A los 21 años, cuando era la bailarina más prometedora del Ballet Theater de Nueva York, Alicia Alonso sufrió un desprendimiento de retina que la mandó a la cama por un año. Los médicos que la operaron le ordenaron que no moviera demasiado la cabeza, que evitara reír y llorar y que, por supuesto, abandonara el ballet. Les hizo caso en todo, menos en lo último.

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Con una voluntad admirable, la bailarina cubana nacida bajo el nombre de Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo en 1921, se reinventó como una mejor versión de sí misma: no sólo siguió bailando, sino que se transformó en la personalidad más influyente del ballet en Latinoamérica.

La fundadora y directora del Ballet Nacional de Cuba murió este jueves debido a complicaciones cardíacas a los 98 años, en un hospital de su natal La Habana. Casada durante más de 30 años con el también bailarín cubano Fernando Alonso (de quien conservó el apellido), Alicia Alonso hizo sus grandes contribuciones al mundo del ballet en penumbras: fue operadas tres veces en su vida, perdiendo primero la visión periférica.

Aún así se las arregló para retornar al Ballet Theater de Nueva York entre 1950 y 1959, e hizo del rol protagónico de Giselle su caballo de batalla. Además, formó una pareja invencible con el bailarín ruso Igor Youskevitch y fue la primera bailarina occidental en actuar en la Unión Soviética, cuna celosa del ballet en el mundo. Lo hizo por partida doble; primero en 1957 en el Bolshoi de Moscú y luego en 1958, en el Kirov de Leningrado (actual San Petersburgo). Los ballets escogidos eran Giselle de Adolphe Adam y nada menos que El lago de los cisnes de Piotr Ilych Tchaikovsky, territorio ruso absoluto.

Admirada por una técnica muy depurada y gran versatilidad, Alicia Alonso siempre fue bien recibida en Estados Unidos. Después de todo se había formado ahí y a pesar de la Guerra Fría solían invitarla: en 1979, con 57 años, bailó Giselle en el Metropolitan Opera House, y en 2010, cuando cumplió 90, le dedicaron un gran homenaje.

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Su vínculo con EEUU no fue obstáculo para que defendiera la Revolución Cubana. El gobierno de Fidel Castro desembolsó 200 mil dólares para que creara el Ballet Nacional de Cuba en 1959, y Alonso se transformó en su directora vitalicia. Junto a los deportistas, el ballet fue el gran embajador de Cuba en el extranjero. Bajo la disciplina de Alonso, la institución formó a generaciones de excelentes bailarines. Con el tiempo, varios de ellos emigraron o desertaron.

Su figura era temible para algunos y solía mostrar preferencias muy abiertas. Sin embargo, es probable que no haya hecho más que aplicar el rigor que practicó consiga misma. Prueba de ese carácter es lo que dijo sobre su condición en 1971: "Puedo aceptar mi ceguera. No quiero que mi público piense que bailo mal por culpa de mi ceguera, pero tampoco que danzo bien a pesar de ella. Así no debe comportarse un artista".

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