Cuando partió el año se me ocurrió aprovechar quizás esta columna para celebrar los cumpleaños de algunas películas que me importan o que quizás no me importaron (y ahora sí) o capaz que al revés también (enterrar filmes que amé y que ahora se han convertido en objetos desconocidos que ya no me dicen nada). Quería escribir de Alien (¡40 años!) y El club de la pelea (20 y crece y crece) y Reality Bites y Manhattan y Diez: la mujer perfecta y Apocalipsis Now y así. Aún así: hay ciertos aniversarios que merecen un rito, un cierre, una mirada hacia atrás, sobre todo una revisión. Veinte o veinticinco años después parecen buenas fechas, lo mismo que 30 o mejor aún 40 para tener cierta distancia y someterlas al test del envejecimiento. ¿Funcionan aún? ¿Parecen contemporáneas o artefactos de su momento? ¿Logran emocionar o sorprender? Y si alguien la ve por primera vez: ¿conectará?

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Cuando reveo una cinta que me importó siempre surge esa ansiedad: ¿se verá distinta ahora o quizás vea cosas que no vi? ¿Acaso una película no debería captar una era? Sí, pero algo más. Revisamos tanto clásicos que no nos damos cuenta cómo una cinta del montón es capaz de crujir y caerse a pedazos cuando no capta más que ciertas modas pasajeras. Pero lo cierto es que es complicado focalizarse en el pasado cuando tanto –tanto, sí- sucede ahora. El ahora es al final el sector que cubre el pop y nada mejor cuando un artefacto o una obra o algo remece la quietud. Existe cierta miopía de creer que todo tiempo fue mejor. Distinto, sin duda. Y es más fácil abordar lo que ya no provoca que aquello que está en ebullición. ¿El estreno de esta semana es una obra maestra? Quizás pero quizás no. ¿Es algo repelente? Quizás tampoco. Cada vez, en estos tiempos algo histéricos e instantáneos, me gusta más la sentencia: demasiado pronto para sacar conclusiones. Too soon to tell. Ya sabremos. No saquemos conclusiones. Calma. Pero aún así lo hacemos; no podría ser de otro modo. No todo el pop es arte y claramente no todo el arte puede intentar querer ser pop (aunque es probable que el nuevo premio Nobel Peter Handke lo fue un rato al colaborar con Wim Wenders en Las alas del deseo).

Lo cierto es que mucho sucede ahora (y cuando sucede, todo explota) y no siempre somos capaces de tener la distancia. Pero enfrentarse a lo pop sin pensarlo mucho o tener tiempo de procesarlo es parte del juego de querer atrapar de una y rápido los signos de los tiempos. Y el tiempo se mueve, corre, bombardea. En efecto suceden cosas y lo fascinante, si se desea, es leer de otro modo lo que todos están comentando. ¿Qué dice (qué propone, qué capta, qué legitima, qué intuye) "Light Up", el nuevo video de Harry Styles? ¿Es El camino la cinta más importante del mes (tanto que no necesita estrenarse en el cine) y, por lo tanto, por si alguien tuvo alguna duda, acaso Breaking Bad es la gran novela contemporánea?

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Toda película es hija de su tiempo, eso lo sabemos, pero son pocas las cintas que logran comunicarse de inmediato con su audiencia o, mejor aún, crear su audiencia. Ad Astra, por ejemplo, quizás la cinta más abstracta, emocionante, contemplativa, misteriosa y elegante del año, claramente no hizo match con el estado de las cosas actual, quizás porque su ritmo es poco MTV (al final la estética MTV y hasta cintas como Flashdance terminaron siendo más importantes de lo que creíamos) o quizás la cinta no está tan interesada en echar culpas o en querer matar a la madre (el trauma de comienzos de siglo, al parecer; increíble cómo ha ido aumentando la misoginia y la ira hacia la figura maternal).

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La nueva cinta de James Gray explora formas de cómo conectar y a la vez separarse del padre e indaga en la adultez, algo que, en estos tiempos, no es un estado o una meta que atraiga o seduzca. Ad Astra no pierde o disminuye su valor porque ya no fue un éxito (lo admito: nadie habla de ella y los algoritmos de los hits no están de su lado). Sin duda que es más divertido cuando una cinta que uno quiere termina siendo una película de todos y no solo de uno. El plural en lo pop es más divertido que el solitario yo. El nosotros se empodera (somos los vencedores, es nuestro grupo, la ficción de fan se vuelva la única narrativa) y hasta a veces se vuelve un barra brava mientras que la cinefilia singular adquiere en comparación ribetes patéticos, enfermizos. Por lo general, una sala de cine llena excita más que una sola. Es el efecto de masas, la poética de la turba, el nervio de lo colectivo. En una fiesta repleta dan más ganas de bailar mientras en una en que penan las ánimas da pavor salir a la pista. Hoy, cuando lo masivo es tsunámico, aquello que no convoca parece desaparecer y aquellas cintas que sí logran conectar con las pulsaciones y secretos y fantasías se alzan como ideologías y en verdaderos tests de Rorschach narrativos (por eso es clave verlas y estar atento: claramente nos están diciendo algo).

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