Hoy en Santiago, en un lapso de apenas tres horas y separados por pocos kilómetros: Claudio Narea y Miguel Tapia arremetían con aquello de "¡son hermosos ruidos!" para iniciar "We are sudamerican rockers"; Illapu hacía lo propio con el pueblo olvidado no sé por qué del "Candombe para José"; Salvatore Adamo imponía su veteranía para sacudir su cancionero en sepia; y Fernando Milagros aporreaba un bombo apretujado entre cientos de personas.

En la otra realidad, la virtual, a través de un video difundido por redes, un puñado de músicos nacionales –Mon Laferte, Francisca Valenzuela, Gepe, Nano Stern, Gianluca, Javiera Parra, Camila Moreno- interpretaba una actualizada versión de un himno mayúsculo, "El derecho de vivir en paz" de Víctor Jara, remozada en su letra para retratar los últimos días ("El derecho de vivir/ sin miedo en nuestro país/ En conciencia y unidad/ con toda la humanidad", rezaban sus primeras líneas) .

Si hasta el cierre de la semana, y como efecto de las marchas y el toque de queda, los shows musicales habían tenido una presencia más esporádica, este domingo retornaron en grande a la capital, casi todos en el contexto de la agitación social que hoy atraviesa el país. Aunque con excepciones: por ejemplo, el propio Adamo se presentó por la tarde en el Teatro Caupolicán, en un concierto que tenía fijado hace meses y que sin quererlo se convirtió en el primero que una figura internacional hace tras el estallido.

De hecho, el hombre de "La noche" partió su cita cerca de las 16.30 horas, recalando que él no hacía política, pero que sí podía entregar algo de alegría a la gente.

En el Parque O'Higgins también había puro goce. Alrededor de las 10.30 horas empezó el acto cultural Por el derecho a vivir en paz, convocado por la agrupación Unidad Social y que tuvo entre sus ilustres a Manuel García, Princesa Alba, Camila Gallardo, Moral Distraída, Narea & Tapia e Illapu. Gracias a la nueva vida que hoy disfruta "El baile de los que sobran", cantada por adolescentes que no vieron a Los Prisioneros ni siquiera en su segunda era a principios de los 2000, el proyecto de los ex miembros del trío protagonizó uno de los minutos más emotivos y rotundos de la jornada.

Tras despachar temas como "Quieren dinero", "¿Por qué no se van?" y obviamente "El baile…" , los sanmiguelinos se bajaron del escenario, fueron vitoreados por el público que se agolpaba alrededor, y repartieron saludos y fotografías improvisadas. Antes, en el espectáculo, Narea parecía sacar chispas de una guitarra afilada, con volumen a tope, estridencia sin mucha contemplación que sacudió aún más los ánimos. Tapia se encargó de los discursos en la primera parte y fue tajante: "Con este movimiento social, no vamos a volver atrás".

A lo lejos, más de 50 mil personas ondeaban banderas, lienzos y carteles que iban desde el símbolo del PC hasta la silueta de Salvador Allende –el evento tuvo un mayor acento político-, como una suerte de déjà vu de las grandes concentraciones colectivas de los 80.

Pero bastaba con sólo tomar un par de estaciones de metro para despertar en pleno siglo XXI. En la pequeña plaza Juan XXIII de Providencia, refugiada entre palmeras y que pasa casi inadvertida durante un día cualquiera, algunos emblemas de los nuevos sonidos locales se hacían escuchar en un escenario diminuto, con un sistema de amplificación elemental y con los presentes apiñados en torno a una tarima que apenas se podía divisar desde la lejanía. Parecía un encuentro de acólitos agrupados en torno a su cabecilla de turno. Fue el caso de Fernando Milagros, con una batería de canciones que encendió la tarde entre una feria de las pulgas y familias arrojadas en el pasto.

Para la noche, un instante de esos que con los años adquieren una corpulencia mitológica. Los Tres se asomaron cerca de las 20 horas, ante una multitud que transformó el escenario en un refugio minúsculo, entre personas encaramadas en los postes y los árboles, mientras la tierra se elevaba por los aires cuando todo el público se agitaba de un lado a otro.

Los penquistas partieron con "La primera vez", dedicando de manera implícita ese dardo de "Nunca he deseado mal a nadie/ esta es mi primera vez", para luego ir por "La torre de Babel" y "He barrido el sol", torpedeada por un desperfecto técnico que cortó el audio. Daba igual: la gente siguió coreándola pese a que ya no había amplificación ni micrófonos.

Como si quisieran congraciarse por esos minutos de silencio, el grupo hoy integrado por Álvaro Henríquez y Roberto "Titae" Lindl retornó con su versión para "El pueblo unido jamás será vencido", más rockera y acelerada, tal como la diseñaron a principios de los 2000, cuando el cantante la presentó como un cover de su desaparecida banda Pettinellis.

Luego, invitaron a Los Jaivas al escenario y el abrazo entre dos emblemas del cancionero nacional fue pura fiesta: la cueca "La vida que yo he pasado", "Sube a nacer conmigo hermano" y "Todos juntos" cerraron una noche con una postal legendaria en una simple plaza de esquina en Providencia. En quizás el escenario más rudimentario que alguna vez haya recibido a dos insignes de la música nacional.

Todo ello son sólo detalles: había que celebrar que la música por fin volvía a reinar en Santiago.