Entre varias otras desgracias, aquí hubo carencia de lecturas. Y es legítimo asumir que donde más falta hicieron los libros clave fue en la cúpula del gobierno: quienes tenían la obligación de prever un desenlace como el ocurrido hace dos semanas, ignoraron olímpicamente, por demasiado tiempo, cierta información rotunda, esclarecedora y accesible a cualquiera que demostrase algún interés en el devenir contemporáneo. Hablo de obras que han venido publicándose con saludable frecuencia durante los últimos 10 años, textos de historia contingente que advierten acerca de grietas y fracturas preocupantes en la otrora bien pulida cara del capitalismo granítico.

Buena parte de estos libros se editan en Estados Unidos, país donde se gestó -nunca está de más recordarlo- el modelo chileno que hoy vemos en jaque. Luego de la gravísima crisis financiera de 2008, el análisis descarnado del capitalismo pasó a ser una disciplina importante dentro de algunas de las más prestigiosas facultades de Historia estadounidenses. Ya no se trataba únicamente de estudiar a los pobres ni a otros grupos marginados de la riqueza, pues entonces fue la desfachatez y la codicia de los banqueros, de los plutócratas y de los especuladores la que dejó de rodillas a la nación más rica del mundo y, tras ella, al resto de la humanidad.

En términos generales y un tanto simplistas, estos libros rondaban una sola idea: si queremos salvar al capitalismo, las cosas no pueden seguir como hasta ahora. Leerlos provocaba ansiedad y unas ganas urgentes de difundirlos -bien lo sé, pues así lo hice en este y otros medios de comunicación. El mensaje relevante consistía en que se estaban incubando contrafuerzas poderosas a espaldas de la enervante complacencia de los tecnócratas. Eran lecturas que aportaban una dosis de alarmismo sensato, algo que hoy, en vista de todo lo ocurrido, se agradece como antídoto ante tanta histeria colectiva.

No bastó con haber leído Por qué fracasan los países, uno de los pocos recetarios traducido al castellano y, a juzgar por el exceso de menciones en pantalla, el único que hojearon nuestros más reputados periodistas televisivos. Si el modelo chileno fue creado en una especie de laboratorio económico de la Universidad de Chicago a partir de las enseñanzas de Milton Friedman, claro que valía la pena seguir al tanto de la literatura política estadounidense. De partida, a Friedman hoy se le percibe como un proselitista del pasado, mientras que la figura de John Maynard Keynes, el economista británico al cual Friedman dedicó su vida a contradecir, ha cobrado una renovada trascendencia entre algunos de los autores más sagaces del momento. Al menos un burócrata, uno solo, debió estar informado de todo esto, para así explicarles a sus colegas y superiores qué se discutía más allá de las propias narices.

Me temo además que en La Moneda no están familiarizados con la fabulosa obra de Robert Caro, el mejor biógrafo de nuestros tiempos. A través de las vidas de dos personajes colosales -Robert Moses y Lyndon Johnson-, Caro explica fríamente, sin tapujos ni eufemismos, en qué consiste el poder político, cómo se consigue y cómo se ejerce de manera inmisericorde, es decir, con autoridad, astucia y eficacia. Detallista exquisito, Caro habría reparado sin falta en la alusión televisiva que el presidente Piñera hizo a Mario Benedetti al principio de la actual crisis. ¿Sabía el mandatario que el escritor uruguayo fue un dedicado lamebotas de Fidel Castro y que defendió hasta el último de sus días las atrocidades del régimen cubano?

También les hubiera sido útil, a quienes por convicción defienden desde una tribuna política el neoliberalismo, dominar un poco más la historia de los "barones del robo", esa casta de empresarios estadounidenses del siglo XIX que, a punta de cohechos, engañifas, colusiones y otras prácticas ya conocidas por nosotros, hicieron fortunas colosales. Me refiero a pillastres como J.P. Morgan, J.J. Astor, H.C. Frick, W.R. Hearst, J.D. Rockefeller y Cornelius Vanderbilt. El clásico en la materia, The Robber Barons, lo escribió el venerable Matthew Josephson en 1934. Y en 2011, el historiador Richard White publicó un interesantísimo estudio sobre los mismos personajes: Railroaded, algo así como "Avasallados".

Notable y muy celebrado por el escritor Gay Talese fue otro libro de ese año, Age of Greed ("Era de la codicia"). Allí, el periodista financiero Jeff Madrick presenta los perfiles biográficos e ideológicos de los principales políticos, economistas y banqueros estadounidenses que impulsaron las bondades del capitalismo brutal a partir de 1970. Nuestro Milton Friedman, que aquí todavía cuenta con poderosos valedores en la plaza pública, no sale bien parado. La convicción de que el neoliberalismo jamás permitiría que alguien sacara ventaja del prójimo le parece risible al autor. Citado por Madrick, Friedman es dueño de una frase que hoy suena bastante enigmática: "Sólo una crisis -real o percibida- produce el cambio real. Cuando la crisis ocurre, la acción tomada depende de las ideas que están alrededor".

Tengo la sospecha de que aquellos que en las altas esferas del poder leen sobre asuntos contingentes, prefieren comprar libros que confirman sus creencias políticas, con lo cual, cándidamente, desechan de entrada todo un abanico de realidades posibles que, de otro modo, podrían no haber tenido la impronta maldita de la fatalidad impredecible.