En abril, algunos meses antes de que publicara Quichotte —una reinterpretación indoamericanizada del Quijote que le valdría críticas disonantes y una nominación al Booker 2019—, Salman Rushdie (72) comentaba, sin entrar en detalles, que su último emprendimiento literario estaba fuertemente atado a la lengua española. "Lo que me gustaba del Quijote, por un lado, es que es un necio obsesionado con cosas absurdas, pero que es noble, porque se aferra a su mirada del mundo contra toda evidencia. Me parece que Cervantes estaba tratando de satirizar la cultura basura de su época, así que pensé 'pues nosotros también tenemos cultura basura'", dijo el autor a Culto, en su oficina de la Universidad de Nueva York.
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El Quijote puede ser su última fijación, pero el autor británico ha admirado las letras hispanas desde muy joven. Cultivó estrechos lazos con algunos integrantes del "Boom Latinoamericano", como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, y ubica a Gabriel García Márquez en la cima de la literatura mundial de la segunda mitad del siglo XX. Hasta hoy, lamenta haber conversado con él solo una vez.
"Carlos (Fuentes) lo llamó por teléfono, cuando él estaba en La Habana visitando a Fidel. Fue una conversación algo extraña, porque a 'Gabo' no le gustaba hablar en inglés y fingía no entender cuando en realidad sí lo hacía. Mi español es terrible, pero puedo entender algo si me hablan con claridad y no muy rápido. Los dos sabíamos francés, así que terminó siendo una conversación en tres idiomas".
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—¿Y lograron entenderse bien?
—Lo extraño es que en mi recuerdo de la conversación no hay problema lingüístico, solo hablamos. Pero, en realidad, estábamos a tres idiomas. Fue muy amable. Me preguntó qué estaba escribiendo y yo le dije cuánto apreciaba su obra. Entonces, me dijo una de las cosas más bonitas de mi carrera: "Ya no leo muchas cosas fuera de la lengua española. Solo hay dos escritores en el mundo que me interesan: J.M. Coetzee y usted". No podría haber pedido un halago mejor.
—¿Qué le interesaba de García Márquez, Vargas Llosa y los escritores del "Boom"?
—Lo que sentí cuando los leí por primera vez fue que estaban describiendo una realidad muy similar a la que yo había vivido donde crecí, en Asia Meridional. También conozco de dictadores militares, solo que usaban otro uniforme. India y Pakistán son países profundamente religiosos, ambos con una historia colonial y una enorme desigualdad entre riqueza y pobreza, así que comprendía de muchas maneras el mundo que me estaban contando. Mientras leía Cien años de soledad pude identificar ese mundo, que de alguna forma ya conocía. Eso fue lo que me interesó. Son mundos muy distantes, pero tienen todo esto en común.
—Apenas publicó Hijos de la medianoche (1981) se le comparó con Cien años de soledad. ¿Qué le parece esa comparación?
—Es muy halagadora. Creo que Cien años de soledad es una de las tres grandes novelas de la segunda mitad del siglo XX, y yo no me ubico ahí. Si tuviera que elegir otra novela para ponerla al mismo nivel sería El tambor de hojalata, de Gunter Grass. Es anterior y estoy casi seguro de que García Márquez la leyó. Hay algo de influencia ahí.
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—Usted ha señalado que el realismo mágico no es patrimonio exclusivo de Latinoamérica…
—Pero les dejo esa expresión a los latinoamericanos, porque ahí hubo un movimiento que representó una época determinada. Es una buena etiqueta para describir al movimiento. Aunque el surrealismo francés no es tan distinto; Kafka y Bulgakov no son tan diferentes. Si miras otras literaturas del mundo te encontrarás con escrituras de ese tipo, a las que siempre me he sentido atraído. Pero no siempre escribo así. Algunas de mis novelas, como La casa de Nerón Golden, son más realistas. Creo que uno como escritor no tiene que repetirse. Me parece que el enorme impacto de García Márquez llevó a muchos escritores latinoamericanos a tomar otra dirección.
—Muchos autores posteriores lo despreciaban.
—Bolaño, por ejemplo...
—Le iba a preguntar por Roberto Bolaño.
—He leído algo de su obra. Creo que es un tremendo escritor, pero no me encanta. Admiro lo que hizo, pero nunca me hizo sentir como García Márquez. Cuando leí Cien años de soledad, recién había publicado mi primera novela (Grimus, 1975). La traducción al inglés era reciente. Recuerdo que me encantó. Nunca me sentí así con Bolaño (ríe). Creo que es menos querible.
—¿Como personaje o como autor?
—No tengo idea cómo era como personaje. Escuché, aunque nunca leí, que alguna vez dijo algo grosero sobre mí (…). Igualmente, creo haber leído suficiente de Bolaño como para saber lo que pienso.
—Entonces se podría asumir tranquilamente que no asocia a Chile con nada positivo.
—¿Chile?
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Atrapado en Santiago
En su memoria Joseph Anton (2012), Rushdie cuenta en tercera persona todos los contratiempos que sufrió después de publicar Los versos satánicos (1989), una novela que el Ayatolá Jomeini consideró suficientemente ofensiva para el islam como para condenar a muerte a su autor. El británico viviría casi una década bajo la amenaza de ser asesinado.
Cuando se cumplían seis años de esa "sentencia", en 1995, el británico fue invitado a la Feria del Libro de Santiago. Aterrizó en Pudahuel un día "tórrido, luminoso, sin aire". Allí lo esperaba un equipo de seguridad de Carabineros que le requisó sus documentos y lo encerró junto a su esposa en una ubicación "segura", de la cual no lo dejaron salir por casi un día. Al final, dio una conferencia en el CEP, se excusó de la feria y "se quedó con la sensación de que Chile no era un país al que quisiera volver en el corto plazo".
—Si nos remitimos a lo que escribió de su visita, su asociación con Chile no es positiva...
—Oh, Dios. Eso fue muy desafortunado. Fue mi única visita, nunca más volví. He estado de vuelta en otros lugares de la región, pero no en Chile, no. La gente del mundo literario (N. de la R.: su anfitrión era Antonio Skármeta) me trató muy bien, me ayudaron lo más que pudieron, pero la reacción de las autoridades fue muy distinta. Me hubiera quedado más tiempo, pero solo quería salir de ahí después de todas esas tonterías de los aparatos de seguridad, estas dos policías que competían entre sí (PDI y Carabineros).
—¿Había un riesgo real de un atentado?
—No, no había. No tengo idea por qué actuaron así. Así que estuve atrapado. Pero no me gusta volver a hablar de todo eso. Es una de las razones por las que escribí esa memoria: para decir "aquí está todo".
—¿Y consiguió su objetivo?
—No en un 100%, pero entre las cosas que he notado en mis últimos lanzamientos es que los periodistas ya no me preguntan tanto como antes. Creo que el libro trazó una línea delante de todo eso. Todos querían saber la historia: pues ahí está la historia. No tengo más que decir al respecto. Eso es todo. Siento que todo eso ocurrió hace mucho tiempo. El problema empezó hace 30 años. Los versos satánicos fue el quinto libro que publiqué y el que publicaré este otoño será el 19°, así que han transcurrido tres cuartas partes de mi carrera desde entonces. No me gusta que me arrastren de vuelta a todo eso.
—¿No terminó el mismo libro siendo opacado por la amenaza y todo lo que la rodeó?
—El libro me gusta mucho más ahora que el lío es mucho menor. Se ha leído, finalmente, como novela. Felizmente, a muchas personas parece gustarles. Ahora es el turno de la gente a la que les gustó en vez de aquellos a los que no les gustó. Ellos tuvieron su turno.
—Se ha descrito su obra como 'poscolonial', 'posmodernismo indio' o 'realismo mágico'. ¿Le acomodan todos esos rótulos?
—Puedo ver por qué pondrían esas etiquetas. Nací el año de la caída del Imperio Británico y fui parte de la primera generación que creció independiente, así que es bastante obvio, cronológicamente. Y escribí una novela sobre eso. Pero el imperio cayó hace mucho tiempo. Fue hace 72 años. En Asia Meridional, ya casi nadie piensa en el Imperio Británico. Así que somos post-poscoloniales ahora (ríe).
—Pero muchos autores contemporáneos deben mirarlo como Bolaño miraba a García Márquez. ¿Lo considera una carga o una responsabilidad?
—Yo solo intento escribir libros. Otras personas son las encargadas de las categorías. Con cada libro que termino trato de llegar a algún lugar donde no haya estado. Como yo lo veo, la trayectoria del escritor debe ser una especie de travesía. Si te fijas en los libros que escribo ahora, son muy distintos de la época de Hijos de la medianoche. Soy mucho más viejo. Lo comencé a los 28 años y lo terminé a los 33. Fue hace una vida. Me gusta la idea de renovarme, intentar algo que sea desafiante, nuevo y peligroso. Si no, ¿para qué?
—¿Qué le aportó el "Boom" al denominado "Canon Occidental"?
—A todos nos impresionó esa escritura. Me puedes corregir si me equivoco, pero creo que el "Boom" transcurrió por la misma época del régimen de Franco en España. De alguna manera, esa estrangulación de la literatura española les permitió a los autores latinoamericanos tener más espacio. Uno nunca sabe con los movimientos literarios, porque hay modas, como en todo. Hubo un momento en que la influencia de la literatura latinoamericana fue muy grande. Tengo la impresión de que ya no es el caso. También tengo la impresión de que, en Latinoamérica, la influencia de esos escritores no es tan grande. Como si la gente pensara que se volvió algo demasiado familiar, que se hizo tanto que se quieren otras cosas. Extrañamente, la literatura en inglés, tanto aquí como en el Reino Unido, pasa por un momento muy conservador, y no en lo político. Los libros no son estilísticamente osados, son convencionales, con la clásica fórmula de inicio-desarrollo-desenlace. Eso me parece que es lo que está pasando. Y en algún momento el péndulo se moverá y la gente querrá leer cosas más locas. Cuando yo me estaba formando, parecía que se buscaban cosas más osadas y autores como Martin Amis, Ian McEwan, Julian Barnes, (Kazuo) Ishiguro o Angela Carter se beneficiaron de eso. Yo también. Creo que lo heterodoxo volverá. Siempre lo hace.
—¿Sigue a autores jóvenes de Latinoamérica?
—No realmente. Ya no estoy al día. Me ha gustado Valeria Luiselli, pero no conozco mucho más.
—A estas altura de su carrera, ¿le preocupa el Premio Nobel?
—No. Es imposible pensar en eso. Siempre habrá más escritores vivos que lo merecen y que no lo recibirán. Solo puede haber uno al año. A veces se lo dan a gente muy excéntrica, como Bob Dylan. No me molestó, me ha gustado su música toda la vida, así que no voy a pelear si lo quieren premiar, pero no creo que debiera tener un premio de literatura. Si hablamos de premios, creo que he tenido mi cuota. Cuando ganas es muy lindo y cuando no, no importa. El mejor premio es que el libro sobreviva.
—Siempre se puede decir que uno está en mejor compañía entre quienes no han ganado.
—Recuerdo que un diario británico me pidió que escribiera un artículo acerca de la gente que nunca ganó el Nobel. Sí, están Borges; Tolstoi todavía estaba vivo cuando comenzaron a entregarlo; Ibsen, Strindberg, Chekhov, Joyce, Proust, Kafka y Nabokov. Estoy feliz en esa lista.
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