Se le ha tildado de aburrido y elitista, que carece de alma o que es puro cálculo y virtuosismo excesivo. Que es música de hombres blancos hecha para hombres blancos. Y después del reggaetón debe ser el único género musical capaz de generar tanta división entre críticos y público. En internet hay cientos de foros en torno a por qué el rock progresivo "apesta", "se siente superior al resto". El célebre crítico Lester Bangs lo definió como "esterilidad musical" y cuando a uno de los integrantes de Radiohead se le preguntó, hace 20 años, si Ok Computer había sido influido por Genesis y Pink Floyd, dos grupos icónicos del género, su respuesta fue tajante: "No, odiamos el rock progresivo".
Nada de esto parece importarle a los seguidores de una música que cumple medio siglo y que en Chile ha encontrado un terreno fecundo para la vigencia de sus clásicos y la expansión de sus nuevos exponentes. Plataformas como Spotify así lo confirman: proporcionalmente, Santiago es la ciudad del mundo donde más se escucha a grupos como Dream Theater y al británico Steven Wilson, el gran referente actual del género (pese a que, como muchos, reniega de la etiqueta). También a King Crimson, superando en oyentes mensuales a urbes como Sao Paulo, Yakarta, Ciudad de México y Estambul.
El caso de éstos últimos es ilustrativo. Pioneros del rock de vanguardia, su primer show en Chile en 50 años, el fin de semana pasado, se convirtió en un hito tanto para la cartelera como para el conjunto liderado por Robert Fripp. De hecho, las entradas para el show del sábado en el Movistar Arena se agotaron en sólo una hora, lo que llevó a sumar otro al día siguiente. Fueron los recitales más masivos de toda la gira de la banda -descontando su paso por un festival, Rock in Rio-, con un total de 15 mil espectadores absortos ante un espectáculo de tres baterías y largos solos instrumentales.
"Chile y su audiencia tienen una historia con el rock progresivo. Tiene que ver con lo que escuchábamos hace 30 o 40 años y también con cómo somos los chilenos, más pensantes tal vez. En los 70 y 80 mucha gente no pudo vivir esto con libertad y este es su momento de expresión", comenta Francisco Goñi de la productora FanLab, responsable de la visita de King Crimson y de Steve Rothery (Marillion) en junio.
"Comparado con (el resto de) Sudamérica, de todas maneras somos el país que más compra tickets y consume progresivo. Viví en Londres y en los conciertos de estas bandas había menos gente que en los de Chile", asegura su colega Guillermo Italiani, creador del ciclo Santiago Fusión, que hace más de una década trae nombres ligados a la vanguardia y la experimentación, siempre con buena respuesta.
Es el caso del mencionado Wilson -fenómeno de ventas en cada visita- o de Marillion, que hace dos años eligió a Santiago para la primera versión en Sudamérica de su "Marillion weekend", con todo un fin de semana de conciertos en la capital. Lo mismo con el último paso de su cantante, Steve Hogarth, en julio, y antes con los franceses Magma, "que vendieron 70 tickets en Sao Paulo y Buenos Aires y acá les fue excelente. Me preguntaban por qué pasaba esto en Chile", asegura el productor, ahora a cargo del regreso a Chile de Pat Metheny, otra leyenda de la vanguardia, quien sumó una segunda fecha en el Caupolicán para marzo tras agotar la primera.
Hasta la vertiente metalera del rock progresivo, la más inaccesible para aquellos ajenos al estilo, encuentra gran acogida por estos lados y sólo este año pasaron con éxito grupos como Haken, Periphery y Symphony X -todos agotados-, a la espera de Dream Theater en el Movistar Arena en diciembre. "Hay más cabeza o más tripa, y a los chilenos nos gusta la cosa más complicada, somos más cabezones, un poco más enredados, más tortuosos", teoriza el locutor Hernán Rojas.
"Es un fenómeno que responde a esa intelectualidad del chileno, reprimida por mucho tiempo por la dictadura, y una de las ramas donde se vuelca es en la música más compleja y difícil de descifrar", añade Italiani.
El efecto Pink Floyd
Las referencias a los años 70 se repiten entre los entendidos en el tema. Fue la época de eclosión del "prog rock" en Chile. "Las bandas fundamentales del rock chileno, Los Jaivas, Congreso, Los Blops y Congregación, son bandas de rock progresivo", asegura el escritor Francisco Ortega, fan del género, quien cita a Pink Floyd como referencia ineludible. "Durante los 17 años de dictadura llegaba sólo lo más exitoso de afuera y en esa época eso era Pink Floyd, Yes, Genesis. Y se quedaron. En Chile la película The wall estuvo como diez años en cartelera, y el carrete de la noches de dictadura era en la Casa Constitución, donde se pasaba Pink Floyd en Pompeya".
Esa legendaria actuación del cuarteto en las ruinas romanas, en 1971, no sólo fijó una suerte de canon para el "imaginario progresivo", fundiendo la épica de la historia de la humanidad con la ensoñación cósmica -algo que Los Jaivas replicarían en Alturas de Machu Picchu-, sino también otro tipo de vínculo con el territorio chileno. El desierto del norte chico, el del mito de Pink Floyd tocando en el Valle de la Luna, se transformó con los años en zona de peregrinaje e inspiración para figuras del género como Wilson, Rothery y, esta semana, Tony Levin de King Crimson.
El efecto no decae con los años, y sumando la asistencia a los shows en el Estadio Nacional que han dado Roger Waters y David Gilmour, los ex Floyd han convocado a más de 300 mil chilenos este siglo, casi tantos como Iron Maiden. "No es un puro estilo ni algo que pase de moda", dice Marcelo Segovia, baterista de Brain Damage, la popular banda tributo a los ingleses que por estos días celebran sus 18 años en vivo junto a Durga McBroom, la voz femenina de Pink Floyd entre 1987 y 1994. "La gente va con sus hijos y abuelos, porque es algo que se traspasa. Además, no ha salido nada que lo iguale".