La historia de Alaska parece arrancada de una novela: el calendario marcaba el año 1867 cuando Estados Unidos compró el vasto territorio a Rusia por algo más de 7 millones de dólares. A pesar de la crisis económica de un lado y las críticas por el gasto en el otro, la operación resultó una ganga considerando que después se descubrieron amplias reservas de oro y petróleo.
Para 1870, apenas tres años después de la operación, cuando se descubrió oro en un afluente del río Yukón, de la noche a la mañana más de 40 mil aventureros se midieron contra el agreste territorio en una fiebre del oro similar a la de California.
Las inverosímiles travesías en busca del metal precioso sirvieron como material para la literatura de Jack London, que situó allí tres de sus primeros y más conocidos relatos, entre otros La llamada de lo salvaje y Colmillo Blanco, donde el escritor estadounidense reflexiona sobre los instintos y los límites de la naturaleza, la vida y la muerte.
Lo que London desconocía era que una serie de películas y libros tomarían ese territorio norteamericano —que incluye una porción de Canadá— para crear nuevas historias de personajes aventureros, redimidos o mayormente prófugos.
Seres empecinados en una especie de renuncia, una relacionada con abandonar todo y entregarse a la naturaleza hasta desaparecer.
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Christopher McCandless.[/caption]
Hacia rutas salvajes
La noticia se esparció como reguero de pólvora. Aparecida en The New York Times, contaba la muerte por inanición de un hombre joven, por entonces sin identificar, y cuyo cuerpo fue encontrado al interior de un autobús abandonado en los bosques de Alaska.
Las extrañas circunstancias en las que fue hallado el cadáver, las notas que había dejado ese hombre muerto y los libros que lo acompañaban al momento de su deceso, desataron un inusitado interés por saber más acerca de lo ocurrido.
https://culto.latercera.com/2017/03/16/los-libros-subrayo-protagonista-hacia-rutas-salvajes/
En 1990, un joven de veintidós años llamado Chris McCandless, hijo de una familia acomodada de Virginia, desapareció sin dejar rastro luego de graduarse en la Universidad de Emory. Había donado todo el dinero que poseía en sus ahorros a la ONG Oxfam, abandonó su departamento, tomó su viejo Datsun y se lanzó al oriente estadounidense sin rumbo fijo. Durante el camino decidió reinventar su vida: se llamaría Alexander Supertramp y sería dueño de su propio destino.
Motivado por la lectura de Jack London, Henry David Thoreau y el ruso León Tolstoi, el joven despreciaba el creciente materialismo vacío de la sociedad norteamericana y buscaba conectar con sí mismo. Su viaje no fue fácil: a la altura del lago Mead, debido a una tormenta que provocó una fuerte riada donde se encontraba acampando en julio de ese año, su viejo Datsun quedó estancado en la arena. En su afán desesperado por sacarlo de la tierra ahogó la batería, por lo que tomó la decisión de abandonar el vehículo. La tormenta solo haría más ligero su equipaje, pensaba: sin su automóvil, podría ser mucho más libre.
Su nueva vida comenzaba sin ataduras materiales ni ligaduras emocionales, y anotó en su diario que por primera vez se sentía feliz.
Durante dos años, McCandless se movió únicamente haciendo autoestop y yendo de polizón en trenes, mientras se alimentaba de lo que la naturaleza le ofrecía, o trabajaba cuando estaba muy necesitado. Allí se presentaba como Alexander Supertramp o por un inocente descuido daba su verdadero nombre —lo que más tarde serviría para reconocer su cadáver.
La leyenda de Alexander Supertramp
Para completar su viaje personal, Alexander Supertramp decidió que viviría una temporada en las tierras salvajes de Alaska, solo y alimentándose de lo que hubiera en los bosques del norte.
Quería demostrarse que era capaz de sobrevivir en un medio extremo en pleno contacto con la naturaleza, respirando libertad absoluta y sin necesitar ni dinero ni teléfono o medios de transporte, según escribió. Sin nada de lo que le ofrecía la civilización asfixiante y burguesa en la que se había criado y de la que, sin lugar a dudas, estaba huyendo.
Tal como alguna vez lo hicieran sus referentes London, Thoreau y Tolstoi, Supertramp buscaba conectar con sí mismo.
La noticia de The New York Times aparecería cuatro meses después de adentrarse en los bosques al norte del monte McKinley, cuando unos cazadores encontraron su cadáver en avanzado estado de descomposición dentro de un antiguo autobús abandonado. Comenzaba la leyenda de Chris McCandless —o Alexander Supertramp— recogida por Jon Krakauer en el libro Hacia rutas salvajes (1996) que serviría como guión para la película Into the wild (2007) de Sean Penn, con música original de Eddie Vedder.
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Alexander Supertramp en la película Into the wild.[/caption]
Entre los libros que encontraron los cazadores que dieron con su cadáver, el joven había dejado algunos subrayados:
León Tolstoi, <em>Felicidad familiar</em>
Wallace Stegner, <em>The American West as living space</em>
Jack London, <em>La llamada de la selva</em>
Henry David Thoreau, <em>Walden o la vida en los bosques</em>
Edward Hoagland, <em>Up the black to Chalkyitsik</em>
Boris Pasternak, <em>Doctor Zivago</em>
Henry David Thoreau, <em>Walden o la vida en los bosques</em>
Jack London, <em>Colmillo blanco</em>
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Runaway train.[/caption]
Forajidos, extranjeros, fugitivos
Runaway train (1985) iba a ser una película de Akira Kurosawa, quien escribió el guión original, pero acabó firmada por Andréi Konchalovski —por los problemas de financiamiento para contratar al influyente director japonés.
De todas maneras, la cinta protagonizada por Jon Voight, que marcó el debut de Danny Trejo y Tommy Lister, fue estrenada con algunas modificaciones: contó la historia de dos convictos fugados y una trabajadora ferroviaria que quedan atrapados en un tren que avanza descontrolado a través de la agreste Alaska. El vasto territorio salvaje aparece una vez más como el destino final de un grupo de forajidos.
En 2012, el estadounidense Richard Ford publicaría uno de sus mejores libros, la inmersiva Canadá, donde los padres de dos gemelos roban un banco y son detenidos alterando sus mundos para siempre. En ese punto, el protagonista y su hermana se desmoronan. Ella, llena de resentimiento, decide huir de la casa familiar en Montana. A él, un amigo de la familia le ayudará a cruzar la frontera canadiense con la esperanza de que allí pueda tener una segunda oportunidad y reiniciar su vida en mejores condiciones.
En Chile, el año 2013 el sello Orjikh publicó Leñador, la novela de Mike Wilson que relata la vida un trabajador que se dispone a la tala de bosques como un vehículo del sentido. El leñador de la novela es un extranjero, un hombre que viene de otro lugar, lejano, que arrastra sombras y que busca en aquella actividad y en aquel entorno natural, la posibilidad de encontrar sentido, verdadero sentido. "Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado", escribe el hombre asentado en el Yukón mientras los lectores asistimos a su deslumbrante aprendizaje: desde las herramientas que usan los leñadores, los alimentos que ingieren, los animales con los que conviven, los medicamentos caseros que fabrican, la ropa que llevan, las barbas que lucen, la cerveza que destilan, los libros que leen y cómo trepan a un árbol o cómo lo talan, hasta las técnicas de supervivencia, rastreo, orientación y caza que utilizan.
¿Qué es lo que buscan todos esos personajes en el norte salvaje?
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El camino.[/caption]
El camino
Jesse Pinkman está dañado. Luego de los hechos que tomaron lugar en el capítulo final de Breaking bad, la película El camino toma la posta con una fuga. Allí, desde el lugar de cautiverio donde fue torturado, encerrado y obligado a cocinar para un grupo de nazis, Pinkman huye a toda velocidad montado en un Chevrolet El Camino, pero no sabe adónde ir.
Es más: no tiene arraigo, ni familia. Y además, por si no fuera suficiente, la policía lo persigue. Pero esta versión de Jesse, que absorbió la experiencia de Heisenberg, sabe cómo escabullirse y aparentemente cómo hacerse invisible y volver a empezar de cero.
En clave de western, con un impensado duelo en pleno Albuquerque, y el silencio de una película que narra con todo tipo de elementos —acaso el sello de Vince Gilligan—, Jesse escapa y a veces, cuando la noche trae cierta calma, recuerda.
De hecho la primera imagen de El camino es un piquero de la memoria. La película comienza con una escena inédita de Breaking bad donde un personaje le pregunta a otro, con más experiencia, dónde iría si pudiera volver a comenzar desde cero. Qué haría exactamente, en su lugar de inexperto joven, si acaso renunciar a la vida actual, abandonarlo todo y entregarse a lo que los griegos llamaron el destino, adónde escaparía. ¿Dónde?
https://culto.latercera.com/2019/10/11/el-camino-breaking-bad-pelicula/