En una entrevista publicada hace poco por este diario, el poeta Andrés Anwandter recomendaba leer en voz alta los versos de materia gris (Overol, 2019), su último libro. Es la forma en que él pretende que "se interpreten estos poemas, como si fueran partituras para voz". Que cada cual les otorgue la pronunciación y la acentuación "que mejor le parezca", añadía. Por su parte, el hablante del poemario suele reparar en la música, sea en melodías del pasado enquistadas en la memoria o simplemente en la que ofrece la radio. Además, le concede bastante importancia al ritmo metódico, y a ratos hipnótico, con que dispone las palabras. Y en cierto poema explica que algunos de sus versos los recorta "de mis supuestos / diarios // secretos obtenidos // de tanto trabajar / el lenguaje // en vez de hablarlo / simplemente".

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El hablante vive en Inglaterra, en donde "en vez de perros zorros callejeros". Y allá ocurren ciertos fenómenos callejeros que refuerzan la noción de que, a fin de cuentas, tal vez todo podría ser música. "y la lluvia humedece / las veredas llenas / de babosas // por las cuales / siento una especie / de piedad // cuando se las come / a picotazos / una urraca // para alimentar después su canto".

Al igual que el título del libro, los poemas están escritos en minúsculas, carecen de puntuación y ofrecen ciertos énfasis marcados por espacios en blanco. Muchos abarcan observaciones de vida diaria, de cotidianeidad, aunque dotadas de una profundidad honesta que tiende a producir simpatía por el que escribe, como por ejemplo cuando le habla a las nubes practicando la "meteorología aficionada", o cuando declara "tuve tres hijos / ya no fui borges", o cuando manifiesta un anhelo: "ya quisiera yo / para mis versos // el poder / de las consignas // sobre la gente / que no lee // nada aparte / de su teléfono".

Los razonamientos en torno al hecho de vivir bajo el imperio de otra lengua –el inglés, en este caso– también son valiosos, pues aportan dimensiones novedosas a la traducción mental, establecen puntos de unión entre lenguas aparentemente distanciadas y permiten el ejercicio del ánimo juguetón con que el autor le resta solemnidad a su propio actuar.

Estar alejado del lugar de origen es un tema recurrente en el libro: "creo más en la tierra natal / que la sangre // para explicarme los lazos / sentimentales // que no he querido / realmente cortar". El hablante no deja de aludir a su infancia y a su juventud chilenas, dando así a entender, asumo, que nunca aspiró a ser más inglés que los ingleses (tal vez el epígrafe del libro, un verso de William Blake, tiene algo que ver con ello: "la inocencia es un traje de invierno"). Sobre las observaciones de su entorno opera una distancia fácilmente interpretable y, de este modo, pasan a convertirse en material enriquecedor para quien lee (en silencio o en voz alta).

En "viajero frecuente", poema que transcribo completo, resalta el poder de la mirada retrospectiva, uno de los atributos de materia gris desarrollados con notable asertividad: "no tiene dejos / santiago // a otras / ciudades // eso sería / exagerar // otras ciudades / en cambio // y esto lo digo / con cierta alarma // han comenzado / a tener // aunque sea / todavía // borrosamente / a lo lejos // de reojo / al pasar // dejos / de santiago // para mis ojos viejos".

Andrés Anwandter vuelve a sorprender con su delicadeza, con la fuerza de una propuesta llena de matices y absolutamente liberada de estridencias. Ahora bien, sin temor a contradecirlo, yo recomendaría leer sus versos en silencio: las reverberaciones encantadoras se manifiestan así de mejor manera.