiesto de la Junta Militar, asamblea esta última de la joven oficialidad deliberante del Ejército, que declaró congeladas las jerarquías de la corporación y que contó entre sus hombres con Marmaduke Grove y Carlos Ibáñez del Campo. En días previos, el martes 2 y el miércoles 3, decenas de estos oficiales habían ocupado las tribunas del Congreso Nacional, aplaudiendo a los parlamentarios que se expresaban contra la aprobación de una dieta para este cargo. Conminados a abandonar el lugar, los militares contestaron golpeando sus sables contra el suelo.
El célebre "ruido de sables" gatilló un proceso revolucionario en el que una Junta de Gobierno toma el poder, exiliándose el propio Presidente, Arturo Alessandri Palma y suspendiéndose las funciones del Congreso, todo lo cual derivó en el fin de la República Parlamentaria de 1891. La idea original era seguir el manifiesto, en el sentido de "convocar a una libre asamblea constituyente". Constituidos estos poderes, "habrá terminado nuestra misión".
El proceso, finalmente, no fue lo que sus impulsores declararon como intención: la "libre asamblea constituyente" terminó siendo una asamblea "consultiva" de Alessandri, mientras que la aspiración a un liderazgo impersonal y acotado acabaría encontrándose con el caudillismo de Ibáñez. Así y todo, lo que mucho texto consigna sin más como un golpe seguido de una dictadura, para Gabriel Salazar se inserta en "un momento decisivo del ciclo del período 1906-1934, cuando el Ejército decidió deliberar libremente, por sí mismo, sobre su verdadero estatus y su verdadero rol en la República de Chile; cuando decidió transformarse a sí mismo, sin ser forzado o reclutado".
El premio Nacional de Historia 2006 se explaya a este respecto en El Ejército de Chile y la soberanía popular, obra voluminosa cuyo autor dice a Culto que quiso abordar ciertos vacíos en la literatura histórico-social sobre la relación militares-ciudadanía. Eso sí, agrega, no quiso hacer una investigación sesuda y positivista sobre el Ejército, sino "un ensayo histórico: un análisis serio, documentado, pero sujeto a la interpretación libre del historiador, y en un estilo también libre".
Contra la apologética
Cuenta Salazar que tuvo en mente algunos ejemplos chilenos a la hora de concebir el libro, entre ellos Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, de Mario Góngora; La fronda aristocrática, de Alberto Edwards, y Nuestra inferioridad económica, de Francisco Encina.
El libro es el tercero que publica este año, tras Historia del municipio y la soberanía comunal en Chile (1820-2016) y Patriarcado mercantil y liberación femenina (Chile, 1810-1930). Y quien lo lea podrá conectar sus elaboraciones con las de Construcción de Estado en Chile. 1800-1837 (2005), donde argumentaba en torno a una "democracia de los pueblos" asociada a la Constitución de 1828 y aplastada tras la derrota pipiola en Lircay (1829).
Observa Salazar una serie de "anomalías" en la interacción de la sociedad civil con los cuerpos armados, así como en la comprensión ciudadana a partir de las explicaciones históricas -y míticas- disponibles. La primera de ellas toca a la ceremonia de juramento a la bandera, según decreto supremo de 1933. Allí donde el decreto ordena a los soldados jurar "por Dios, ante la bandera de mi Patria y por mi honor de soldado", "no inmiscuirme en asuntos de carácter político, ni en nada que sea extraño a mis funciones profesionales", el libro se pregunta: "¿No es anómalo que la fuerza de las armas arbitre y aplique un poder de facto -mecanizado y apolítico- justo cuando la sociedad requiere el concurso de una razón política deliberada?".
De ahí que 1828 y 1924 sean momentos estelares en cuanto al rol militar como canal constituyente. Y a juicio del autor, la historia, la sociología y la ciencia política han desestimado estos procesos, "sumiéndolos en el concepto negativo de 'anarquía'".
¿Qué implica, en este punto, que los detentores del monopolio de la violencia legítima asuman un rol político? Consultado al respecto, Salazar remite a 1829: "El Ejército chileno fue reclutado como un ejército mercenario y sedicioso, para derribar el régimen constitucional establecido en 1828. Ganaron con trampas la batalla de Lircay. Dieron de baja y disolvieron al Ejército patriota (el de los héroes de la Patria) y después de 1833, su función principal fue defender y proteger a la oligarquía mercantil que lo había contratado. Todo ejército mercenario es organizado para obedecer sin deliberar".
Más de cuestiones estructurales que de nombres, de roles que de quienes los cumplen, el ensayo problematiza asuntos como la
"apologética militar" (la "instalación de una serie de mitos en torno al Ejército invicto, glorioso, obediente, no deliberante, que encarna el 'alma de la nación'"), la definición estándar de "Patria" y el rol "pretoriano" del Ejército decimonónico. También, la función de la Guardia Republicana de Alessandri Palma y otras vías gubernamentales para contrarrestar armas con armas.
No por ello ignora, eso sí, tal o cual papel histórico. Ahí está Salvador Allende, quien "no se dio cuenta de que, al apostar a la protección de la fuerza sobre el derecho, estaba liberando las fuerzas globales de la apologética militar (incluido su poder de fuego)". También O'Higgins, quien "nunca creyó en el sistema representativo, pues en Chile, según él, dominaba la incultura y la ausencia de tradiciones cívicas". Y no podía faltar Ramón Freire, "líder del Ejército patriota-constitucional, cuyos soldados le dispensaron siempre espontáneo respeto, cariño y subordinación".