Una bandera chilena de tamaño medio cuelga solitaria desde una gradería cerca de la marquesina. Dice "Chile your home" con la caligrafía clásica Maiden mientras al centro lleva un Eddie versión mapuche dibujado a plumón que debió tomar trabajo y dedicación. El Estadio Nacional luce repleto para el regreso del sexteto británico esta noche de martes cerrando el Legacy of the beast tour, una gira sin novedades discográficas que aplica una interesante curatoría entre clásicos obligatorios como "The Trooper" y "Run to the hills", con piezas de épocas oscuras de álbumes como The X Factor (1995) y Virtual XI (1998), cuando Blaze Bayley hacía agua en reemplazo de Bruce Dickinson a mediados de los 90, y la banda descendía por primera vez del estrellato máximo del heavy metal a una posición incierta y menoscabada.

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Foto: DG Medios.[/caption]

Iron Maiden regresó al principal recinto del país para demostrar que su espacio natural son los sitios abiertos. El debut en el Movistar arena del lunes, apenas la segunda vez bajo techo en Chile tras el complicado debut de 1996, puso en evidencia que desde la mesa de sonido no hicieron mayor distinción entre estadio y arena. El sitio atronaba, en cambio anoche cada instrumento gozó de espacio y al menos en la cancha -delante, al medio y atrás-, la calidad y el volumen eran óptimos.

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Como siempre en las primeras filas los que están bañados en sudor. La franja del medio ocupada por padres con hijos de todas las edades, y el fondo habitado por esporádicos metaleros modelo clásico que vacilan solos, bailan desparramados, tocan guitarras y baterías imaginarias, y cabecean con ganas de desnucarse.

Esa tribu diversa que en el atardecer, por el acceso Carruajes, era descrita por radio a los guardias como "gente de polera con el nombre del grupo y jeans negros" que intentaba colarse, provocando risas en el puesto de control. "El 80% anda vestido así", replicó un encargado, mientras al fondo del acceso se divisaba a un tipo corriendo. Tras él partieron guardias y varios miembros de Fuerzas especiales de carabineros. Al rato lo sacaron con la cabeza gacha sin mediar forcejeo. Era un metalero humilde aún en forma que probablemente tenía 15 cuando salió Powerslave en 1984.

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Foto: DG Medios.[/caption]

Los accesos a la cancha fueron por túneles y pasarelas del sector norte totalmente a oscuras provocando tacos, en tanto algunos aprovechaban de orinar en la oscuridad. Había notorio ambiente de previa en lotes de amigos, mucha mirada vidriosa pero sin ese tufillo rosquero de otras épocas. Cuarentones que aprendieron a costa de incontables resacas a entonarse lo justo.

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Foto: La Tercera.[/caption]

21:07 aparece en las pantallas gigantes a los costados del escenario la promo de Transylvania, el videojuego de la gira. Dos minutos después se escucha "Doctor, doctor" (1974) de UFO. La gente salta y corea cada vez más ansiosa. Las selfies de padres e hijos se multiplican. Los spitfire, los pilotos de la RAF, tanques, rostros de soldados envejecidos prematuramente de la Segunda Guerra Mundial aparecen en filmaciones blanco y negro con la voz de Winston Churchill prometiendo larga pelea, el preámbulo de "Aces high". El calor, el sudor de la gente ya se siente a la altura del "Where the eagles dare", el segundo tema, seguido de "2 minutes to midnight". Sucede lo de siempre. Muchos no soportan la presión y salen prácticamente expulsados de ese primer gentío arremolinado al escenario, cuerpos sudados, apretujados, mucha panza al aire. Es una ola humana que paulatinamente arroja cuerpos que buscan oxígeno con desesperación.

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Foto: DG Medios.[/caption]

Iron Maiden no solo repitió el listado de canciones sino que en su categoría de profesionales consumados y exitosos del espectáculo se rigen por un guión estricto en términos de cómo desenvolverse en el escenario, qué sitio ocupa cada músico, cómo se desplazan, cuándo lo hacen. Nada es al azar, todo es producto de ensayo y repetición. Al centro de la acción está Dickinson con energía increíble para sus 61 años, siempre teatral, maestro de ceremonias locuaz en la medida precisa con un libreto memorizado, que en este caso reiteraba que Santiago era el lugar adecuado para cerrar el tour.

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Foto: La Tercera.[/caption]

La energía tras 82 fechas desde el 26 de mayo de 2018 hasta anoche para músicos con edad de jubilación ad portas, resulta asombrosa. La impresión del lunes se confirmó anoche en el Nacional: aún queda combustible en el tanque de Iron Maiden. El desempeño de la banda sigue siendo impecable en términos de ejecución, aunque después de 27 años todavía caben dudas legítimas sobre el verdadero aporte de Janick Gers en una banda que exige técnica en sus integrantes. Más allá de las poses de guitar heroe y a ratos juguetear con el cable sin tocar absolutamente nada que le dan cierto colorido al número sumando movimiento, el aporte es discreto. Rara vez le ceden un solo que suele palidecer frente a las ideas de Adrian Smith, lejos el mejor en las seis cuerdas, y la velocidad y fluidez de Dave Murray.

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Foto: DG Medios.[/caption]

Esta fanaticada ha sido regaloneada como pocas en Chile por una institución de categoría mundial. Diez citas, 360 mil personas asistiendo a sus espectáculos en 23 años, una prohibición vergonzosa como la de 1992 y una suspensión tras el arresto de Pinochet en Londres. Con Iron Maiden se agregan páginas de una historia épica que no parece tener fin.

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