Andrés Nazarala, escritor y crítico de cine: "Hotel Tandil puede funcionar como un manual para cineastas desesperados"

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El cineasta acaba de presentar una novela donde cuenta la historia de un realizador fracasado que busca encontrar una nueva ruta en su destino bajo la sombra de su héroe máximo, quien no es un personaje de ficción, sino completamente real. Sobre el proceso de escritura, pero también sobre cine y libros conversó con Culto.


Entre tazas, cucharas, teteras, te chai, café cortados, gente entrando y saliendo, y las conversaciones de las mesas, el cineasta y crítico de cine chileno Andrés Nazarala (1976), desarrolló la escritura de su novela Hotel Tandil. "Necesito el sonido ambiente. El silencio de mi casa no permite que me concentre", por esa razón, la obra fue trabajada en dos cafés de la ciudad de Buenos Aires, donde reside hace cinco años: "Simao" y "Frankie", en ellos "abundan los enchufes", explica Nazarala sobre su elección.

"En menor grado también convertí en oficina 'Varela Varelita' y una confitería bastante turística llamada 'London'. Lo que me gusta de Buenos Aires es que también hay cafés que no cierran. En algunas noches de insomnio me refugié en 'La Orquídea', un café que está abierto las 24 horas. Podrás imaginar que invertí mucho dinero en la escritura del libro", agrega.

Hotel Tandil, recientemente lanzada por la editorial Hueders, cuenta la historia de un cineasta fracasado que viaja a Buenos Aires en busca de encontrar las respuestas que le permitan enrielar su carrera. En ese viaje, el protagonista toma contacto con su ídolo, el director Raúl Perrone, ¿cuál es la gracia? Que Perrone no es un personaje, sino un director de cine real, de carne y hueso. Es un juego con la realidad, tal como lo hizo Bolaño incluyendo a Pablo Neruda en Nocturno de Chile o a Octavio Paz, en Los detectives salvajes.

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Andrés Nazarala[/caption]

- Hotel Tandil es una novela, pero a veces es también un ensayo sobre el cine. ¿Siempre fue la idea fusionar ambos formatos?

-Escribo críticas de cine para medios desde hace más de 17 años. De pronto me interesó demoler las paredes del análisis y extender la escritura de cine hacia otros territorios. Entonces el ensayo se fue fusionando con la ficción y la evocación autobiográfica para componer una suerte de universo paralelo. En el centro está Raúl Perrone, cineasta existente que reconstruí a fuerza de vivencias reales (que, de hecho, sucedían mientras escribía el libro) e invenciones. Me interesaba el ejercicio de convertir a una persona en un personaje, con toda la manipulación y verdad que eso implica. La ficción puede ser a veces más real que la no-ficción.

-Mencionas que reconstruiste a Perrone a fuerza de vivencias reales, ¿al igual que el protagonista también fuiste a Buenos Aires solo a conocerlo y a aprender de él?

-Supe de la existencia del cine de Perrone en los años 90. Quise conocerlo personalmente cuando le hicieron una retrospectiva en el Festival Cine B pero no viajó a Santiago. Claro, Perrone no sale de su ciudad, Ituzaingó, pero en ese entonces no lo sabía. Luego lo contacté un par de veces vía redes sociales pero no fue muy cordial. Es loca esa idea de querer conocer a personas que admiras. Recuerdo cuando Holden Caulfield reflexionaba sobre el impulso a telefonear a autores que admiras en El guardíán entre el centeno. En mi caso personal, me interesaba saber cómo mierda Perrone logra hacer esas películas con tan poco, como si escondiese un secreto. Lo entrevisté finalmente en el año 2015 para la revista argentina "Haciendo Cine" y los lazos se fueron estrechando. Terminé colaborando en un par de películas. Lo del personaje que viaja a Buenos Aires para conocerlo es una ficción. Yo me vine en al año 2014 por otros motivos, ciertamente menos románticos. Me interesaba construir a un hombre en estado de crisis personal y creativa que acaba de dejar atrás a su mujer y a su hijo para dedicarse a hacer películas. El libro funciona como los apuntes de las búsquedas de ese personaje atrapado entre sus pretensiones como creador y las responsabilidades de la vida adulta. Debo decir que mi vida es bastante más aburrida.

-¿Cómo fuiste trabajando para la novela al personaje Raúl Perrone?, si bien tomaste elementos del real, imagino que más de alguna vez tuviste que tomar decisiones apelando a lo creativo.

-Creo que en el traspaso a la ficción, la realidad se va trastocando hasta convertirse en un plano paralelo. Nunca pretendí ser fiel a los personajes y los hechos. Incluso el ejercicio autobiográfico está marcado por la estafa. El narrador soy yo pero, al mismo tiempo, no tiene nada que ver conmigo. Y eso es porque me interesaba abordar la realidad existente dejando que se infiltren otros elementos creativos. El libro también tiene que ver con la reconstrucción de la memoria desde penumbras cinematográficas donde la vigilia y los sueños se confunden. Ahora bien, hay muchas conversaciones y anécdotas con Perrone que sí ocurrieron. Como la crónica de un rodaje en el que hice de sonidista. Todo eso pasó. Recuerdo un libro de Chuck Klosterman que advierte que lo que están por leer contiene un 80% de verdad y un 20% de mentira. En mi caso sería un 60% y 40%, respectivamente.

-En el libro describes a Raúl Perrone como -dicho por él mismo- alguien difícil y mal genio, ¿es eso real?

-La publicación de Hotel Tandil coincidió con el estreno en Buenos Aires de El Profesional, documental de Martín Farina que registra a Perrone en el set de una de sus películas. Ahí se puede apreciar su forma de trabajar: la claridad que tiene en el rodaje y una ansiedad que puede llevarlo a ser un tipo mal genio, siempre con el humor como matiz. Si bien invierte más tiempo editando que grabando, Perrone le da mucha importancia al proceso de registro. Ahí pone todos sus sentidos. No suele repetir tomas tampoco. Filmar para él es un acto de fe, un salto al vacío. Cuando las cosas salen mal se decepciona mucho. En el libro, todo esto está recogido como tipo cinematográfico, pero el llamado a la confianza y a resolver situaciones desde la precariedad también pueden funcionar como consejos de vida. Perrone es el Señor Miyagi de esta historia.

-¿Perrone leyó el libro?, ¿supo que lo estabas haciendo?

-Yo le dije que lo estaba haciendo casi desde el principio pero no quise contarle mucho porque no creo que sea un libro sobre su cine (alguien debería escribir ese, sin dudas). Es una novela sobre muchas cosas: películas, derrotas, trenes, añoranzas, ciudades, hoteles, despechos, fantasmas. Hace unos días terminó el libro y me dijo que le gustó. Él es bastante transparente con la precariedad con la que hace cine y con su carácter explosivo. No tiene problemas con eso. Perrone ha dirigido a gente como Andrés Calamaro, (Peter) Capusotto o Adrián Dárgelos y a todos los trata por igual. Es muy democrático con su ímpetu. Todo eso está expuesto en la historia pero hay también mucha admiración. Perrone leyó el libro mientras graba una nueva película. Si no me equivoco, es el sexto largometraje que filma este año.

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Andrés Nazarala (de negro, a la derecha), en rodaje junto a Raúl Perrone.[/caption]

"No siento que sea necesariamente un libro sobre cine"

-Cuéntanos acerca del proceso de escritura de Hotel Tandil

-Creo que el punto de partida fue el deseo de reivindicar a cineastas subterráneos y trágicos en tiempos en que el cine me parecía un arte demasiado exitista y calculador. El asombro general ante la técnica desalmada, la sobredosis de planificaciones en Excel, la obsesión por la exportación y el reconocimiento comenzaron a hacerme ruido y jugaron a favor de una suerte de cruzada personal por abordar a cineastas como Ron Rice, Timothy Carey o Pierre Clementi, artistas de la imperfección y el accidente que terminaron pagando altos costos por tratar de hacer cine a su manera. El ejercicio de escritura comenzó desde ahí y se fue enriqueciendo con la autobiografía deformada y la admiración por la producción radical de Perrone, quien para mí está en las antípodas del fracaso porque nadie lo puede parar. Vale decir que tiene más de 75 largometrajes, todos hechos sin fondos. Perrone terminó por definir el contrapunto del libro y desde entonces todo fluyó.

-Es una especie de libro orientado a los cinéfilos, pero sobre todo al cinéfilo más alternativo, no al hollywoodense. Mencionas a Cammell, Wood, Fassbinder, ¿qué relación tienes con ese tipo de cine?

-Desde el año 2002 escribo críticas de cine para el diario La Segunda. Un colega me decía que este oficio es equivalente a un crítico gastronómico que tenga que escribir sobre el nuevo combo de alguna cadena de comida rápida: el nombre y los ingredientes cambian pero la base es siempre la misma. Debo reconocer que la cartelera ha mejorado bastante en los últimos años, especialmente gracias a la consolidación de circuitos alternativos de exhibición, pero la persistencia de la fórmula es algo con lo que debemos lidiar cotidianamente. El cine independiente y las experimentaciones han sido siempre un oasis que me permiten seguir amando el cine. Siempre estuvieron ahí para sacudirme de las fórmulas. El cine que abordo en el libro es radical y trágico. Es el arte de perdedores sin legado, a pesar de sus aportes al lenguaje. Antony Balch, por ejemplo, llevó junto a William Burroughs la técnica del cut-up a la pantalla, pero nadie habla de "cine cut-up". Ed Wood, por su parte, entra a las páginas debido a su calvario, aunque Glen or Glenda, es cine LGBT hecho en 1953. Me interesaba constatar estos aportes cinematográficos no reconocidos pero también las biografías de estos personajes. Creo que ese alcance trasciende la cinefilia y puede llegar a cualquier tipo de lector.

Además, no siento que Hotel Tandil sea necesariamente un libro sobre cine. El narrador es un hombre en crisis, obsesionado con ser alguien que no es. Un tipo atrapado en sus obsesiones y sus miedos. Los referentes cinematográficos se pueden obviar para aferrarse a otros elementos de la novela. He recibido buenos comentarios de personas que no están interesadas en el cine. Si consideramos que hay también referencias a músicos y escritores podemos considerar el libro como una especie de elogio del fracaso.

-Sobre el cine, dices que la cartelera ha mejorado bastante en los últimos años, ¿podrías ejemplificar con algunos títulos?

-Me refiero a que hace algunos años era imposible ver en cartelera películas como Los jóvenes salvajes , de Bertrand Mandico, o la última de (Jean-Luc) Godard. Hay un circuito alternativo que me parece bien que exista. El cine independiente no debe competir con monstruos abominables como Avengers, sino que tratar de abrir vías paralelas. (Robert) Bresson nunca trató de llenar salas.

Del celuloide a los libros

-Eres crítico de cine y cineasta, pero acá desembocas en las letras. ¿Qué relación tienes con la literatura?

-Tengo una relación muy estrecha con la literatura. Estrecha, desordenada y para nada canónica. Digamos que soy un lector anómalo. Leí más a Erskine Caldwell que a Hemingway, por dar un ejemplo. No construí Hotel Tandil con un plan consciente pero supongo -y este es un análisis posterior- que por ahí sobrevuelan el Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas, la fatalidad de Bolaño, los juegos de realidad de Borges e incluso mi obsesión por los libros de autoayuda, especialmente los orientados a la producción audiovisual. Hotel Tandil puede, si se quiere, funcionar como un manual para cineastas desesperados.

-¿Has asistido a talleres literarios?

-Soy consciente de la importancia de los talleres literarios pero siempre me sentí incómodo con la exposición. Me incomoda la literatura hablada y me cuesta soportar las lecturas de poesía. Para mí la escritura siempre ha sido un ejercicio solitario y silencioso.

-Autores y escritores que te gusten

-Cheever, Borges, Carver, Céline, Brautigan, Burroughs, Vila-Matas, Dodge, Salinger, Bolaño, Bangs, Levrero, (Andrew) Sarris, Shepard, Didion… hay muchos en verdad. Cualquier lista que pueda trazar sería injusta y excluyente.

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