King Crimson en Buenos Aires: un incendio en el Luna Park

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King Crimson.

El primer show de la banda inglesa duró casi tres horas, tuvo a un público sentado escuchando y disfrutando de cada momento: de las tres baterías dispuestas adelante, de los solos de Tony Levin y Gavin Harrison y de la prudencia y control de Robert Fripp.


En el Luna Park han tocado muchos grupos y famosos solistas, entre ellos Frank Sinatra a principios de los 80. Emplazado casi al llegar a Puerto Madero, uno de sus flancos da a avenida Corrientes y otro a Lavalle: por la primera diversos puesteros venden poleras o remeras, como le dicen acá, recordando sus 50 años de existencia de la banda inglesa. Cuesta imaginar ese debut que tuvieron como teloneros de Rolling Stone, sobre todo después de tantos integrantes que pasaron por ella.

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King Crimson en Buenos Aires.[/caption]

A diferencia de otras veces que he venido al Luna Park, la concurrencia se ve algo más adulta en edad y también más tranquila; algunos beben cerveza, otros agua mineral en la calle o en la placita de Lavalle, donde se pueden ver a grandes y chicos sentados bajo la atenta mirada de un ombú. No hay indicios por el momento que se trate de un hito, del reencuentro de King Crimson con el público argentino después de veinticinco años. Pero claro, aún falta 40 minutos para que arranque el primero de los conciertos en Buenos Aires.

Marcel, un amigo de Viña del Mar, a quien no veo desde hace diez años cuando éramos vecinos en Forestal, me escribió hace unos horas preguntándome si quería ir al concierto y, después de consultarlo con la almohada, le respondí que sí. Marcel es un fanático de la banda: ha ido a verla dos veces a Boston, tres veces a París, una vez a Londres (al parecer al inicio de esta u otra gira, no recuerda del todo bien ya). Cuando llega me dice que vino casi exclusivamente a ver a King Crimson desde Chile, que está a punto de entrar a un nuevo trabajo y que eso se lo permite, "aunque si estuviera trabajando, igual me las arreglaría". Marcel fuma y observa a la gente alrededor, se le ve inquieto, pero quiere saborear el momento, disfrutar su séptimo King Crimson. Él no necesita de una remera que diga el nombre de la banda, la tiene, por así decirlo, tatuada en el pecho, aunque no sé si esta observación le guste.

Faltan quince minutos para que el show comience y entramos al Luna Park. Ahora se ve más gente, por lo que deduzco que muchos vienen de sus trabajos, además es día de semana, pleno martes y Buenos Aires ya no es esa ciudad noctámbula de antes. Subimos unas escalas y una persona nos indica nuestros asientos justo enfrente del escenario, o bueno casi. "Para mí", dice Marcel categórico, "King Crimson no es ni rock progresivo, ni sinfónico, es vanguardia, y debe ser la única banda en el mundo que ha sostenido este principio".

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Por todo el lugar hay letreros que indican que este evento es libre de celulares y equipos de grabación audiovisual; la idea es que la gente grabe con la mente y la filosofía que está detrás de esta medida, según el folleto y la locución del Luna Park, es que sea un "show único e irrepetible". Y para que no hagan falta más explicaciones, en el escenario hay dos letreros grandes que reiteran esto, por lo que durante todo el show nadie burlará la medida.

Hasta última hora sigue llegando gente. Pero ya son las nueve y seis minutos y la banda sale a la cancha. Luego de los gritos y de los aplausos, los integrantes se quitan las chaquetas negras y toman posesión en sus instrumentos. Adelante están las tres baterías alineadas: de izquierda a derecha se ubican la de Pat Mastelotto, la de Jeremy Stacey (que además tiene a su cargo unos teclados) y la de Gavin Harrison (que deslumbrará con un solo al final). Arranca Harrison, luego lo sigue Stacey y después Mastelotto, es como un rito tribal, anunciando lo que viene. Resulta increíble que tres baterías no sólo estén adelante sino que cobren tal protagonismo artístico, porque, como me dice Marcel, "ya un baterista puede ser un lío para una banda". Bueno, aquí arrancan como protagonistas y la gente se vuelve loca, porque se escuchan muy bien, y a todos nos gustan los ritos.

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Fripp.[/caption]

Luego aparecen las cuerdas: Tony Levin en bajo, Jakko Jaszyk en voz y guitarra y Robert Fripp, el líder y creador de King Crimson, en guitarra, sentado cómodamente detrás de Harrison. No parece el líder de la banda, sino alguien que no quiere tener ningún protagonismo, pero que sin él esto no sería posible, es una modestia aparte, digamos. En el transcurso del show hará que la guitarra suene pesada o espectral, y no sé cómo lo hace; es más no quiero saber, porque de saberlo no podría ejecutarlo ni entenderlo. Me interesa el registro, y cómo la línea de cuerdas va ordenando a la percusión, es algo muy natural, que fluye: las cuerdas dan el pie para una digresión y por momentos la banda toca cualquier cosa, pero luego de unos minutos retoma lo que había dejado pendiente. Si pudiera comparar o llevar este efecto a la literatura, lo haría con Marcel Proust, y lo loco es que al lado tengo a otro Marcel. Pero esto no es todo, al final aparecen los vientos que domina una sola persona: Mel Collins.

A medida que avanza el concierto, que estará separado por un intermedio de veinte minutos, me parece que lo que escuchamos es una sola cosa, una especie de sinfonía rock, aunque no sé si el término sinfonía sea el adecuado. Quiero preguntárselo a mi amigo, pero está absorto con su banda favorita, y yo siento como si estuviera fumando una caleta entera de marihuana. De hecho olfateo algo muy parecido a mi lado, giro mi cabeza y a unos metros un chico ha encendido un porro, pero lo apaga después de la segunda piteada. Y es que el público de King Crimson no está para pendejadas en Buenos Aires: la escucha sentado, casi sin manifestaciones eufóricas, salvo a mi derecha, donde mi vecino de butaca hace como que toca la batería, pero eso es lo más que veré. La banda tampoco interactuará con el público, salvo por la música. Pese a ello, todos estamos como teletransportados a algún lugar.

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Al final del primer bloque, Tony Levin, quien ocupa el centro del escenario o quizá no lo ocupa exactamente pero su postura con los dos pies bien puestos en la tierra y la espalda rígida hace que dé esa sensación, agarra un contrabajo eléctrico y comienza a hacer un solo. "Eso en Londres no lo hizo", me comenta Marcel con sorpresa, pero por desgracia el solo no le sale tan bien como él quiere, aunque igual funciona. Y se nota que es un virtuoso; bueno, no por nada ha tocado con John Lennon y David Bowie, y trabaja con Peter Gabriel desde 1977.

En el intermedio intento ir al baño, pero como el fuerte del Luna Park no es su instalación sanitaria decente decido aguantarme, así y todo me compro un agua con sabor a pera, porque el calor no se aguanta. Abajo me encuentro con Andy, uno de los mejores libreros de Buenos Aires; como él quiero salir a tomar algo de aire (en realidad él salió a fumar), pero no puedo porque mi entrada la dejé arriba, adentro de mi chaqueta. No me queda otra que ponerme a conversar con uno de los porteros, que me dice: "Ojo que falta todavía una hora y media más". Seamos exactos, la primera parte duró una hora y casi veinte minutos; si la segunda dura una hora y media, estaríamos saliendo después de la medianoche, así que decido ser incrédulo.

Cuando subo nuevamente a mi puesto, le pregunto a mi amigo cuánto dura todo el show y me dice: "Tres horas, incluido el intermedio". Y aunque lo estoy pasando bien, me alivio, porque son quince minutos menos de lo que me dijo el portero. Quince minutos es la fama entera, me digo, cuando King Crimson, cerca de las 22:40 vuelve a salir a escena.

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La segunda parte es más intensa que la primera y los minutos vuelan. De pronto miro el reloj y ya han pasado 45 minutos. Cerca del final, recién la gente le empieza a pedir temas y el vocalista Jakko Jakszyk dice unas cuantas palabras en castellano. El cierre, queda claro que lo es, lo marca un cambio en la iluminación: literalmente el escenario se convierte en un incendio, y todos los músicos ejecutan sus instrumentos fuerte, o eso parece; además es como si estuvieran concentrados en nada más que tocar y dan ganas de agitar la cabeza y romper algo. Después de esto King Crimson abandona el escenario, y luego de unos minutos regresa para un bis, que es como en el comienzo, con protagonismo tomado por las baterías, y es aquí donde hace un espectacular solo Gavin Harrison, que es celebrado por Mastelotto.

Son minutos antes de la medianoche, y el primer show de esta banda en Buenos Aires ha concluido. La gente se para de sus asientos y aplaude. Luego Tony Levin, como se había anunciado, saca su celular y es la señal de que podemos sacar fotos. Mi amigo Marcel está en éxtasis. Y cuando se tranquiliza me dice: "Y en Santiago también los voy a ir a ver, ya tengo entradas". Resulta curioso que en otros recitales la gente pida más, pero aquí no sucedió nada de eso, porque King Crimson está formado por músicos de fuste y habitualmente este tipo de músicos lo entrega todo.

https://culto.latercera.com/2019/10/08/sid-smith-biografo-king-crimson/

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